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Opinión VOCES

Por qué reconsiderar los años 90 es fundamental para salir de la decadencia

Durante los años 90, bajo el liderazgo de Carlos Menem, se consolidó la democracia inaugurada por su antecesor Raúl Alfonsín, se llevó adelante un drástico cambio en la política exterior, se puso en marcha un plan de estabilidad y crecimiento y se clausuraron antiguas antinomias
Mariano Caucino

Por Mariano Caucino

La conciencia nacional se construye en base a ideas, interpretaciones y mitos sobre el pasado. La lectura errada sobre la historia reciente es uno de los mayores obstáculos para comprender por qué estamos como estamos y por qué la Argentina vive la sensación de decadencia sin fin a la que asistimos.

Por ello es imperativo revisar qué ocurrió en la Argentina con las reformas de los años 90 y la contra-reforma que le siguió.

Dos hechos que se proyectan en nuestro presente. Como antesala del tiempo que vivimos. Y sobre el que una incorrecta interpretación amenaza con bloquear nuestro futuro.

Una serie de mentiras y medias-verdades sobre los años 90 siguen taponando la posibilidad de alcanzar el progreso.

Acaso sea necesario recordar que en 1989 se produjeron en el Orden Mundial profundas transformaciones que coincidieron con una crisis económica fenomenal en que estaba atrapada la Argentina.

Durante los años 90, bajo el liderazgo de Carlos Menem, se consolidó la democracia inaugurada por su antecesor Raúl Alfonsín, se llevó adelante un drástico cambio en la política exterior, se puso en marcha un plan de estabilidad y crecimiento y se clausuraron antiguas antinomias que dividían a los argentinos.

Por supuesto, hubo aciertos y hubo errores. Pero a menudo siento que hemos confundido unos y otros. Porque muchos de los defectos de los años 90 fueron profundizado mientras que casi todas sus reformas positivas fueron revertidas.

Una lectura realista de las grandes transformaciones que se produjeron entre 1989 y 1991 cuando cayó el Muro de Berlín, se derrumbaron los regímenes comunistas de Europa Oriental y se desintegró la Unión Soviética llevaron a aquel gobierno a hacer grandes cambios en la política exterior.

Los EEUU habían emergido como única superpotencia tras el fin de la Guerra Fría. En los años 90 tendríamos las mejores relaciones con Washington de toda nuestra historia, al punto que el país sería reconocido con el status de aliado extra-OTAN. Los argentinos ingresaban sin visa a los EEUU y el Primer Mundo parecía al alcance de la mano.

Abandonando el tercermundismo, nos retiramos de No-Alineados (NOAL). Y con su política pro-occidental Menem fue el primer presidente argentino en viajar a Israel y a hacer lo propio en la primera gira oficial al Reino Unido después de la guerra de Malvinas.

Pero al mismo tiempo, continuado una política lanzada por Alfonsín, se institucionalizó el MERCOSUR y se concluyeron los diferendos con Chile, logrando cerrar disputas territoriales. Una política de paz y amistad que tendría en los reluctantes Néstor y Cristina Kirchner dos irreductibles opositores.

Como es sabido, en 1989 la situación económica era calamitosa. No toda la culpa era de su antecesor: los años 80 habían sido terribles para todos los estados sudamericanos, en buena medida por la caída del precio de los commodities y porque en busca de controlar la inflación en EEUU, la Reserva Federal había aumentado drásticamente las tasas de interés.

Décadas de inflación, déficits y un persistente aumento del gasto estatal llevaron al colapso de la economía. Consumido por la crisis, en medio de la híper y la crisis de los servicios públicos, Alfonsín se vio obligado a “resignar” el poder antes del cese de su mandato. En cesación de pagos y sin reservas la Argentina parecía en un tobogán.

Fue entonces cuando se lanzó un programa de emergencia económica y una reforma del Estado, en el marco de un acuerdo político con la UCR.

A partir de la llegada de Domingo Cavallo se derrotó la inflación, logrando reducir en gran medida la tasa de pobreza que había estallado con la hiperinflación.

El modelo económico de los 90 implicaba otorgar a las fuerzas productivas toda la libertad que fuera posible con el menor grado de regulación que fuera necesaria.

En procura de cerrar las heridas del pasado y alcanzar la reconciliación nacional, se repatriaron los restos de Rosas y llegaría a abrazarse con Isaac Rojas, máximo representante del antiperonismo. Y a diferencia de nostálgicos de luchas imaginarias supo perdonar a sus carceleros, los que lo mantuvieron como preso político durante la dictadura.

Se cometieron errores. Por supuesto. Nadie está exento de ellos. Pero los logros eran reconocidos, al punto que su sucesor ganaría las elecciones prometiendo mantenerlos.

En 1999 tuvo lugar la transición más ordenada en tiempos recientes. La Argentina mostraba los mejores indicadores económicos de las últimas décadas. La inflación había sido derrotada y el país vivía en estabilidad en un marco de plena vigencia del sistema democrático. Una prueba de ello fue la inclusión de la Argentina en el G-20, membresía que se conserva hasta el día de hoy gracias a los años 90.

Estoy convencido de que no podremos revertir la gravísima crisis social, económica y espiritual que nos embarga si no logramos hacer una lectura adecuada del pasado inmediato.

Porque la Argentina, en rigor, no resolvió la crisis de 2001.

Acaso la esquivó. Porque el país volvió a crecer fuertemente entre fines de 2002 y 2008 por medio del atajo de un incremento extraordinario de la demanda externa -determinada fundamentalmente a partir del ingreso de China a la OMC (Noviembre de 2001)-, un aumento de los precios de los commodities y la fenomenal capacidad instalada del aparato productivo y la inversión en infraestructura de la década anterior.

Pero a partir de 2011, se detuvo la senda de crecimiento como consecuencia de una política cada vez más estatista y un aumento irresponsable del gasto público consolidado -entre los tres niveles de gobierno Nación, provincias y municipio- que pasó del 25 al 45 por ciento del PBI entre 2001 y 2015.

Para entonces un paradigma estatista había sustituido el paradigma modernizador de los años 90.

Una concepción profundamente equivocada sobre qué había ocurrido en la Argentina llevó a que incluso quienes eran opositores al kirchnerismo se vieran impedidos a reconocer el legado positivo de los años 90. Hablar de apertura económica, desregulación, privatizaciones se había transformado en un tabú.

Hoy, por el contrario, resulta una verdad autoevidente advertir el agotamiento del modelo kirchnerista.

De pronto, nos dimos cuenta que el Gasto Público no resuelve los problemas. Y que a menudo los agrava. Y que millones de planes sociales no han hecho otra cosa que eternizar la pobreza.

Porque el camino al infierno puede estar empedrado de nobles intenciones. Pero hablar todos los días sobre los pobres no resuelve la pobreza. Extendiendo una sensación de fracaso colectivo que no puede eliminarse con Mesas del hambre, seminarios, congresos y simposios sobre la temática -casi siempre en hoteles lujosos- que se han reproducido casi a la velocidad de la pobreza que buscaban combatir.

20 años de kirchnerismo nos han dejado un saldo de millones de pobres. En medio de un festival de aumentos de impuestos, imposición de tributos extraordinarios, amenazas de expropiaciones, confiscaciones o intervenciones de empresas, ataques permanentes a quienes buscan resguardar sus ahorros y hasta el aval estatal a las tomas de terrenos, ante la vista y paciencia de las autoridades.

La lectura equivocada de los hechos del pasado reciente explica en gran medida el fracaso que hoy nos embarga.

Porque aún con todos los dramas, la Argentina puede volver a ser un gran país.

Por ello es fundamental el coraje para entender algunas cuestiones. Que el mérito no es mala palabra. El acomodo lo es. Que la propiedad privada no es un privilegio sino un derecho anterior al Estado. El que surge del concepto moral de que la propiedad es el resultado del trabajo humano. Y que la inversión es hija del ahorro y ésta de los bajos impuestos y la seguridad jurídica.

Porque el Estado fue creado para garantizar la seguridad en pos de una vida en común y no fue concebido como una máquina de expoliación de los contribuyentes.

Lo que equivale a recordar que la Constitución creó al gobierno al servicio de los hombres y no a los hombres al servicio del gobierno.

Para revertir el camino decadente en que estamos inmersos, la Argentina necesita liberarse de mitos y falsos arquetipos. Y una cierta idea de grandeza consistente en liberar la capacidad creativa de los argentinos.

La Argentina necesita hacer un giro en U que promueva un programa económico de estabilización y crecimiento basado en una economía popular de mercado con bajos impuestos, pleno respeto a la propiedad privada y promoción de la generación de trabajo genuino para terminar con los estigmatizantes planes sociales eternizadores de la pobreza.

VOCES

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