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Cultura PUNTO DE VISTA

Restaurar

Por una de esas circunstancias que solemos llamar "casualidades" y ya sabemos que en realidad no lo son, me encontré hace poco en Madrid con Raúl González del Río, librero, coleccionista, restaurador de libros "viejos y antiguos", como me marcó él la diferencia.

Escribe SILVIA BAREI (*)

Por una de esas circunstancias que solemos llamar "casualidades" y ya sabemos que en realidad no lo son, me encontré hace poco en Madrid con Raúl González del Río, librero, coleccionista, restaurador de libros "viejos y antiguos", como me marcó él la diferencia. Por los años 70, los falangistas quemaron su librería en Valencia y entonces se vino a Buenos Aires. "En Argentina me encontré -me dice- con la literatura del exilio español y con libros sobre la Guerra Civil desconocidos o prohibidos en España".

A Raúl le llama la atención que haya libreros que no saben o no les interesa lo que tienen, y me cuenta de un "tipo" de Marbella que tenía una edición príncipe de "Doctor Zhivago", hecha casi clandestinamente por Feltrinelli, en italiano. Y que a este librero le daba exactamente lo mismo que se la compraran a dos pesetas u otorgarle el valor que realmente tenía.

En Buenos Aires, Raúl encontró librerías maravillosas y libreros de estirpe, "de esos con los que podes pasar cuatro horas charlando". Y también en Buenos Aires, aprendió el oficio de restaurador. "¿Qué y cómo se restaura?", le pregunto. "Se restauran los libros que tienen valor, se utilizan materiales caros y no se puede usar cualquier técnica, porque si no el trabajo es malo y no tendrá sentido. Se rellenan las partes que faltan, se rearman las cubiertas y la gente mirará y sabrá", me cuenta en esta afable charla de fría tardecita española y copa de buen vino.

Me quedo pensando en la restauración como metáfora de la Argentina que vendrá, en el trabajo que costará restaurar, porque acá hubo unos "tipos". cuya insensibilidad e ignorancia hizo que acciones valiosas construidas dificultosamente desde los primeros años de la democracia alfonsinista, como el Nunca Más, la educación y la salud públicas, la solidaridad, los derechos laborales, en fin, el bienestar de todos, se destruyeran con una celeridad increíble.

Como toda restauración primero hay que evaluar los daños, saber que (nos) ocurrió, para así saber que no es la culpa del que restaura sino del que hizo o dejó hacer, salvajemente. ¿Cómo se restaura ese bienestar en un país donde el hambre acosa a una parte significativa de la población ("los afectados por la cultura del descarte" como los ha nombrado doloridamente el Presidente): el 60% de los niños es pobre, los adultos mayores no reciben más los remedios y se los ve revolviendo la basura, una inflación cercana al 60% interanual y una deuda internacional que no está en inversiones productivas sino en un festival de fuga de divisas?

"Nada es más urgente que la pobreza y el hambre" ha dicho el Presidente al convocar al Consejo Federal Argentina contra el Hambre. Que deberá considerar, obviamente, la pobreza, el desempleo, la precarización laboral de aquellos que -al menos- tienen un trabajito o una changa, pero que no les alcanza para cubrir los gastos básicos de supervivencia. Es como lo que me dice Raúl: "es difícil escribir un libro y editarlo, se puede destruir rápido, cuesta mucho restaurarlo y las costuras siempre se notan".

Y aunque estas costuras duelan a veces como las viejas heridas, que sean marcas difíciles de disimular, es mejor que se noten, así el cuerpo (el cuerpo social) no pierde su memoria. Porque como dice Dora Barrancos, "el neoliberalismo es siempre un tsunami trágico". E inmediatamente después de los pobres habrá que atender a la clase media, los comerciantes, los profesionales, los empleados, los pequeños y medianos empresarios, los científicos devaluados, empobrecidos todos por las tarifas dolarizadas, endeudados por créditos impagables, derrumbado el mercado interno y desatendido totalmente lo público.

"Yo tuve la suerte de caer en la escuela pública", también dice el Presidente. Sí, somos muchos y muchas los que hemos tenido esa suerte desde el Jardín de Infantes. Suerte de aprender, de pensar, de compartir aulas con niños y niñas a quien nadie preguntaba o calibraba por sus diferencias, porque el guardapolvo blanco o el equipo de gimnasia eran iguales para todos.

Y simultáneamente habrá que restaurar la independencia del Poder Judicial, acerca del cual Naciones Unidas presentó un severo informe; habrá que derribar la violencia, el gatillo fácil como política de Estado, habrá que pensar en los investigadores, los artistas y los empresarios de la cultura.

La política cultural más eficiente de los últimos años fue la profundización de "la grieta", es decir la difamación del que no piensa igual, la estigmatización de las diferencias, el ahondamiento de las heridas sociales. Una mujer que apoya la ley del aborto fue calificada de "abortera"; un hombre sin trabajo, "un vago"; alguien que cobra un plan social, un "planero"; y si cobra plan social y va a una marcha peronista, un "choriplanero"; un político opositor, un "chorro", o al menos un "populista"; etc. Una grieta es un tajo, una herida, un filo, una hendidura, una raja, un intersticio profundo. "Un libro agrietado debe restaurarse, aunque no siempre se puede, o a veces ni vale la pena", me dice Raúl.

Pero una sociedad, una cultura, no es un libro, aunque yo haya partido de esta metáfora. Es un tejido comunitario que será absolutamente necesario restaurar, suturando subjetividades dañadas, garantizando derechos, expandiendo políticas de diversidad, evitando violencias y censuras, recuperando capacidades humanas valiosas, fortaleciendo instituciones públicas, cuidando el medio ambiente, luchando contra la discriminacion y dándoles prioridad al conjunto de derechos humanos que solo se sostienen desde una ética profundamente democrática. "La gente mirará y sabrá", diría Raúl.

Los graves perjuicios producidos en los últimos años no pueden borrarse de un plumazo, porque cada vez es más evidente que el tiempo pasado no fue mejor, por lo que el esquema primario de este nuevo Gobierno deberá ser el de restaurar la idea de justicia social, que no fue un invento del peronismo -aunque sí su marca de orillo-, sino de los utopistas y anarquistas del siglo XIX.

Restaurar la Patria con la que soñamos desde hace mucho, la Patria, como dice Tununa Mercado en una de sus más dolorosas novelas, "atravesada sin tregua en esos sueños por imágenes de despojo y desamparo".

(*) Ex Vicerrectora de la Universidad Nacional de Córdoba // Fuente: Hoy Día Córdoba.

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