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Cultura Relatos al pie

Hoy juega Santana

"...No hay mucho para hacer en Jáchal a esa hora, así que Wilson Fernández se suma a la caravana y caminando se dirige a la cancha de Racing, al que llaman el verdinegro, en la esquina de Santiago Fúnes y Florida..."

Por DIEGO PÉREZ*

No hay mucho por hacer en ese caserío que quiere crecer y dejar atrás su estigma de pueblo eterno, a pesar de que en los libros ya se lo considera ciudad. Mucho menos un domingo a las 3 de la tarde, en pleno diciembre, con el sol cayendo sin piedad con el fondo de un cielo que hace meses no ve una sola nube ni por asomo. 

El tipo es alto y a pesar del calor mantiene una elegancia que no se ve con frecuencia por esos lares. Viste un traje beige claro, con zapatos que pugnan por mantener su blanco en el medio de las calles polvorientas. Sentado en un banco de la plaza principal de San José de Jachal, saca un pañuelo doblado con meticulosidad y se seca el sudor de la frente. Resopla y maldice su suerte de haber quedado varado ahí hasta el martes por lo menos, cuando lo busquen los directivos del club al que representa, que a estas alturas deben estar ya por regresar desde Buenos Aires.  

Wilson Eduardo Fernández tiene más de 50 años, es de tez blanca, a pesar de ser originario del norte de Chile, más precisamente de Copiapó y está radicado en Coquimbo, seguramente se debe a que sus padres eran gallegos, y llegaron después de un largo periplo a tierras chilenas. Fernández acompañaba a sus jefes en un viaje de negocios a Buenos Aires para ver un par de jugadores, pero el vehículo que los traía tuvo un desperfecto mecánico al regresar de Tucumán, una de las escalas previas del viaje para ver a un pibe de Tafí del Valle y lo dejaron a él al cuidado del vehículo, mientras ellos se dirigieron a San Juan y desde allí tomaron un colectivo a la capital. 

El calor no afloja y Wilson Fernández vuelve a sacar su pañuelo, se acomoda el sombrero de fieltro y trata de ubicarse en la diagonal que tira uno de los pinos de la plaza, frente a la iglesia. 

De pronto le llama la atención el movimiento de gente que comienza a salir de sus hogares, con bullicio y algarabía, con algunos bocinazos de los pocos autos que cruzan las calles Jachalleras. 

Un grupo de pibes pasa corriendo junto a él y a las apuradas, antes que se vayan de su alcance, les pregunta qué pasa, a qué se debe tanto movimiento y uno de los gurrumines, de pantalón corto y ojotas, de patas polvorientas, con la cara sucia le grita dándose vuelta, "hoy juega Santana". 

Fernández ya está de pie contemplando cómo la gente se encolumna con tranquilidad y se dirigen a la cancha de Racing, según le dijo un viejito que trataba de ponerse los broches en las botamangas de los pantalones para subirse a la bici. 

No hay mucho para hacer en Jáchal a esa hora, así que Wilson Fernández se suma a la caravana y caminando se dirige a la cancha de Racing, al que llaman el verdinegro, en la esquina de Santiago Fúnes y Florida. 

Nadie cobra entradas en el portón de ingreso, solo hay una tribuna de unos pocos escalones y la gente se amontona como puede, y el resto se ubica a los alrededores del campo de juego, en una cercanía riesgosa con las líneas de la cancha. Fernández alcanza a subirse al segundo escalón y allí, flanqueado por un viejo de unos 60 años, de barba desprolija y dientes discontinuados, se apresta a esperar el comienzo del partido. El viejo canta y salta como loco a su lado, parece haber recuperado una vitalidad milagrosa, lo mira a Fernández y se ríe como chico. 

Fernández ya se quitó el saco y trata de doblarlo cuidadosamente colocando sobre el antebrazo opuesto al que tiene el viejo al costado, a la vez que se afloja la corbata. En un momento de calma del viejo, Fernández le pregunta por qué tanta emoción y locura en la gente y recibe la misma respuesta que le dieron los chiquilines. Hoy juega Santana. 

El viejo parece recuperar la cordura y recuerda, mientras sus ojos se pierden en el verde pelado de la cancha, que ahí estuvo el día que vino la selección de San Juan, hace unos años, con todas sus figuras y la gente comenzó a pedir que jugara un purrete de apenas 10 años. Y aunque no se permitían los cambios aún en el fútbol, al ser un amistoso, dejaron que el chico juegue el segundo tiempo. Los Sanjuaninos tenían miedo de golpearlo, pero el nene la agarró esa tarde, la puso debajo de la suela y al primero que se le arrimó lentamente tratando de no chocarlo se comió un caño que nunca vio venir. El viejo gesticula con ademanes bruscos, como si estuviera viendo esas jugadas y le explica que después del segundo gol de Jáchal, ya no le perdonaron una más y lo iban a buscar como si fuera uno más de ellos y ni aún así pudieron encontrarlo. Ese y otros partidos que siguieron forjaron la leyenda y el latiguillo que recorre Jáchal y alrededores cada vez que juega Racing. Hoy juega Santana.

La multitud se levanta y Racing entra en la cancha, el viejo ya perdió la compostura otra vez. La gente se apresta a vivir una fiesta que Fernández no alcanza a comprender. En Chile el fútbol se mueve bajo otros parámetros y la gente mide más sus emociones. El viejo, que alcanza a decirle que se llama Domingo, recuerda también que ya han venido a buscarlo, que su fama ha trascendido las fronteras del Valle y emisarios de clubes como San Lorenzo llegaron al pueblo tratando de llevárselo, pero ninguno pudo.  

El silbato del referí suena con fuerza y el juego se pone en marcha. A Fernández no le cuesta distinguirlo entre los jugadores, José Dalindo Santana, con la 10 en la espalda, se mueve de una manera distinta a todos. No es alto, pero es un morocho de piernas morrudas, fuertes, un tipo atlético, una vez que se afirma con pelota dominada no hay forma que se la puedan sacar. 

Fernández es técnico en las inferiores de Colo Colo y era parte de la misión que vino a buscar jugadores y ya se imagina el fenómeno Santana del otro lado de la Cordillera de los Andes. Ya se ve ante sus jefes anotándose el mérito de semejante descubrimiento y hasta se anima a soñar con un ascenso como entrenador de la primera, que no viene muy bien últimamente, porque el pelado Carvallo que trajeron de Brasil no da pie con bola en el armado del equipo y el 10 que le sacaron a los colombianos del América de Cali fue un verdadero fracaso, apenas jugó dos partidos y hasta el propio brasilero tuvo vergüenza de ponerlo. 

No hay manera de describir lo que Wilson Fernández vio esa tarde, goles, asistencias, caños, sombreros, lujos de todo tipo, hasta el gol que Pelé fallaría en el '70 ante Uruguay años después, Santana lo hizo. Fue a buscar un pase en profundidad del centrojás y entró en diagonal de izquierda a derecha, el arquero salió como loco y se comió el amague de Santana, que se interpuso entre la pelota y el arquero y sin tocarla abrió sus piernas y la dejó pasar y la fue a buscar por el otro lado del arquero, que se quedó parado sin atinar a buscar el balón o agarrar a Santana, que ya tocaba de zurda al gol. 

Una vez concluido el partido, Fernández, con todos sus sueños encima se fue como loco, derecho a Santana. Se fue abriendo paso entre el gentío y como pudo se metió en el vestuario de la cancha, donde Santana estaba ajeno al festejo, sentado en una silla de chapa, al fondo, comenzaba la rutina de sacarse la camiseta para cambiarse. 

Estaba eufórico, lo abordó casi con violencia. 

- "Usted, caballero, usted, no puede jugar de esa forma, lo felicito, lo que hizo hoy fue una verdadera obra de arte". Santana al principio no le prestó atención, pero después ante la insistencia del tipo, lo miró y esbozó una sonrisa forzada, algo tímida, y le dio las gracias.

Fernández se retó a si mismo por no haber llevado el maletín con la copia del contrato base, para dejar comprometido a Santana de una vez, pero no se achicó con los amagues que el habilidoso 10 tiraba a sus requerimientos y fue insistente. 

"Caballero, usted puede ser una figura en el fútbol chileno, alguien indiscutido en el Colo Colo, podemos ofrecerle un contrario millonario, tendría un departamento, automóvil, viáticos, lo que necesite estaría a su disposición", le ofreció directamente.

"Mire amigo"- le respondió Santana bajando la voz y tratando de acercarse a Fernández para que nadie escuche, "no hay forma que me vaya de Jáchal". Fernández estaba a punto de enloquecer, no podía darse el lujo de perder a semejante diamante en bruto, esa joya que podría reverdecer las tardes de domingo en el Nacional de Santiago, atraer multitudes, agitar pasiones y Santana era la pieza indicada para eso. Ya se imaginaba la tribuna del Cacique colocolino al primer caño del 10. 

En eso estaba, cuando entró el Comisario de Jáchal, Eusebio Oyarzábal, acompañado de dos agentes del orden. El vozarrón del uniformado retumbó en el techo de chapas y se escuchó clarito: "José Dalindo Santana". El aludido lo miró con resignación mientras se terminaba de colocar una remera roja que le quedaba algo chica y dejaba entrever lo macizo de su contextura física. 

El Comisario hizo un gesto de incredulidad, y le preguntó, "¿fuiste vos?", a lo que Santana solo pudo asentir con la cabeza. Se levantó lentamente y se encaminó hacia la salida del vestuario, ante la mirada perpleja de los presentes que lo vieron salir. Fernández no entendía nada, su castillo de naipes se descalabraba de un plumazo, su estrella se la llevaban las fuerzas del orden. Buscó entre la gente alguien que le diera una respuesta y la tuvo de un fanático vestido de verdinegro de pies a cabeza. 

"Santana le metió 3 tiros anoche a Jorge Herrera, por una cuestión de polleras, pasa que aunque todos lo sabían, hoy era la final con los de Huaco y el Comisario no iba a dejar que esos desagraciados nos vinieran a ganar y dar la vuelta en la cara", le explicó. 

Fernández no daba crédito a lo que oía, se sentó en la silla en la que instantes antes había estado Santana y se secó el sudor frío que le recorría la cara. Su ascenso estelar a la primera debería esperar. El vestuario se fue despejando lentamente y quedaron por el piso los papelitos del festejo.

Al salir de la cancha, el sol ya había aflojado un poco, Fernández se puso el saco otra vez y con el pañuelo, que ya había perdido la pulcritud, se sacudió el polvo de los zapatos blancos y arrancó para el lado del centro, al hotel, a esperar noticias de sus jefes, para ver cuando podían pasar a buscarlo. 

A su lado pasó el viejo de la bici, ya sin los broches en las botamangas, silbando bajito, y murmurando algunas frases sueltas e incoherentes. Pero la última que escuchó Fernández, antes que el viejo diera la vuelta en la esquina de la plaza, fue clarita, "hoy juega Santana" y se perdió detrás del polvo que levantaron dos autos que festejaban el triunfo de su ídolo.

*Periodista

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