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Cultura Relatos al pie

La venganza, de Avellaneda a Manchester

"...El Kun Agüero desparramó fútbol, potrero y goles por las canchas argentinas y españolas, donde llegó para vestir la casaca del Atlético de Madrid. Pero un buen día, el destino, lo llevó a esas mismas tierras inglesas que después del '82 nunca más

Por DIEGO PÉREZ*

En primer lugar me declaro, para que el lector sepa de antemano con quien trata, como un enfermo del fútbol, que no conforme con patear una pelota sin horarios ni climas que lo impidan desde los 5 años, también me detengo en cuanta pantalla se tiña de verde, en mi casa, en la de los vecinos que dejan abierta la ventana, en kioscos y bares y hasta en las tiendas de electrodomésticos o en los grandes supermercados que encienden los televisores para tentar a los desprevenidos consumidores. 

No importa si es fútbol europeo, si es el criollo, si es Primera, Nacional B, Torneos Federales, Regionales, o lo que sea que se transmita, a la hora que se transmita. Si mis ojos ven verde, ahí me quedaré. He tenido una cita en un bar solo para ver a Boca jugar un amistoso de verano a fines de los '80 contra unos austríacos, ganamos 1 a 0 con gol de Walter Perazzo y me senté estratégicamente de frente a la pantalla, a la que la mencionada señorita daba la espalda, y me la pasé viendo el partido y no terminé esa salida hasta que el árbitro no pitó el final del juego. 

El lector ya va imaginando quien soy, pero le haré otra aclaración, soy de los que siguen y se hacen hinchas o al menos simpatizan con los equipos de cualquier rincón del mundo donde haya un compatriota, jugando o dirigiendo y hasta me intereso en su posición en la tabla y si han superado a su clásico rival.

Y de yapa, aunque debiera ponerlo bien arriba, adelante, en los primeros compases de esto que cuando se lo nombra pasan de palabras a música, soy, mis estimados lectores, un tipo que creció jugando bajo el influjo de su nombre, lo he coreado, lo he usado en cada partido, aunque mis piernas obviamente no hayan respondido ni en un uno por ciento de sus capacidades, porque claro está no estaría escribiendo estas líneas y me ubicaría del otro lado del mostrador. A estas alturas habrán acertado quienes entienden que me refiero a D10S, al único y más grande jugador de fútbol de todos los tiempos, Diego Armando Maradona. 

Pero no nos vayamos por las ramas, esto solo va a muestra de con quién tratan. Que además de todo eso, soy lector de cuentos de fútbol, de autores variados, que van desde Fontanarrosa a Soriano, de Galeano a Sacheri, entre otros. Y justamente, a este último le debo estas líneas, porque fue capaz de escribir, de una manera precisa y exacta, todo lo que siento por Maradona y no había podido expresar nunca esa gratitud eterna, ese no molestarlo jamás, como un pacto, que obviamente como relata en su cuento, él no sabía que le debían y ahora Sacheri no sabe que le debo y voy a tratar de pagarle con la misma moneda. 

Incluso hasta hay una línea, un hilo conductor, que une los sucesos a los que voy a referirme. De la tarde en el Azteca mexicano, en cuartos de final, que dejó a los ingleses como partícipes necesarios de los dos goles más odiados y amados de la historia de los mundiales, el del robo con la mano y el mejor gol de todos los tiempos. Y como dice el relato de Sacheri, ellos siempre van a estar ahí, para toda la eternidad, como testigos impávidos de la obra de un genio al que nunca vieron venir. 

Este otro gol sobre el que voy a centrarme, los tiene como protagonistas, pero ya no a su selección, sino a dos equipos de su fútbol doméstico y a millones de hinchas de una ciudad atravesada por dos pasiones, una roja y una celeste, los diablos y los ciudadanos. 

Y aunque uno no crea en esas cosas del destino, o las predeterminaciones, la línea pasa por Avellaneda y es el cabezón Ruggeri, un testigo presencial de aquella hazaña del Azteca, el que lo hace debutar a los 15 años, rompiendo el récord de quien fuera justamente el héroe del '86.

Hasta ahí, recorriendo estos datos, sigo sin creer, pero después le sumo que se casó con la hija de D10S y que tiene un hijo que a su vez es nieto del más grande de todos los tiempos. 

El Kun Agüero desparramó fútbol, potrero y goles por las canchas argentinas y españolas, donde llegó para vestir la casaca del Atlético de Madrid. Pero un buen día, el destino, lo llevó a esas mismas tierras inglesas que después del '82 nunca más pudimos mirar sin dolor y se nos atragante un poco de angustia. 

Y el tipo llegó y comenzó con su festival de goles y gambetas, como si nada, como si el frío de Manchester no lo jodiera, como si esa persistente llovizna gris no lo afectara para nada y en el primer partido nomás, a pocos minutos de ingresar al campo de juego, se despachó con un doblete y siguió, tanto que sin pensarlo se convirtió en el goleador histórico del club, y tiene el récord de hat tricks logrados en la liga inglesa y está en el ránking de los máximos goleadores. 

Pero el destino, sí, otra vez esa palabra, le tenía guardada una sorpresa para la última fecha de su primer campeonato. Y es que los de celeste no se llevan un título de liga hace 44 años, además de contar los títulos que acumuló el rival de toda la vida en ese mismo tiempo, el United. Más coincidencias, como en Avellaneda, el rojo contra el celeste, solo que esta vez él no es rojo, sino celeste, vueltas de la vida que le dicen.

Y el torneo llega a la última fecha con el City arriba por un punto del United, más condimentos para un final de infarto. Y los dos partidos, allá y más allá, entre los vecinos, largan a la misma hora y los tipos están como antes los de acá, siguiendo el suyo con un ojo y con el otro relojeando el del vecino. Y el City arranca arriba con un gol de otro argento, si, más ingredientes y ellos festejan un gol de un argentino. Pero allá el vecino hace sus deberes y pasa a ganar. Por ahora todo bien y el City corta la racha de los 44 años. Pero esto es fútbol y nunca está todo dicho y el rival se despierta y en dos llegadas da vuelta la historia y pasa a ganar 2-1 y desata la locura de los vecinos y la tristeza infinita de los celestes.

Las tribunas están repletas de lágrimas, de tipos que putean, le pegan a la butaca, se comen las uñas, las manos, se quieren ahorcar con sus bufanditas. El partido sigue y en el arreón final, ya en tiempo de descuento, empatan y se ponen a tiro. Allá los rojos que están de azul ya ganaron y esperan, van preparando la fiesta, porque son ingleses y no están acostumbrados a este desorden de dar vuelta las cosas a cada rato. 

El problema es que falta lo mejor, la frutilla del postre. El tipo jugó lejos del área todo el partido, casi que ni la tocó y así y todo no lo sacaron. Pero se acuerda que tiene más potrero que todos esos juntos, se aburre de tanta organización y agarra una pelota cerca del área, tira una pared, entra a la zona de fuego con pelota dominada y ahí, justo ahí, donde a muchos les tiembla la pera, se les nubla la vista y apuran el remate, se toma un segundo más, casi que lo disfruta diría, porque cuando el central rival, un morocho de más de 1,80 metros se le tira con la pierna estirada para taparle el disparo, le amaga y le esconde la pelota como cuando jugaba en Avellaneda. 

Pero no es un amague serio, de oficina, de jugador europeo, el Kun le amaga con el cuerpo, le saca la pelota un instante, un par de centímetros que a esa velocidad parecen metros y le amaga con la cara, y se ríe y solo después de haberse divertido, mientras los propios y extraños comienzan a agarrarse la cabeza y piden el disparo, y ya se alteran porque el tipo no patea, solo después, en ese instante, le suelta un fierrazo que se va a morir al fondo del arco y la pelota, esa pelota, desata la alegría más grande que se recuerde en esa mitad de la ciudad, que no es Avellaneda, pero por la fiesta en las tribunas se le parece. 

Ahí no hay borrachos del tablón, sino tipos que pagan fortunas por una entrada, para verlo a él, a uno que en el '86 no había nacido, que pasa a ser el dueño de sus vidas futbolísticas en ese mismo instante. 

Y sale corriendo con la boca llena de gol hacia el mismo rincón que años atrás lo hizo Maradona en México, pero esta vez los ingleses son los que saltan desaforados, se abrazan, lloran, entran en un estado de éxtasis total, abandonados a la magia de un duende de potrero al que apodan Kun, que se saca la camiseta y la revolea, al que no le importa la flema inglesa, ni la solemnidad de la Reina, les pinta la cara de alegría, y ellos no saben, no tienen como saberlo o no pueden verlo, gritan un gol que en el fondo no les pertenece, gritan un gol que empezó con aquella transgresión de Rattín en el '66 en la alfombra de la Reina, se fue gestando con el derrotero de Villa y Ardiles tras el Mundial '78, explotó en el '86 con los goles de D10S, tuvo continuidad en el '98 en Francia, quiso ser una mini revancha en el 2002, pero se fue metiendo cada vez más adentro.

Porque si bien ellos tienen la plata y se llevan nuestros jugadores, estos dejan algo más profundo, dejan goles, dejan recuerdos inmortales, dejan una pasión que no conocían, y nos vamos metiendo cada vez más en sus raíces, que no será lo mismo que recuperar lo que nos robaron alguna vez, pero al menos es una pequeña satisfacción. Porque la pared pintada en el Etihad Stadium no tiene ingleses famosos, sino al Kun y la secuencia de un gol eterno, y ahora tendrá su estatua, para hacer inmortal su memoria y su legado. 

Porque cuando en unos años, un chico le pregunte a su padre que lo lleva por primera vez a la cancha, quién es el de la estatua o le pregunte por ese gol pintado en la pared, se dará cuenta que sus mejores recuerdos del fútbol se fueron a otras tierras, que esos goles no son suyos, y será demasiado tarde para ellos, los que inventaron el fútbol, y deberán debatirse en la paradoja de que aquellos a los que ultrajaron de una forma, encontraron otra forma para vengarse.

*Periodista

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