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1591 Cultura + Espectáculos LECTURAS

De palabras está cubierto el mundo

Una reseña para el libro "Una chica sin gracia", de la escritora Karen Gómez Curimá (MOGLIA EDICIONES, CORRIENTES, ARGENTINA).

Según las palabras de María Laura Riba para su contratapa: De palabras está cubierto el mundo. De palabras que no maldicen, que no mal-dicen, están vacías enormes superficies. De palabras que bendicen, que bien-dicen, está muy poco habitada la vida. Pero, por payé, por milagro santo o profano, las palabras bien dichas laten aún en los buenos libros, como el primero de Karen Gómez Curimá, Una chica sin gracia.

Las buenas palabras se hacen cuentos en este libro. Historias de distintas edades y etapas de la vida, nos atraviesan con sus dudas, sus penas, sus sueños, sus ternuras, sus planteos y replanteos, sus ganas de ser. Una chica sin gracia es un libro para cobijar y cobijarse. Veintidós historias breves que están vivas para ser leídas, en silencio o en voz alta, para compartirlas, como el sabroso pan recién horneado, de alma a alma.

Compartimos con nuestros lectores unos cuentos del libro:

BESOS EN EL ESPEJO

-¿Con cuántos te besaste vos Rocío?, pregunta Nuria, desafiante.

-Diecinueve, afirma ella, sin levantar los ojos del celular.

-¿¿¡Diecinueve??!, corean Leti y Sole. Nuria sonríe de costado.

Yo ruego, en silencio, que no llegue mi turno. No quiero confesar que practico besos en el espejo, que me beso a mí misma. Que con mi prima Yanina, en un verano, nos besamos con la sábana en el medio. Yo era la mamá y ella el papá. En un momento metió su lengua en mi boca, babeó toda la sábana. A mí me dio un cosquilleo en la panza y un asco a la vez, me levanté y fui a la cama. No juego más, dije. Apagué el velador, el mismo que, todavía, está sobre mi mesita de luz.

El otro día mi hermana le explicaba a su amiga Pato cómo tenía que dar un beso sorpresa: Vos lo estás besando con la boca abierta y él también. En un momento metés la lengua, le recorrés los dientes, y la sacás rápido. Pato asentía con la cabeza.

Yo no puedo contar a las chicas que soy una besadora compulsiva en reposo. Sé, con exactitud, qué músculos de la cara se mueven, me aprendí de memoria, en Internet, “la activación del cigomático mayor y el perpendicular de los párpados”, si el beso es gustoso.

No puedo contarles que, la única vez que mis labios tocaron otros labios, fue cuando mi tío Eduardo, borracho, en la última navidad, estampó su boca rancia en la mía.

La cumbia retumbaba en las paredes del patio, las carcajadas de todos me aturdían, el vino se cayó sobre el mantel, mamá tenía los tacos en la mano, mareada, se sentó en la silla, papá la atajó justo antes de que se cayera, en ese instante mi hermana se fue en moto con el novio. Aproveché el papelón y me fui a mi cuarto, pensé que nadie me había visto. Aún no sé en qué momento, el tío Eduardo fue detrás de mí.

Acostada en la cama de cara a la pared, todavía con el vestido, por si tenía que volver a la “fiesta”, sentí que la puerta del cuarto se abría de golpe. Me sobresalté, giré, con la luz que entraba del pasillo, vi que el maldito se acercaba, tambaleante, hasta mí. Apenas tuve tiempo de darme cuenta de lo que sucedía, cuando se me tiró encima. Perforó mi boca con su lengua, su baba espesa me mojó el cuello, su barba me pinchó la pera. Como pude, con las dos manos le corrí la cara, le agarré de los pelos, le pegué una patada en la barriga, se cayó de la cama. Con todo el odio, lo empujé con la mirada hasta que salió del cuarto en cuatro patas. Yo me quedé con los puños apretados, con las uñas clavadas en las palmas, con la mandíbula trabada de bronca. Me tragué de a una las lágrimas saladas que cayeron por mi cara. Lo puteé, le deseé la muerte y el infierno.

Afuera, la cumbia, el vino y las carcajadas ocupaban todo el patio.

Esa noche no pude dormir.

Nunca le conté nada a nadie porque me dio mucha vergüenza. Me dio tanta bronca que ese desgraciado me robara mi primer beso.

Yo, todavía, quiero mi beso sorpresa, mi beso gustoso, mi beso espontáneo. Quiero que me muerdan, como en las novelas que mira la abuela, suavemente el labio “inferior”, que mi boca se “entreabra”, apenas, y que se llene del aire de un chico que sepa besar.

-¿Y vos, Sofía? ¿Con cuántos te besaste?, me pregunta Nuria, burlona.

-Con ninguno, respondo. A mí esas cosas ni me interesan.

VOCES DE LAPACHOS

Los lapachos florecen y anticipan la primavera, un aroma fresco se cuela en el saludo matutino de los vecinos, en cada cuadra elogian a estos árboles vestidos de rosa, como si celebraran algún triunfo. Para mí eso no tiene nada de especial, papá se fue de casa el día en que el lapacho del patio floreció.

Mamá también amaba al árbol rosado, pero empezó a detestarlo cuando él se fue. Ella se secó como el chivato de la vecina, después de la sequía grande de ese año. Yo, sin embargo, todavía disfruto cuando las flores del lapacho caen, se deslizan por un tobogán invisible y dan piruetas suaves en el aire. En el piso arman un colchón de tajy, se apoyan unas sobre otras, rodean al árbol. Aún me veo jugando con ellas. Hace unos años, las ponía en fila sobre el suelo, armaba cortejos, hileras largas de flores como si fueran ejércitos liberadores que devolverían a mi papá.

En esos días, mamá se pasaba horas trabajando; por la mañana preparaba pastafrolas que luego vendía, por la tarde, hasta entrada la noche, su cuerpo se curvaba sobre la máquina de coser, arreglaba ropas, le quedaba poco tiempo para otras cosas. Durante alguna pausa, a ella le gustaba fumar parada en la galería, siempre miraba a lo lejos.

Todavía me parece escuchar el llanto de Ernestina confundirse con el ruido constante de la máquina, que no tenía descanso. Cuando yo advertía que mamá estaba a punto explotar, me apuraba, alzaba a la beba y la llevaba a la plaza, juntas veíamos el árbol de cedro con flores de madera. Mamá se parece a esas flores, lindas pero duras. Hace unos años encontré en el bolsillo de una campera algunos pétalos. Ella había guardado varios en una cajita, con la promesa de pintarlos y hacer un cuadro, se la olvidó en algún estante del modular, debajo de las costuras, y nadie, jamás, la tocó.

Ernestina nunca se enteró de la ausencia de papá. Mi hermana nació unos días antes de que él se fuera. Muchas veces la culpé por esto, otras tantas pensé que ella había secado a mamá, colgada de su teta todo el día. A Ernestina le cuesta creer que mamá se parecía a los pajaritos del patio que van de una rama a la otra, que tenía música en sus pies, no conoció sus caricias suaves ni sus besos tan ricos, iguales al dulce de mamón.

Algunas noches mamá venía hasta mi cama y me tapaba bien, me ajustaba las frazadas, me peinaba con los dedos y me besaba la frente. Yo quería acostarme a su lado, para que me abrazara y el calor de su cuerpo llegara hasta mí. Pero mamá se enfrió como la casa, se fue habitando de silencios, de suspiros.

Cuando era niña, algunas flores del lapacho entraban por la ventana de la cocina y yo me apuraba a guardarlas, para que mamá no las viera. Hoy, las cortinas y las ventanas están cerradas, ni la sombra del árbol puede entrar, no vaya a ser cosa que algún viento vuele el poco orden que logramos construir.

Sin embargo, algo del lapacho rosado tengo escondido en nuestra casa. Desde que papá se fue, recojo del patio la primera flor que cae después de las últimas heladas. Las guardo en un frasco grande que está casi lleno.

Antes de que llegue, otra vez, la primavera, tendría que buscar un frasco nuevo, porque el lapacho sigue floreciendo, y papá, aún, no regresa.

SOBRE LA AUTORA

KAREN GOMÉZ CURIMÁ, NACIÓ EN CORRIENTES, ANTICIPANDO LA PRIMAVERA DE 1983. ADEMÁS DE ESCRIBIR, ES PSICÓLOGA, DOULA Y BAILARINA. VIVE JUNTO A SU HIJO ASTOR HACE UN POCO MÁS DE UN QUINQUENIO EN SANTA ANA DE LOS GUÁCARAS. ESTE, SU PRIMER LIBRO, LLEGA LUEGO DE VARIOS AÑOS DE TRANSITAR ESPACIOS DE ESCRITURA COLECTIVOS E INDIVIDUALES. LA VIDA SE LE IMPONE EN MOVIMIENTO, A CADA PASO.

LECTURAS LIBRO UNA CHICA SIN GRACIA

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