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Opinión VOCES. CAROLINA SÁNCHEZ AGOSTINI

¿Quién nos espera cuando se apagan las luces?

A los distintos análisis sobre los deportistas, los valores y el juego en sí mismo, se suma una consideración central que tiene que ver con eso que todos piensan cuando las luces se apagan, cuando el partido termina, cuando hay que compartir la alegría: la familia.
Carolina Sánchez Agostini

Por Carolina Sánchez Agostini

Minutos después de terminar lo que fue para los jugadores de la selección el partido de su vida, conmovieron las imágenes y declaraciones con sus familias: destacan la imagen de Lionel Messi pidiendo que traigan a sus hijos a la cancha, la de Ángel Di María besando a su esposa, la de Lionel Scaloni recordando a sus padres entre lágrimas.

Interesante es la pregunta que plantea el psicólogo deportivo Sebastián Blasco: “Más allá del brillo y la seducción que irradia el trofeo, es necesario preguntarnos ¿qué hay detrás de esta copa?”. A los distintos análisis sobre los deportistas, los valores y el juego en sí mismo, se suma una consideración central que tiene que ver con eso que todos piensan cuando las luces se apagan, cuando el partido termina, cuando hay que compartir la alegría: la familia.

La imagen de Messi sacándole una foto a su mujer Antonela con la copa del mundo encierra muchas reflexiones. El balón de oro, el mejor jugador del mundo, el deportista consagrado y reconocido por los íconos más importantes de las distintas disciplinas del deporte internacional, durante el festejo más esperado de su vida, aparece sacándole una foto a su esposa, mientras sus hijos miran entusiasmados. El cuadro habla de que no solamente logró lo que quería lograr, sino que, a todas luces, lo está compartiendo con quien lo quería compartir.

Compartir los logros con otros es parte esencial de lo que necesitamos como personas relacionales que somos. Y la experiencia y la evidencia empírica nos demuestran, dando un paso más, que el ser humano es un ser familiar. No nos alcanza con unas cervezas a la salida del trabajo, o con un viaje con amigos, o con una salida por sofisticada que sea. Hay algo en el corazón que nos late más fuerte, nos pide más incondicionalidad, nos lleva a desear algo más hondo. Ahí aparece la familia como ámbito de solidaridad y reciprocidad plenas, siguiendo al sociólogo contemporáneo Donati, en el que aprendemos a querer, a perdonar, a sufrir y también a sanar, a compartir. Ese ámbito en el que no nos quieren por algo en particular que tenemos o que logramos: nos quieren simplemente por existir.

En nuestras investigaciones, más del 80% de los adolescentes manifiesta que le gustaría encontrar un amor que lo acompañe siempre. Entre las características que quisieran que esa persona tenga, las tres más elegidas son: “que sea buena persona”, “que tenga sentido del humor” (es decir, que disfrutemos el tiempo juntos), y “que esté en los momentos difíciles”.

Después, este porcentaje cae abruptamente cuando les preguntamos si eso que desean les parece posible. El anhelo familiar brilla en el corazón; la percepción de que el amor sano e incondicional es posible, brilla por su ausencia.

“Muchas veces el fracaso es parte del camino y del aprendizaje”, escribió Messi esta semana. Parte de ese aprendizaje que nos comparten a todos, es que hoy festejan este triunfo con las mismas personas que los sostuvieron en lo que consideran sus fracasos: Messi con Antonela cuando anunció su renuncia a la selección; Di María con Jorgelina cuando no lo convocaban; Scaloni con sus padres y con Elisa cuando todos dudaban de él.

Entre el anhelo de incondicionalidad y amor profundo, y la creencia de que eso no es posible, hay una distancia que se puede acortar de diversas maneras. Un primer paso puede ser detenernos y reflexionar sobre qué tipo de proyecto relacional queremos para nuestra vida, y qué estamos haciendo para conseguirlo (o qué tendríamos que dejar de hacer).

En una época en la que vamos a mil, la competitividad profesional está desatada, la búsqueda de satisfacciones personales está cada vez más a flor de piel, y pareciera que lo más importante son los logros individuales, necesitamos volver a lo esencial. A eso que nos late más profundamente, a eso que nos hace felices de verdad, a eso que nos lleva a salir de nosotros mismos y construir un amor que, pase lo que pase, nos va a estar esperando cuando las luces se apaguen.

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