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Cultura Voces. Escribe Miguel Núñez (*)

Al otro Borges, a quien le ocurren las cosas

Los manuales y libros de texto, principios germinales del conocimiento y la sabiduría, duermen el sueño eterno de justos. Nativos digitales, jóvenes nacidos y criados con un teléfono móvil en el bolsillo de sus pantalones, una pantalla en su habitaci

"Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad". Esta frase, que a primera lectura parece extraída de un libro de autoayuda, fue colocada años atrás por el gobierno porteño en un mural en la estación General San Martín de la línea C de subterráneos, ubicada a pocos metros de la esquina de Maipú y Marcelo T. de Alvear, donde viviera Jorge Luis Borges, con el propósito de homenajear al escritor argentino. Sin embargo, estos versos que le fueron atribuidos, no pertenecen a Borges.

Estas estrofas fueron arrogadas también, sucesivamente, a William Shakespeare, Nadine Stair, Fernando Zeledón, o de autor Anónimo. En la mayoría de los casos, son atribuidos a Verónica Shoffstall, quien a los 19 años habría escrito en inglés "After a while" en el libro de graduación de la escuela secundaria. Originalmente el título del poema sería "Viene el amanecer", pero el texto fue divulgado como "Con el tiempo" o "Después de un tiempo".

También están los que aseguran que se trata de una mezcla, cuya primera parte pertenece al poema de Shoffstall y la segunda a un autor anónimo. Otros entienden que no es más que un plagio de "Aprenderás", otra vez imputado erróneamente tanto a Shakespeare como a Borges.

De estos escritos pululan numerosas versiones, fragmentos, y traducciones en varios idiomas en la web, donde se calcula que hay más de 50 millones de referencias a "Después de un tiempo", citando indebidamente como su autor a Shakespeare. Algo parecido pasó hace tiempo atrás con el poema "Instantes" o "Momentos", que fue atribuido a Borges, aunque no le pertenecía.

Los manuales y libros de texto, principios germinales del conocimiento y la sabiduría, duermen el sueño eterno de justos. Nativos digitales, jóvenes nacidos y criados con un teléfono móvil en el bolsillo de sus pantalones, una pantalla en su habitación, los auriculares colgando de sus orejas, con Google y Wikipedia como fuente de toda razón y justicia, trepan hasta la cima de los despachos oficiales. Para ellos, saber leer y escribir es tener acceso a internet.

Mientras el futuro ya está aquí, las escuelas continúan aferradas a las formas tradicionales, inexorablemente condenadas al ostracismo del papel y las bibliotecas de Babel. Ancladas en el pasado, sin atender los nuevos modos de lectura que incorporan las últimas tecnologías, presumiendo de una neutralidad mentirosa, siguen transmitiendo la ideología del hiperconsumismo y el mercado.

Comprender e interpretar no son sinónimos. Nada es neutro, no es objetivo, ni es veraz. Ni en el papel ni en los nubarrones de la informática. Si las letras impresas en libros y periódicos no eran necesariamente las sagradas escrituras, es poco probable que el decálogo de las palabras griegas estuviera grabado en una tableta con el símbolo de una manzana mordida. En la elección de cada palabra, de cada imagen, hay un punto de vista particular y subjetivo, un sesgo ideológico.

Nos gobierna la generación del último sistema operativo de la Creación. Futuros académicos de las ciencias sociales se siguen deslumbrando con el mismo candor con que lo hicieron sus padres con la sociedad disciplinaria de Foucault, sin atreverse a indagar en la comunidad del cansancio de Han. Una ciudadanía aparentemente libre, marcada por el lema del "si se puede".

Si antes el conocimiento no ocupaba lugar, ahora la comunicación digital no respira, no huele mal, no lastima, ni pone resistencia. Tan solo se trata de apoyar un dedo y listo: la realidad queda proscripta. Todos somos iguales, podemos ser admirados y convertirnos en el centro del universo, aunque nunca logremos salir de nuestro propio ombligo. Tenemos permitido ser igualmente esclavos de esa visibilidad instantánea. Esa exposición que nos deja solos en el mundo. Que nos convierte en Narcisos frente al espejo.

Una idea tonta obnubila a Occidente, que la humanidad que ya venía mal, y luce peor con la pandemia, estará mejor con las nuevas tecnologías. Las conexiones no podrán reemplazar nunca las relaciones personales, la vida y la muerte. El sueño de la emancipación individual se hace trizas convertido en mercancía de intercambio, en exceso de capital. Apenas un remedo de libre albedrío. Detrás del barbijo, se esconde el rostro de una multinacional, avalando menos Estado, encubriendo su consecuencia inevitable: más mafia en territorios de los paraísos fiscales. El proyecto de libertad de la civilización occidental moderna se revela a cada paso como un fracaso.

A esta altura, una tensión vital sacude a Darío Lopérfido, a quien en los atardeceres le pesa un poco su cabeza de toro. Mientras en las madrugadas ordinarias Mario Negri acuña la hipótesis de la huella somática en los pliegues de su cuello de buda.

¿Y si entre los espejos y los laberintos, las espadas y los puñales; si además de la ceguera y las sílabas, la vejez y la ética, la confesión lírica de un ciego refiriera a territorios más vanos, y más banales?

¿Será la ciudad gobernada por la hija de Zeus y Temis, de la justicia humana y divina, de la hermana de las horas, de la floreciente paz, de la abundante fortuna y riqueza, de la ilustración, a las grandes sombras de Juan Calvino, de Jean-Jacques Rousseau, de Henri-Frédéric Amiel, del poema perdido de Tirteo?

¿O será el licor en la sangre de gauchos y malevos, del fervor de la epopeya, de la épica patriótica, de la violencia y la barbarie, de la rosa profunda, de los duelos sanguinarios, de Francisco Real que tallaba por la laguna de Guadalupe y la Batería, de Rosendo Juárez el Pegador, mozo acreditado para el cuchillo allá por Santa Rita, de Nicolás Paredes que pisara firme en Palermo, del hombre de la esquina rosada?

"Que la luna del persa y los inciertos oros de los crepúsculos desiertos vuelvan. Hoy es ayer. Eres los otros cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos".

Morir sepultado en Ginebra. Acaso sea la eunomia. Acaso sea el alcohol destilado.

(*) Miguel Núñez es periodista. Fue Vocero Presidencial de Néstor Kirchner (2003-2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2009).

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