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Opinión

El fin de los tiempos en Dostoievski

Un análisis del libro del padre jesuita Alfredo Sáenz, quien resumió los grandes acontecimientos que vivió el escritor ruso.
Ignacio A. Nieto Guil

Por Ignacio A. Nieto Guil

"Quien desconoce al pueblo, desconoce a Dios. Sepa usted que quienes dejan de interpretar a su pueblo y pierden el vínculo con él van perdiendo paulatinamente la fe en la patria y se convierten en ateos o en indiferentes”

Shátov, héroe de “Demonios”

En una obra titulada “El fin de los tiempos y seis autores modernos” (1932), el padre jesuita Alfredo Sáenz realiza un resumen de los grandes acontecimientos que vivió el escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881). Y analiza, además, la impronta cristiana de este autor, para denunciar los problemas sociales y políticos -con su trasfondo eminentemente psicológico y religioso- que se avecinaron en Rusia en la primera parte del siglo XX, o la “denuncia de la impotencia radical del humanismo para ofrecer una solución adecuada a la tragedia del destino humano”. En los próximos párrafos se realiza una síntesis de las principales ideas extraídas a lo largo de las primeras cien páginas del libro dedicadas al profeta ruso. Luego la obra continúa con el análisis de Vladímir Soloviev, Benson, Gustave Thibon, Josef Pieper y Leonardo Castellani. Una edición posterior incorpora la voz del escritor argentino Hugo Wast en un tema tan interesante y profundo como es la interpretación del fin de la historia a través de los signos bíblicos del apocalipsis.

“La ciudad del hombre caído y el drama interior en su destino trágico” es el puntapié inicial para analizar al gran escritor ruso. En efecto, se trata del alma del “hombre moderno” y su ruptura con la trascendencia, desde el punto de vista del realismo psicológico. En otras palabras, se trata de un descenso al infierno del alma humana, no sin antes emerger hacia la luz como destino final.

La mirada de Dostoievski (**) penetró en los recónditos más profundos del espíritu humano, esto es, la parte infernal y angelical del hombre. El dios-hombre o superhombre, cuyo propósito es exaltar su “humanismo” para barrer con toda impronta trascendental y, por tanto, sin Dios como guía de los designios humanos.

En este sentido, el padre Sáenz se vale de “Crimen y Castigo” y, precisamente, de su protagonista Raskólnikov para comenzar su estudio. Así pues, se propone a esbozar un acercamiento al tema de la libertad y tres posibilidades que se desprenden de la misma. La primera consiste en negar la libertad en pos de la felicidad; la segunda en afirmar la libertad unida a la verdad; y la tercera en afirmar la libertad sin Dios en el camino. Asevera, consecuentemente, que una sociedad que busca imponer solamente la felicidad por decreto, acabará destruyendo la libertad. Prosigue que la libertad de obrar el bien incluye la posible elección del mal que, ciertamente, conduce a la ruina de la libertad. El camino a la verdad no es, en este aspecto, llano y directo, sino, por el contrario, se abre a través de las tinieblas y abismos. Es un camino largo y de tragedia, y podría abreviarse si se limita la libertad del hombre. Sin embargo, la segunda posibilidad de libertad -en la verdad- es la auténtica libertad, ya que Cristo no es solamente la verdad, sino la verdad libre, puesto que la libertad forma parte del cristianismo. El rechazo a este principio es renunciar al mismo Cristo, a la verdad que se halla en Cristo y adherirse por consiguiente al Anticristo y su paraíso terrenal propuesto.

La última posibilidad de libertad es la “rebelde”, sin Dios en el camino. Como se dijo, el autor ruso la hace representar desde luego en la figura que encarna el asesino Raskólnikov. Dicha libertad degenera en arbitrariedad que conlleva, sin lugar a dudas, al vacío del alma. En otros términos, evoca al hombre que sueña con sobrepasar los límites de su propia naturaleza en la rebeldía ilimitada y, sobre todo, desvinculándose de Dios, acabará por esfumarse. Es esclavo de sí mismo suprimiendo y renunciando al señorío del espíritu, es decir sujeto a la peor de las coacciones, y Dostoievski lo muestra en otro de sus personajes: “partiendo de la libertad ilimitada llegó al despotismo sin límites”, dice Schigálev en “Demonios”. Es una negación lisa y llana de la libertad a través de su plena exaltación.

Otro problema, además de la libertad, es para el novelista ruso el análisis del mal. Para él, el bien y el mal son hijos de la libertad, puesto que sin la libertad el mal resulta impensable. En efecto, Dostoievski se vale de la figura del crimen para examinar el mal. Ya se dijo que la libertad rebelde conduce a la arbitrariedad y esta, a su vez, conduce al mal y el mal en consecuencia al crimen. Esto es posible verlo desde el punto de vista ontológico, ya que, el autor ruso, se rebela contra cierto determinismo humanista de corte positivista en boga en su tiempo, que pretendía explicar el mal y el crimen como si fueran meras causas de un medio social determinado. Si se afirma lo anterior, ya no existiría la propia responsabilidad, ni Dios, ni la libertad, ni el mismo mal. En definitiva, todo sería producto de una causa externa al individuo, cuestión que Dostoievski reprochó tajantemente.

El mal se esconde en las entrañas del mismo hombre, en su rebelión y bajo la desvinculación con el principio divino. Entonces, el hombre que comete un mal -un asesinato por ejemplo- no puede deshacerse de su responsabilidad y acusar a un medio externo de tal situación y volverse una víctima como han propugnado las ideologías que, precisamente, atacó Dostoievski. Es la libertad lo que ha conducido a las sendas del mal; se ha destruido a sí misma hasta volverse su opuesto. Y solo a través del sufrimiento se repara un crimen y se derrota al mal realizado a través de la destrucción de la libertad que debe ser, sin duda, redimida. La vida es, justamente, la expiación de la culpa por medio del sufrimiento.

En “Los Hermanos Karamázov”, “Demonios” o “Crimen y Castigo”, Dostoievski se adentra en el interrogante que representa la libertad y si está o no permitido sobrepasar la frontera de lo moral. Su temática gira en torno a si es lícito atreverse a todo fuera del límite ético creando el hombre su propia ley que lo impulsa, del mismo modo, a ser su propio dios, es decir cuando la libertad se vuelve rebelde, cuando no hay límite alguno. Si Dios no existe todo está permitido o lo que equivale a la idea de un hombre endiosado; bajo una fuerza antropocéntrica que se desvincula de Dios. En este aspecto, Raskólnikov -de “Crimen y Castigo”- concibió “una idea capital” en su ideario nietzscheano de endiosamiento, que acabó con una vida.

No obstante, en realidad se trata de un hombre débil, miserable y frustrado que cometió un crimen: “Yo quería atreverme y maté, sólo atreverme quería”. Pero su móvil va mucho más a fondo: “¿Estaba facultado para transgredir la ley, o no lo estaba? ¿Me atrevería a traspasar los límites o no?”. Pero tras el crimen sentencia: “La he asesinado bien, pero en cuanto a pasar por encima, no lo he logrado. Soy un gusano y nada más”. No pudo soportar, en consecuencia, el peso del delito: “¿Es que yo maté a la vieja? Yo me maté a mí mismo, no maté a la vieja”. Así pues, el protagonista de Crimen y Castigo señala el fin de la moral humanista, la moral de la autosuficiencia y el agotamiento del superhombre que termina aniquilado por su propia autodestrucción. Es importante destacar que Dostoievski ve en la figura del crimen un acto eminentemente religioso, casi teológico y no la mera transgresión de la ley humana, puesto que Raskólnikov no buscó violar las leyes sociales sino que procuró sustituir a Dios, para destruir su obra.

Después de estudiar las figuras de los personajes de “Crimen y Castigo”, el padre Sáenz se adentra en una obra de vital importancia para el novelista ruso, “Demonios”, libro en el que aborda la precipitación de Rusia al socialismo. Incluso, en una carta a su amigo Máikov, en 1869, Fiódor advierte que su nueva novela es una “parábola del ateísmo”, cuyos personajes son en términos del escritor unos “vagabundos”, ya que se trata una estirpe del pueblo ruso que se encamina al ideario socialista. Toda su anterior obra, dice, no era sino “insignificante”, una introducción a la que le iba a consagrar el resto de su vida. Por eso aclara que “podría morir en paz” luego de escribir “Demonios”, la que está considerada como su obra magna.

(*) En homenaje al P. Alfredo Sáenz S.J.

(**) Al apellido del escritor ruso lo verán muchas veces escrito Dostoyevski.

Publicado en el diario El Litoral, Santa Fe

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