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Cultura Literatura

Tres relatos

Escribe Daniel Salzano

LUNA

La primera historia de la Luna, consta en actas, data del siglo III antes de Cristo, cuando Clodio, pastor de Tebas, estableció que la distancia que había hasta la Luna equivalía a 100 rebaños de ovejas acomodadas una a continuación de la otra, cola con cabeza, cola con cabeza, cola con cabeza.

La segunda, más cercana, tuvo como protagonista al cineasta Georges Méliès, que al despuntar el siglo XX contrató a media docena de odaliscas, las subió a una nave de juguete y en el patio de su casa filmó las alternativas del primer alunizaje. La Luna de Mélies era un zapallo de pocas pulgas que cuando alguna odalisca se arrimaba demasiado, ñam ñam, se la comía de un bocado.

La tercera se le ocurrió a Borges: el científico más reputado de la corte de Beauvais dedicaba toda su existencia a la confección de una enciclopedia cuya misión era recopilar todas las cosas de la vida. En el momento de morir, y con el trabajo terminado, el sabio advertía que se había olvidado de incluir la Luna.

No hay, sin embargo, en todas las historias de la historia de la Luna ninguna que supere en posibilidades a la que viene circulando insistentemente a través de Internet y según la cual el alunizaje de 1969 fue un fraude tramado y filmado en tierra firme por la Nasa para sosegar las ínfulas espaciales de la URSS. ¿De dónde sale ese vientito que hace flamear a la bandera norteamericana? ¿Por qué las sombras de los astronautas Armstrong y Aldrin, a pesar de estar parados en el mismo sitio, son tan diferentes entre sí? ¿Por qué la iluminación es tan despareja? ¿Esa letra C que aparece al pie de una roca a qué se debe? ¿El verbo truchar cómo se traduce? 

Los ilusos que emplearon sus vacaciones para viajar a la Nasa y fotografiarse como héroes, apoyados en el cofre que contiene las piedras de la Luna, podrán a partir de este momento, agregar sus propios capítulos a la historia. 

OH, CIUDAD, CÓMO TE JUNO

Precedida por un camioncito que escupía los grandes éxitos de Paul Anka, una modelo con los glúteos subrayados por unos revolucionarios mamelucos de látex se instaló en la esquina de San Martín y 9 de Julio, desplegó una sombrilla con los colores de la joda y, en una época en la que los hombres se afeitaban a las 6 de la mañana con navaja y agua fría, comenzó a promocionar las revolucionarias bondades de las afeitadoras Phillips.

Si en un minuto cronometrado por reloj la chica no te dejaba la cara hecha un espejo, entonces subías al podio de los vencedores, sonaban las cornetas de la gloria y el jefe de relaciones públicas de la empresa te regalaba un billete de 10 pesos. Nuevo. En serio. Primero, te sentaban sobre un banquito de aluminio, después ponían en marcha el cronómetro y entonces ella te levantaba la pera, te desplazaba la nariz y al final, con la cara rasurada, tenías que enseñarles las patillas a los negros de la cola que esperaban su turno muy serios y muy silenciosos y muy preocupados, porque no sólo iban a traicionar por primera vez en su vida a la yilé sino que lo iban a hacer al aire libre y a manos de una mujer.

Oh, ciudad, cómo te juno.

Donde estacionó el camioncito de la Phillips, hoy existe un agujero sentimental que conduce al centro de la Tierra. En esa esquina estaba el Trust Joyero Relojero; a la izquierda, una locomotora de aluminio que fabricaba praliné, y en el Palace, a la derecha, vivía la familia de la Sarli. Al lado, había una sastrería que vendía sobretodos de color azul marino. Ese señor que acaba de comprar uno es mi papá. 

CASABLANCA

Bogart era un tipo duro. Mientras dos gorilas de saco cruzado se acercaban en un bar para fajarlo, él vaciaba un gran vaso de whisky repleto de cubitos y después, sin dejar de sonreír, los observaba con fijeza. Intimidados por el ruido de los pedazos de hielo triturados por sus dientes, los matones retrocedían. Eso sí, era incapaz de irse a dormir sin llenar de leche el plato del gatito.

Ingrid Bergman por su parte era por dentro tan dura como Bogart, pero por fuera era tan dulce como un montón de Ave María. Su especialidad era permanecer en primer plano con sus ojos calientes a punto de estallar y después, cuando lloraba, el público sentía como un arpón hundido en la boca del estómago del corazón. Pero eso no era todo: odiaba a los fascistas, se enamoraba de tipos moribundos y una vez se definió a sí misma como un tiburón, porque si no se movía se moría.

Bogart y Bergman coincidieron en 1942 en una película de poca plata, Casablanca, durante cuyo rodaje nadie sabía dónde ponerse y cuyo final ni siquiera estaba escrito. Al final, consta en actas, Casablanca se hizo sola. O la hizo el azar. O el Espíritu Santo. Lo cierto es que figura en las enciclopedias como la mejor película de amor de los años 40. Y de los 50. Y de los 60. Y así sucesivamente.

Proyectada en su versión original en blanco y negro, la película aparece fugazmente en cartelera y durante las 24 horas que permanece en exhibición, a vos te sale una especie de humo de felicidad a través de las orejas. A la primera función vas nada más que a verla a ella. A la segunda vas nada más que a verlo a él. Y en la función de la noche, después que ella se sube al avión y se va con el marido y él se aleja en plano general con el amigo, sentís que durante el momento de un momento, sobre tu cabeza, permanece luminosa e inmóvil la paloma del Espíritu Santo. 

EL AUTOR. DANIEL SALZANO Fue un periodista, poeta y escritor argentino. Sus poemas fueron publicados en distintas revistas literarias: Barrilete, Mitos, Monólogos, Acento, El Lagrimal Trifurca, El Escarabajo de Oro, Horizontes y Crisis, así como en los diarios La Opinión, Clarín de Buenos Aires y Últimas Noticias de Venezuela. Recibió múltiples premios y distinciones, como la Cruz de la Corte de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, otorgada por el Rey Juan Carlos I de España (2001) y el Premio J.L. de Cabrera (1998). Durante sus últimos años realizaba la columna Quienes y Cuándo4? en el diario La Voz del Interior, matutino donde escribía desde 1968. Estos escritos solían estar acompañados por una o dos ilustraciones a cargo de uno de los dibujantes del diario, Juan Delfini. Junto a Jairo compuso numerosos temas musicales. Fue director del Cine Club Municipal Hugo del Carril de la ciudad de Córdoba. Falleció el 24 de diciembre de 2014 a los 73 años.

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