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Sociedad In memorian

Libardi

En todo diario que se precie de tal, sea en Catamarca o en Dublín, existe una persona que conoce cada uno de los complejos engranajes culturales e industriales que se necesitan movilizar para que la maravillosa gesta de editar una publicación suceda.

Esa clase de persona era Daniel Libardi.

Había iniciado su carrera en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, a la sazón uno de los diarios más grandes e importantes del interior del país, y desde  allí no paró. Pasó por una veintena de diarios, en los que siempre se destacó y pudo desarrollar, entre otros, el arte de enseñar. No sólo en el oficio de prensa, sino, también, en cómo ser un verdadero señor.

Graduado en Stanford, Palo Alto, se había especializado en diagramación y cuando llegó la hora de la reingeniería de los diarios, vaya término, allá por los 90, el ya era uno de los buenos discípulos de Mario García, considerado el número uno del mundo en la materia. En una de las oportunidades en que García vino a Buenos Aires a dictar una conferencia, a sala llena, lo distinguió desde el escenario cuando preguntó si Libardi estaba en la sala. Él se puso de pie, inmutable, y se volvió a sentar. Así era, serio, circunspecto, casi siempre de traje. Sin embargo, quienes compartimos su intimidad supimos de su refinado humor, el que le permitía reírse a mares en determinadas circunstancias.

En una tertulia que compartíamos con cinco amigos, todos los días, a las 16, en un hotel céntrico de Catamarca, antes de ir al diario, aprovechaba el momento de distensión para soltar alguna ocurrencia, siempre ajustada a risa y, en general, referida a esos personajes que transitan la fina línea que une o separa a la política de los medios de comunicación, muchos de ellos conspicuos vendedores de tinta o humo, es lo mismo. Daniel, como buen periodista que era, los tenía identificados a todos y siempre tenía algo de último momento para agregar. Haciendo gala de su perspicacia y de sus actualizadas lecturas, a uno de ellos lo había bautizado con el mote de Voldemort, acorde a la novela más exitosa del momento y a las características del personaje de ficción que el lugareño encarnaba.

Una noche me llamó desde Miami -en ese entonces trabajaba en el Miami Herald-  para decirme  que quería regresar a la patria. Todavía no sé a ciencia cierta si hice bien o no en invitarlo a Catamarca, pero me siento orgulloso de su resonante paso por esa tierra a la que tanto quiero.

La cantidad de llamados desde Catamarca que recibí con motivo de su partida me reafirman en la idea que siempre tuve de él, de que era un gran tipo, de esos que son esenciales, tanto en los diarios como en la vida. //

Juan Boglione 

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