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Opinión RELIGION

Historia de los judeoconversos en España

Cuando el franquismo ocultó el linaje de Santa Teresa de Ávila.
Adolfo Kuznitzky

Por Adolfo Kuznitzky

El hecho referido en el título se relaciona con la historia de los judeoconversos en España. Según Ángel Alcalá, más que los intelectuales judíos del medioevo, fue la identidad judeoconversa el doble puente entre la cultura española judía y la cultura española cristiana.

Por numerosas razones, la historia de los judíos de España es singular, y una de ellas sobresale. Se trata de la enorme cantidad de judíos que había en España, y de la también enorme cantidad que se convirtió al catolicismo, la mayoría de ellos con violencia o presiones de diverso tipo.

Algunas sinceras, otras fingidas, dieron origen al marranismo, cuestión que en España generó la instauración del tribunal especial de La Inquisición, diferente a los de otras naciones, ya que fue estatal y eclesiástico.

Los judeoconversos

La irrupción de esa enorme cantidad de judeoconversos, que un historiador metaforizó diciendo “al principio fue un goteo, pero después un torrente”, produjo un enorme malestar en la sociedad católica, dada la competencia que significó en determinadas actividades, especialmente la carrera eclesiástica, por la cual los judeoespañoles se mostraron especialmente interesados, logrando acceder a las más altas jerarquías.

Sólo a manera de ejemplo pueden mencionarse los casos de Diego Laínez, en la Compañía de Jesús; San Juan de la Cruz, místico, como Santa Teresa; Hernando de Talavera, confesor de la reina, o el prestigioso Fray Luis de León. Todos ellos de probado origen judío, salvo, hasta no hace mucho, el caso de Santa Teresa de Ávila. Al punto que se transformó en una adalid de los sectores conservadores y nacionalistas, como paradigma de los valores tradicionales de España. Esa situación probablemente se debió al hecho de que su progenitor acreditó su hidalguía mediante artimañas, lo que era bastante común en aquella época.

La tensión social entonces existente hizo que se generalizara la implantación de los Estatutos de Limpieza de Sangre, normas que impedían a los judeoconversos acceder a ciertas actividades o profesiones como las carreras religiosas.

En el caso de Diego de Laínez, de probado linaje judeoconverso, pudo llegar a las dignidades de segundo General de los jesuitas y embajador pontificio en el Concilio de Trento, porque lo fue antes de las medidas discriminatorias. Más adelante, a pesar del enorme prestigio de ese religioso y después de muchas polémicas y la opinión adversa de su fundador, Ignacio de Loyola, la orden terminó claudicando e incorporó dichos Estatutos, que recién fueron derogados en 1946.

En cuanto a Santa Teresa, su relevancia religiosa la colmó de honores y distinciones. Basta mencionar su cualidad de santa y el repetido hecho de que, en dos ocasiones, las Cortes la declararon copatrona de España, junto al Apóstol Santiago.

En 1930 una importante personalidad de la iglesia escribió una obra que denominó Santa de la Raza y, en 1965, Pablo VI la proclamó primera Doctora de la Iglesia. Años después, en 1982, Juan Pablo II viajó a España para clausurar los actos conmemorativos del cuarto centenario de su nacimiento, y allí celebró misas multitudinarias en su honor.

Decíamos que Santa Teresa, a pesar de ser mujer, fue el símbolo de la España Católica y de los sectores más endurecidos, sostenedores de la Limpieza de Sangre. En consecuencia, se puede decir que fue un antecedente del antisemitismo moderno, caracterizado por perseguir a las personas por “ser” y no “por hacer”. Esa persecución ontológica, y esa descalificación, o mancha indeleble, es algo que nos aproxima al racismo.

Pasaron los siglos, y fue eliminada, pero esos sectores reaccionarios han persistido en todas las épocas, y con mayor razón en plena época franquista, plena de convicciones conspirativas, aunque con una particularidad que describiremos más adelante.

Un hallazgo inquietante

Decíamos que, en 1946, un hallazgo historiográfico casual conmovió a sectores académicos, pero se tuvo especial cuidado para que no trascendiera más allá de ese pequeño grupo de historiadores. Todo ello ocurre cuando el historiador Narciso Alonso Cortez descubre, entre una serie de pleitos inquisitoriales, que Alonso Sánchez de Cepeda, su padre, y Alonso Sánchez de Toledo, su abuelo, fueron penitenciados y condenados a usar un “sambenito” por un corto tiempo. Fue tal la conmoción del historiador que, según se comenta, ni él lo podía creer. La santa idolatrada tenía la sangre manchada por ser descendiente de judíos.

Para dimensionar la magnitud de ese acontecimiento, citaremos al prestigioso hispanista francés, Joseph Pérez, quién como pocos defendió el honor de España, tratando de desarmar la leyenda negra que pesaba sobre esa nación causándole un desprestigio que hasta hace poco seguía vigente.

Escribe el citado autor respecto del hallazgo: “En los años de 1940, obsesionada por el complot ‘judeomasónico’ en una España cuyo jefe, Francisco Franco, no se separaba nunca del ‘brazo incorrupto’ de Teresa de Jesús, proclamada Santa de la Raza, el escándalo fue mayúsculo. Muchos no se lo creyeron; otros prefirieron ocultar los datos. Durante cuarenta años el legajo desapareció del archivo; o no se encontraba o no estaba en su sitio. Pero era tarde: los documentos principales habían sido publicados en revistas académicas; no hubo más remedio que admitir los hechos; la Santa de la Raza era hija y nieta de conversos”.

Una columna del filósofo e historiador Reyes Mate en el diario El País señaló: “Durante siglos, los estudios históricos sobre la persona de Santa Teresa han obedecido más a intereses apologéticos que al rigor de la investigación; de ahí las sucesivas manipulaciones biográficas haciéndola pasar de la santa doctora a la santa taumaturga, para acabar en la santa de la raza. Pero ¿de qué raza? Hoy los iniciados saben que Santa Teresa era judía”.

También el carmelita descalzo, padre Efrén de la Madre de Dios, otro “teresianista” escribió una obra que tituló “Tiempo y vida de Santa Teresa”, y temeroso del “efecto moral”, según Javerre, trató de suavizarlo mediante la versión de que los antepasados de Teresa eran cristianos viejos convertidos al judaísmo, versión poco verosímil que corrigió en una edición posterior, cuando admitió sin disimulos que el abuelo de Santa Teresa había sido un judeoconverso.

Para concluir, cabe preguntarse, haciendo un ejercicio de historia contrafactual, si la consideración que mereció Teresa de Ávila, hubiera sido tal si se hubiera conocido desde un comienzo su linaje judeoconverso. Nos atrevemos a decir que no, porque el prejuicio antisemita era tan contundente que llegó con fuerza al siglo XX, a pesar de que ya no existían la Inquisición ni disposiciones relacionadas con “la mancha judaica”.

No obstante, hay que aclarar que, en la mencionada época, dado que no quedaban judíos, se descubrió que los que se habían exiliado conservaban intacta, después de siglos, la cultura española. De esa comprobación surgió una corriente de simpatía a la que se denominó “sefardofilia”, de la que participaron con mucho entusiasmo sectores de “derechas”. Esa situación fue excelentemente descripta por Payne como “la paradoja española: el prejuicio tradicional y la sefardofilia”. Sin embargo, Franco siguió mencionando el complot judeomasónico hasta poco antes de morir en 1975.

(*) Miembro de Honor del Centro de Investigaciones y Difusión de la Cultura Sefardita.

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