Por PAULA MONSBERGER
Mi hijo el Doctor. Mi hija la Arquitecta. Y mi nieto es Piloto de Avión. Mi nieta puso una pequeña empresa con dos compañeros de la facultad, hacen sistemas para las computadoras. Yo no entiendo mucho pero diseñan todo chiquito.
Y sabe que, mi otro hijo se alquiló un local e hizo un emprendimiento gastronómico. La hija de nuestra vecina, también tan estudiosa, se ganó una beca para estudiar afuera, creo que Suiza.
Mire usted Don José. Qué lindo que los jóvenes progresen, ¿no? Piense, que tanto usted como yo inmigramos a este país sin nada de nada, sin saber el idioma, sin dinero, sin trabajo, sin conocer a nadie, sin tarjeta de crédito, sin mail y sin celular. Ver que pudimos construir una familia, una vida de bien, de palabra, ver que nuestros hijos pudieron estudiar y trabajar con tanto esfuerzo y sus hijos, nuestros nietos, quieran seguir algunos tal vez nuestros pasos con el negocio o el de los padres o estudiar lo que ellos deseen, es un regalo de Dios y de la Vida de posguerra.
Recuerdo cuando llegué al país Doña Matilda, con lo puesto pero con el corazón lleno de esperanza por una vida mejor, por volver a construír un hogar, por armar un negocio, por volver a trabajar, recuerdo ese día cuando mi hermano a quien no volví a ver, se bajó del barco en Estados Unidos, fascinado por la Estatua de la Libertad. Y me dijo: ¡vamos hermano, seguime! Y yo le dije: no hermano yo voy para la Argentina, allí me dijeron que hay un gran futuro. Se bajó del barco y nunca más lo volví a ver. Pienso a menudo que habrá sido de su vida, ¿no?
Que historia Don José, le cuento algo de la mía. Yo tenía una sola falda, y mi prima me dio otra para que pudiera cambiarme en el barco, era un viaje muy largo. Cuando llegué al barco, el último que salió de Génova, una señora amiga de ella, me entregó a sus hijos, para que me los llevara, y no padecieran la guerra, ella se contactaría apenas todo pasara. Así que viajamos los cinco, mis dos hijitos pequeños y los dos niños adolescentes que aún estamos en contacto y se criaron como mis hijos. Doña Matilda, que alma llena de bondad la suya. Y Don José, la Guerra nos debe hacer mejores seres humanos, pero no siempre fue ni es así.
Me dijeron que ahora no es lo mismo. Que la bondad de la solidaridad ya no existe. Que el trabajo ya no dignifica y está prohibido. Que la ayuda no permite el crecimiento ni intelectual ni el desarrollo futuro de la vida y de los jóvenes, que la ancianidad se ha vuelto una palabra de descarte, y que las persianas bajas son la pintura de cada cada cuadra.
¿En serio me lo dice Doña Matilda?
Sí, lamentablemente Don José. Yo se que usted no está pudiendo caminar muy bien, por eso lo llamé para ver si necesitaba algo, voy a salir a comprar unos víveres para mí, en el único negocio que nos queda en la cuadra del barrio, un pequeño mercadito, y de paso le traigo lo que usted necesite.
Sabe algo, no siempre me gusta pedir delivery, extraño tanto salir a la vereda y conversar con los vecinos de la cuadra, cuando todos tenían sus negocios con las persianas altas.
A veces Don José, las personas no se dan cuenta de lo que están dejando ir, los vínculos humanos, decir una palabra agradable, el abrazo, la mesa llena de gente, las risas, las bicicletas de los nietos apoyadas en la puerta, la iglesia del domingo, el paseo del sábado.
Perdóneme Don José, después le llevo sus cosas, ahora voy a colgar, debo secar mis lágrimas, se me nublan los ojos, he visto todas las persianas bajas.
¡Dedicado a cada Hombre y Mujer que inmigró para hacer con trabajo el país que fuimos!
¡Hasta la próxima columna, Amigos!
PERFIL. Paula Monsberger es: Magister en Relaciones Internacionales. Lic. en Ciencia Política, Relaciones Internacionales y Comercio Internacional. Profesora de Alemán. Maestra en Declamación y Recitado. Conductora de Radio y TV. Actriz.
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