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Sociedad INMIGRACIÓN

La familia cordobesa que creó un ballet para honrar a sus antepasados ucranianos

Los Karpuk son los impulsores de Moia Rodena, un elenco de bailarines unidos por el amor a Iván y Lidia, emigrantes de Lviv. Una historia que se cuenta desde Colonia Tirolesa.

Colonia Tirolesa, a un paso de la ciudad de Córdoba, fue fundada a fines del siglo XIX por inmigrantes italianos. Allí, una familia de descendientes de ucranianos baila y comparte su cultura para honrar a sus ancestros.

La historia comienza con Ivan Karpuk y Lidia Korowiak, dos ucranianos que arribaron a Sudamérica cuando eran niños. Venían desde Lviv, a unos 70 kilómetros de Polonia.

Él tenía 7 años y ella, 4; y por entonces nada sabían uno del otro. Ambos hacían la travesía en barco con su familia huyendo de la guerra para instalarse en Paraguay, donde se conocieron, se casaron y emigraron a la Argentina instalándose primero en Buenos Aires, luego en Salta y, al fin, en Córdoba donde vivieron el resto de sus vidas.

Iván era maestro mayor de obra y durante mucho tiempo fue el presidente de la Asociación Ucraniana Sokil de Córdoba. Hablaba su idioma natal, el castellano y el guaraní. Con Lidia tuvieron cinco hijos, que hoy los recuerdan en cada danza, en cada comida, en cada fotografía.

Pablo Karpuk es uno de sus descendientes, ferviente impulsor del legado cultural de sus padres.

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Desde muy pequeño bailaba en el ballet oficial de la asociación ucraniana y más tarde aprendió a tocar el acordeón para interpretar canciones de la tierra de sus antecesores. Pero durante la pandemia fue por más: junto a su esposa Mariela, sus cuatro hijos (Matías y Federico, de 25; Estefania, de 18 y Demetrio, de 11), sus nueras, su cuñada y algunos amigos bailarines le dieron vida al propio ballet, que llamaron Moia Rodena (Mi Familia) hoy con 12 miembros.

LOS ANCESTROS

Pablo relata que sus padres y familias llegaron a América por la guerra que a mediados de 1930 partió a Ucrania en dos. “Ellos quedaron del lado polaco y sus familias buscaron nuevos horizontes”, cuenta. Su relato es el de tantos inmigrantes del siglo pasado que dejaron sus tierras en búsqueda de una prosperidad que encontraron en un país de puertas abiertas como Argentina.

Aquí se arraigaron, les enseñaron el idioma a sus hijos y les insistieron para que bailaran sus danzas para mantener los lazos con el terruño donde comenzó todo. “Mi papá nos enseñó la lengua y la cultura de Ucrania y nosotros seguimos manifestándonos con el ballet. Él no quería que nos olvidaramos de las raíces”, asegura Pablo.

Los Karpuk comenzaron a ensayar durante el encierro obligatorio por el Covid-19 y, más tarde, a participar de presentaciones públicas como la Fiesta de la Sagra en Colonia Caroya, y en festividades de Villa General Belgrano. “El baile se va aprendiendo como el idioma. Cuando era chico nos decían que hay que bailar y ese saber se fue enseñando y transmitiendo generación tras generación”, explica Pablo.

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Los Karpuk confeccionan las vestimentas tradicionales, como los delantales y faldas y las camisas bordadas con hilos de colores llegaron desde Ucrania. Los varones usan pantalones similares a las bombachas de gaucho, faja y botas. Las mujeres llevan polleras de colores; las solteras lucen una corona de flores y las casadas, un pañuelo.

“Comparo a la danza ucraniana con el ritual de los jugadores de rugby neozelandeses. Es un baile de intimidación, de mostrar habilidades, la fuerza para intimidar al enemigo. Ucrania estuvo en guerra siempre y con la danza se busca demostrar valentía y coraje. Se bailaba en tiempos de guerra con alegría y colores”, explica Karpuk, con evidente orgullo por representar al país de sus padres.

Mariela Liria, la esposa de Pablo, es descendiente de españoles pero también baila en honor a sus suegros ucranianos. “Iván y Lidia fueron mis segundos padres, estoy muy agradecida y ahora soy parte del ballet; siempre me llamó la atención el baile”, cuenta.

Mariela participó activamente en el armado de la formación artística que integran hermanos, hijos y sobrinos. El ballet anterior se había desintegrado y sus suegros siempre quisieron que volvieran a bailar.

La decisión del regreso se precipitó con el casamiento de uno de los hijos mellizos de Pablo y Mariela, cuando organizaron un baile ucraniano sorpresa para la fiesta de los novios. “Con el otro mellizo, nuestra hija de 18 y mi cuñada armamos el baile, después de 18 años sin bailar, vestidos de ucranianos”, relata.

Familia ucraniana que tiene un ballet en honor a sus antepasados, Colonia Tirolesa (Facundo Luque / La Voz)

Fue el principio de una nueva historia. La invasión de Rusia a Ucrania les dio el impulso final. Mariela dice que “les hirvió la sangre” y empezaron a gestar Moia Rodena. “Tengo muy presente a mis suegros. Por honor a ellos lo voy a hacer hasta que me den los pies”, dice la mujer, que tiene tres nietos que asisten a los ensayos de los martes y jueves.

EL PAN Y LA SAL

El repertorio de Moia Rodena incluye la danza del pan y la sal, que representa la abundancia y la riqueza. “Son símbolos de paz, prosperidad, amor y amistad hacia el público. Le ofrecemos todo eso. Son costumbres de Ucrania, un saludo a las personas que nos visitan”, apunta Mariela. Y agrega: “Ojalá mis suegros nos estén viendo desde algún lugar, porque su voluntad”.

Estefanía es la nieta de Iván y Lidia que se sumó al ballet por su abuelo. “Lo tengo re presente, lo hago por él. Me crié con él y sus costumbres; vivía atrás de mi casa”, cuenta.

Ella recuerda sus comidas: el vareniki, una pasta con forma de empanada, rellena de puré de papa con queso o ricota acompañado de una salsa a base de panceta frita con cebolla y crema de leche; el peroje, un bollo de masa de pan frito relleno con puré de porotos acompañados con salsa de ajo; el borsch, una sopa de remolacha y repollo con crema de leche y los postres como el medevnek, una torta de miel y café o el cernek, una tarta de ricota y limón.

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“Eran de comer fuerte”, confirma Estefanía, que no sabe hablar el ucraniano aunque algo entiende.

“Bailo y me emociono porque él nos ve desde arriba. Cuando termino de bailar me dan ganas de llorar. Es raro el sentimiento. Los ucranianos cuando bailan siempre sonríen, es su forma de transmitir alegría a los soldados y a la gente en tiempos de guerra”, cuenta la joven, que quiere estudiar lengua y literatura y está experimentando con la música, que cultivan su padre en el acordeón y sus hermanos con el piano.

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