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Opinión REFLEXIÓN. POR MARCELO CARIGNANO

Paradojas, aporías y memorias selectivas en el frágil siglo XXI

En 1945, Karl Popper propuso un debate, entre otras cosas, sobre los niveles de una sociedad democrática y liberal.
Marcelo Carignano

Por Marcelo Carignano

No es casualidad que Karl Popper haya elegido el año 1945, fecha en que la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, para dar a conocer La sociedad abierta y sus enemigos. El filósofo vienés escribió el estudio durante el exilio, y en el texto se plantean temas que son sempiternos. O, al menos, que existirán mientras exista la raza humana.­

Una de las materias que Popper comienza a desarrollar en La sociedad tiene que ver con los niveles de tolerancia que una sociedad -democrática y liberal- puede y debe aceptar.­

La paradoja de la tolerancia’’ engloba un concepto simple de explicar, pero muy complejo de poner en práctica. El filósofo sostiene que una sociedad que tolera las ideas intolerantes se someterá, siempre, a la fuerza de los intolerantes. Éstas, aclara, son inherentemente peligrosas; y el resultado es la destrucción de esa sociedad tolerante.­

Entonces, señala Popper, en primera instancia la sociedad debe combatir a los intolerantes con un discurso público cívico y con argumentos racionales. Luego, si esa acción fracasa, los tolerantes deben ser intolerantes con quienes habían sido intolerantes en primera instancia. Cabe preguntarse, seguidamente: ¿Y la libertad de expresión?

¿Se debe dejar que cualquier persona exprese cualquier discurso, por más violento o pernicioso que éste sea en términos democráticos?

En principio, ese límite debería ser demarcado por la propia sociedad, y no por un Gobierno -de cualquier espectro ideológico-, porque el paso al autoritarismo es nimio entre quienes tienen tanto afecto a la permanencia en el poder.­

El lenguaje­

Ocurre lo mismo con el idioma. Los cambios no pueden implementarse desde el Estado hacia el pueblo, si no lo opuesto. Es con el uso cotidiano y extendido que el lenguaje se vuelve oficial e inclusivo, el caso contrario determina más bien un ejemplo de dominación.­

Es en las redes sociales donde pueden observarse con claridad estas batallas culturales y discursivas. Ejemplos abundan. El republicano Donald Trump fue eliminado de Twitter, la red social política por excelencia, y no así mandatarios iguales de nocivos para la democracia como Nicolás Maduro o Rosario Murillo, por mencionar solamente a personajes del continente americano.

Derechos, libertades, límites. En la era del wokismo, la progresía cancelatoria y los valores relativos, aquellos tres términos a los que se vincula siempre -y de forma peyorativa- con la derecha, son considerados atributos negativos en individuos y grupos. La cultura woke al igual que las autocracias, patronas de la intolerancia, decide qué, cómo, a quiénes y dónde se pueden decir ciertas cosas. Todavía peor: modifican el ayer creando recuerdos convenientes para pavimentar una senda de mano única.­

En ese camino hecho de piedras partidas, hábilmente colocadas por jornaleros del relato (intelectuales, periodistas, artistas, políticos, gremialistas), la memoria es emplazada en un sitio especial. La palabra lleva cursiva para resaltar su carácter particular, puesto que se trata de una herramienta hipersubjetiva utilizada para reemplazar un sustantivo que, en muchas ocasiones, se le opone en cuanto a significado: la Historia.­

Es así que se alteran hechos anteriores para que el presente (o el futuro inmediato, que es casi lo mismo) posea un valor moral acorde a ciertos principios. Y, con ese poderoso martillo juzgador en la mano, dictaminan qué/quién es intolerante hasta que, irremediablemente, se compele a la sociedad a que lo suprima.­

En estos casos, poco importa la verdad, incluso ante la evidencia empírica en tiempo real.­

La historia­

­No debiera ser necesario, pero sí lo es, destacar la importancia que tiene separar estos dos conceptos para referirse a uno o varios episodios del pasado. La Historia se refuerza en documentos, escritos y fotográficos, en diversas fuentes que confirman lo sucedido; en tanto que la memoria impone más una idea de un hecho que un hecho en sí. Y, si se repite lo suficiente sin nadie que refute esa imposición ideológica, la memoria termina por reemplazar secciones de la realidad pasada para beneficiar a quien disemina el relato desde diversos sectores de la cultura y la política.­

Tres años después del estudio de Popper, Winston Churchill sostuvo: Por mi parte, considero que será mucho mejor para todos los involucrados dejar el pasado a la historia, especialmente porque propongo escribir esa historia’’.

La frase es erróneamente recordada como la historia será benévola conmigo, porque pienso escribirla’’, en lo que se observa un doble juego de esta memoria a la que hacemos referencia. Por un lado, cómo la cita se transformó para modificar el significado de la misma, con el objetivo de oscurecer la figura de Churchill y poner en duda su protagonismo en la caída del III Reich.

Por el otro, el ambiguo intento del ex primer ministro del Reino Unido de empujar hacia las generaciones venideras los detalles del conflicto bélico, mientras él escribía el primer volumen de su obra La Segunda Guerra Mundial, con el que ganó un Premio Nobel en 1953.­

La paradoja de la intolerancia’’ es una discusión difícil, una idea impracticable. Una aporía, tal como describían los academistas griegos a este tipo de problemas. En cambio, es posible -y acaso un deber- corregir a quienes utilizan el hipersubjetivismo de manera intencional y artera para presentar hechos históricos.

Es una tarea fatigante, aunque es posible que ayude a resolver algunas de las tantas carencias que nos impiden vislumbrar un futuro más atractivo.­

VOCES

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