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Interior FOMENTAR EL TRABAJO Y EVITAR EL DESARRAIGO

La Chaya: la ofrenda de trabajo, igualdad, solidaridad y sinceridad

Falta poco para febrero, un mes donde la celebración de la chaya permite olvodar las penas.

Escribe: Poly Badoul Especial para Nueva Rioja

El ritual aborigen de la chaya es folklóricamente un drama pasional, por el cual la frustración amorosa de la princesa “Chaya”, la convierte en rocío, castigando el desamor del popular “Puhllay”. Éste, arrepentido, al no encontrarla, se entrega a la juerga y al alcohol hasta morir, condenado a volver todos los años en búsqueda de su amada. Ella, con una misma fortuna, vuelve hecha llovizna, pero sus dimensiones son distintas y no se encuentran nunca. El cortejo mundano intenta mostrar a “Chaya” tirando agua, pero al no ser comprendidos por el ”Puhllay”, hacen causa común con él cubriéndose de la palidez espectral de la harina. Le obligan en desenfrenadas libaciones solidarias con el fermento de los frutos hasta lograr la culminación del rito con la caída del personaje, representando la muerte de la divina aparición hasta el año “cabal”.

Esta festividad nació como una celebración de gratitud a la naturaleza, en la época de caza, frutos y rebaños abundantes. Como todos los rituales, su importancia está en místicos elementos, rectores de la conducta moral y social.

La Caja chayera, escondite de lúgubres quejumbres de quebradas, anunciaba el regreso al caserío de los que se habían asentado en las zonas cultivables o en los algarrobales de los valles. Este ronco sonido de distancia, comunicaba las exuberantes provisiones para todo el año. El cultivo, secado y cimbra de la algarroba, auguraba fermentos espirituosos para los festejos. Del maíz saldría la harina, que escondía con su blanco velo, las desigualdades sociales, representando al mismo tiempo las pálidas apariciones venidas del más allá. Al mezclarse con la tierra, agradaba a ésta para futuras cosechas.

Ofrenda central, el agua, elemento escaso si los hay y motivo trascendental de las plegarias para un año sin penurias.

Con las dedicatorias alejarían la muerte, de igual a igual con la harina, el canto, el “topamiento”, el sacrificio del “Puhllay”; propiciarían la abundancia de frutos con el rocío de la “Chaya” y el agrado de la tierra; proveerían el régimen de conductas a partir de la liturgia de su religión.

Alegría, amor, igualdad, solidaridad, agradecimiento. Alcohol, harina, agua, carne, frutos. Tributar generosamente a la tierra lo que más cuesta conseguir: “¡La ofrenda de la escasez!“

Los evangelizadores católicos encontraron señales coincidentes, verdaderas puertas de acceso al credo de estos “elementales originarios”. La limosna más valiosa es la que da el que menos tiene, la igualdad ante Dios, el carnaval europeo, el poner la otra mejilla, la liturgia de la celebración.

El resultado fue un conglomerado de devociones que enriqueció la festividad nativa. El “Puhllay”, reemplazado por un muñeco alegórico, dejó de ser humano. Se aprovechó el clima festivo para los bautismos, casamientos, sumando nuevos personajes como la “Cuma”, el “Cumpa” y la “Guagua”.

Llegó a nuestros días el desentierro, la reconciliación, el entierro, las ofrendas y se sumó el nacimiento de una nueva propuesta de vida en igualdad y paz social.

El enunciado puede parecer utópico pero la ocasión merita el nacimiento de una nueva chaya, de topamiento y de tinkunako, entre el pueblo y sus dirigentes, con una nueva mística de trabajo genuino, compromiso, igualdad, honradez, sinceridad, generosidad, solidaridad, alegría: ¡La nueva ofrenda de la escasez!

CHAYA CHILECITO

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