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1591 Cultura + Espectáculos LITERATURA

CHUI

"...Arriba, en el cantero, se juntaban los bichos de la cuadra, porque era la única casa con cantero elevado que los dejaba a salvo de los sapos y las lenguas de víboras y la enredadera rastrera les permitían esconderse de los pájaros que los relojeaban desde el árbol de la vecina..."
Diego Pérez

Por Diego Pérez

¡Sapo fiero! le gritó desde arriba del cantero Rigoberto, un bicho palo más largo que esperanza de pobre.

Abajo, contra la puerta de entrada a la casa, estaba Pichi, un sapo de un año al que la comunidad de los bichos del NK había apodado así porque esperaba al dueño de la casa todas las noches haciéndose el perrito faldero. Falta que hagas el muertito, artista, le gritaba el bicherío que ya lo conocía y se abroquelaba en el cantero, entre las lenguas de víbora que los protegían.

Chui, les contestaba Pichi, que en realidad se llamaba Marito y era descendiente de una familia de sapos que vino por casualidad en una camioneta destartalada de fletes desde el Antártida IV y ya se habían aquerenciado en el nuevo barrio.

El que espera no desespera, solía decir el abuelo de Marito, los destinos del señor son inescrutables, y mostraba con orgullo la falta de una pata trasera cuando se trenzó fiero con un tero enojado que creyó que lo andaba mirando feo, pero a don Pancho también le faltaba un ojo y el tero se comió el viaje.

Marito había elegido esa puerta y ese frente porque le gustaban los colores, blanca la puerta de chapa y amarillo todo el frente y porque el dueño dejaba conectada una luz con sensores que se prendía a la menor nube que pasara y él tenía comida asegurada por los enjambres de mosquitos que se amontonaban como piojo en la costura.

Nene, abrígate, le decía la madre a Marito cada vez que salía del desagüe y se iba a acomodar en la puerta, no comas pesado que después tenés pesadillas.

Arriba, en el cantero, se juntaban los bichos de la cuadra, porque era la única casa con cantero elevado que los dejaba a salvo de los sapos y las lenguas de víboras y la enredadera rastrera les permitían esconderse de los pájaros que los relojeaban desde el árbol de la vecina.

¿Llueve che?, preguntó desganado Lucas, un abejorro que andaba más perdido que caballo arriba del techo, decía que había salido de Talamuyuna y que por distraído pifió el camino y terminó detrás de la cantera de la ruta vieja.

No sé, cabeza, preguntale al estirado ese, le dijo Américo, una langosta que se andaba escondiendo de Pipa, la gata de la casa, que las cazaba para jugar.

El estirado no era otro que Lito, un come piojos que se la pasaba cabeza abajo, a la altura del foco y desde ahí los miraba con una mezcla de aire de superioridad, fastidio y no sé cuántas cosas más.

Naaa, olvídate, el agrandado ese no nos da ni la hora, pero ya va a caer, todos caen, respondió Lucas.

Buenas gente, saludó Ale, una araña que venía con toda la prole encima del lomo y largó el crierío entre los bichos que las andaban esquivando para no pisarlas.

¿No lo vieron a Pascual?, preguntó como distraída, nadie le quiso responder. Resulta que Pascual, su pareja, tuvo la suerte de salir de la tela justo cuando se lo iba a comer Ale, porque la llegada de un benteveo los obligó a todos a esconderse un rato y la mal llevada lo andaba buscando para terminar con el mandato que imponía la naturaleza.

Mirala a la tarambana esta, dijo Luli, una polilla que ya estaba tan vieja que nadie se hubiera atrevido a comérsela y la codeó con el ala a su comadre Rebeca, una libélula que andaba prendiendo velas a los santos bichos para que llueva un poco.

Rebeca tosió un poco por el polvo que le tiró encima la polilla y asintió con uno de sus ojos y se fue volando a ver si encontraba un charquito.

En eso estaban esa tardecita de verano, adivinando a ver si llovía, hablando de política, de economía y de una tía de Rigoberto que avisó que venía en unos días, nadie se dio cuenta de nada hasta que casi fue muy tarde.

Fernando, un grillo azul, se desgañitaba dale que dale con las patitas y a los gestos y nadie le entendía, hasta que Lito pegó un grito tremendo y se voló arriba del foco. A esas alturas, la cascabel había cruzado la calle, viniendo desde el descampado del frente y subió sigilosamente por el cordón cuneta y le echó el ojo a Marito, que de golpe se había quedado pálido y quieto.

Marito no había visto nunca una víbora de estas, pero sabía que estaba complicado, no tenía por dónde escapar en ese zaguán. Calculó todas las posibilidades y no había forma.

Arriba estaban todos asomados mirando desde el borde del cantero, paralizados por la imponente figura de la cascabel que lentamente comenzaba a enrollarse para dar el zarpazo final hundiéndose entre sus propios círculos y haciendo sonar el cascabel para hipnotizar a Marito que lo miraba fijamente y de a poquito se iba aflojando, como entrando en un trance.

¡Noooo -gritaba Rigoberto- lo está durmiendo con el cascabel, tenemos que hacer algo!

Si, dale, le dijo Ale, porque no bajá

s y le decís a la grandota esa que se vaya, ni cuenta te vas a dar cuando te trague.

La tensión del ambiente era tremenda, se podía cortar con una hoja de eucalipto. ¿Alguien vio a Luli?, preguntó Américo. Luli había desaparecido y no daba señales de vida por ningún lado. Abajo, la cascabel se disponía a saltar sobre Marito que a estas alturas estaba totalmente en trance.

El primer picotazo tomó a la cascabel totalmente enfocada en lo suyo y no alcanzó a entender qué pasaba. Miró hacia el costado y se ligo cuatro picotazos que le hicieron doler y se tuvo que correr un par de metros para ver que estaba pasando. Lo que pasaba era Oscar, el tero loco del baldío de la vuelta, que corría hasta perros que pasaban cerca de su nido, estaba a picotazo limpio contra la cascabel. Y arriba del tero estaba Luli, la polilla que en un rapto de desesperación lo fue a buscar, pero como el tero es medio medio, lo jodió un poco para que la corra, ella lo iba provocando y el tero la seguía hasta que vio la cascabel y de puro corajudo se le vino encima.

El bicherío era un solo grito y algarabía en el cantero, la víbora estaba sorprendida y dolorida y prefirió cruzar la calle y perderse en el descampado mientras el tero le iba revoleando picotazos a diestra y siniestra.

Sos una genia Luli, le dijeron todos a coro.

Abajo, Marito se despertó de golpe y no caía muy bien en lo que había pasado, pensó que ya se lo habían comido, hasta que Rigoberto, el charlatán de siempre, le dijo, eh, sapo fiero.

Marito lo miro impávido mientras se tragaba un par de mosquitos y solo atinó a decirle, con la boca llena, chui.

La vida misma.

*Periodista. Escritor.

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