Por Fernando Viano
¿Cuánta poesía cabe en Lucía Carmona? ¿Cuánto mar de palabra la envuelve en su decir inacabado? ¿Cuánto silencio no dicho aún, también? Abordar la escritura de la poeta chileciteña por excelencia es igual a sumergirse en la profundidad, en la hondura misma de la tierra que, a su vez, se sumerge en la profundidad toda del agua, ese mar en que el abismo puede ser tanto una grieta como un deslumbramiento. Y más aún, como el alumbramiento de la vida misma, el parir del universo que cabe todo en las maneras en que Carmona se apodera de cada letra para volver suyos todos los significados en que nos nombra.
Hay un lenguaje. Pero hay también un lenguaje de la bruma. Y hay el “Lenguaje de la bruma” (Faltaenvido Ediciones, Colección Indeleble, 2019) de Lucía Carmona. En su manera de nombrar, en su manera de ubicar sobre el papel en blanco tantos mundos posibles en los que habita, la poeta se vuelve mar que todo lo inunda, que todo lo abarca, incluso más allá de sus propios límites, a los que vuelve tan laxos que termina por derramar todo su ser, por ofrecerse tal cual es, sin contornos, amplia en su concepción de un espacio que no solo le pertenece, sino que también la eleva hacia el nivel de lo supremo.
¿Cuánta poesía cabe en Lucía Carmona?
Tal vez sea solo suya la respuesta a esa pregunta que se dispara y penetra toda posibilidad de alcanzar, aunque más no sea por un instante, el vientre mismo de su existencia, su propia parición vuelta palabra, la esencia misma de su nombre dedicado al arte imprescindible de echar raíces sobre el sentido de las cosas, para obsequiarlas luego a las imágenes de una estética personal que la define, que la hace ser lo que es, ese gesto interminable de su mano dándole sustancia al aire que respiramos. El aire mismo sobre el que se encienden las montañas o el agua, la tierra sobre la que echa sus raíces, pero también todo ese mar de palabra que la envuelve en su decir inacabado.
“En todas las cosas hay una palabra interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa. Esa es la palabra que debe descubrir el poeta”, afirma Marta Elena Guzmán al hacer referencia a la obra de Carmona. Y, además, sostiene: “La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba”.
Y una vez más: ¿Cuánta poesía cabe en Lucía Carmona?
Guzmán hace referencia también a la “clara simbiosis entre ella (la poeta) y el paisaje, como si los duendes del Famatina le permitieran íntima y minuciosamente asumir todas las desgarraduras del tiempo, buscando siempre el amor desde la lumbre”. Carmona es poesía y en eso no cabe ninguna posibilidad de duda. Carmona es esa simbiosis entre ella y la vida toda. Pero es también ese silencio no dicho. Es eso que está por decir. La metáfora de nuestra tierra a punto de ser parida por su voz para nosotros. Es esa espera de lo que está por venir, de lo que traen las olas hasta la arena, hasta nuestros pies, en el mar de palabra que la envuelve en su decir inacabado. Y en la bruma que, por momentos, no nos deja ver. La poesía es su mar, en una geografía en la que abunda la sequía, la escasez de agua. De allí que Gustavo Luján deduzca que “los poemas de este libro son para el deslumbramiento, para quedarse en el regazo que trazan las imágenes de ternura y dureza a la vez”.
Todo está puesto allí, en el lenguaje de Lucía Carmona. En la bruma, pero también en la luz con la que ilumina todo lo que la rodea. En la niebla, pero también en el despertar, en el abrir los ojos al descubrimiento del poema, como si se tratara, una vez más, del descubrimiento del ser que la acompaña desde su propio punto de partida, desde su propio alumbramiento hasta este hoy. Hasta su “Génesis”: Existen movimientos / de conversión aérea / porque el astro más grande / es el mar / una criatura presa de sus propias comisuras / laxas. / Hay en la historia de los peces / una hora / en que los árboles / segregan una ansiosa resina / y luego en los ostrarios / el borde de la luz / sume dos alas verdaderas. / Cuando las horas inundan la marea / el ritmo / es una tez traslúcida / ante el viento. / Se descubre en la arena / un iris secreto / que recorre los cosmos / para pasar ante los ojos / los pies descalzos / creadores del signo. / Cae sobre las aguas / el sexo del metal / mientras en los estuarios / los pájaros respiran / esa férrea costumbre / de beberse sus sombras / y volver transparentes. / El líquido sitúa las espumas / en el plano de las pequeñas lluvias serenas / y hay un instante justo en los ascensos / en que los tiempos tejen / el mundo / y lo destejen. / Las arenas son firmes, / encofran la tristeza.
Todo está puesto allí. En cada palabra. En cada poesía. ¿Pero cuánta poesía cabe en Lucía Carmona?
“La poeta sabe que la poesía sirve para ‘decir’, para volcar el robusto canto de la vida, la existencia, el amor, la vida familiar y todos los paisajes del territorio que la contienen”, afirma Melcy Ocampo sobre la escritora chileciteña y nos permite desandar un poco más en su naturaleza al ir un poco más allá en sus definiciones: “Sabe (Carmona) que siempre habrá luz detrás de oscuridades, que escapan por codos de la hoguera, que gravitan en todos los estadios de la convivencia y ahí se hace presente en esta obra que titula ‘Lenguaje de la bruma’. En esa bruma se desgrana la palabra, se descuelga como chispa certera, ardiendo sobre escombros que la desafían”. Y culmina: “Leer sus poemas es bucear su corazón, rastrear su experiencia de existir que la interpela a diario y que la muestra en un territorio sin fronteras. Esa válvula de salida es una búsqueda intuitiva, un lugar donde husmea la palabra que car de rodillas, ante la tensión que moviliza su escritura”.
Bucear en su corazón. Bucear en su mar. En ese mar de palabra que la envuelve en su decir inacabado. En su lenguaje de la bruma. En toda la poesía que le cabe y en toda la poesía en que cabe Lucía Carmona. En su esencia. Así es como la poeta chileciteña nos sumerge en la profundidad, en la hondura misma de la tierra que, a su vez, se sume en la profundidad toda del agua, ese mar en que el abismo puede ser tanto una grieta como un deslumbramiento. Y más aún, como el alumbramiento de la vida misma.
SOBRE LA AUTORA
LUCÍA CARMONA ES UNA DE LAS VOCES MÁS POTENTES Y EXPRESIVAS DEL NOROESTE ARGENTINO. POETA, ENSAYISTA Y CUENTISTA, SECRETARIA DE LA SOCIEDAD ARGENTINA DE ESCRITORES (SADE) Y MIEMBRO DE LA FUNDACIÓN ARGENTINA PARA LA POESÍA, SUS POEMAS RECORREN LA ARGENTINA, CHILE, URUGUAY Y CUBA. DEDICÓ SU VIDA A LA DOCENCIA Y A LA POESÍA. SE RECIBIÓ DE PROFESORA EN CIENCIAS BIOLÓGICAS, Y MAESTRA NORMAL NACIONAL, ES DOCENTE EN SU CIUDAD NATAL. ASISTENTE TÉCNICA DE LA SECRETARÍA DE ESTADO DE LA NACIÓN. DICTÓ CURSOS COMO TAL EN LA UNIVERSIDAD DE COMAHUE (BARILOCHE), CHILECITO, AIMOGASTA, CHEPES Y SALICAS. DIRIGIÓ EL PRIMER TALLER LITERARIO DE LA RIOJA EN 1976. DESDE ENTONCES CONTINUÓ CON LA CONDUCCIÓN DE LOS MISMOS. ACTUALMENTE DICTA CURSOS DE PERFECCIONAMIENTO PARA EMPLEADOS MUNICIPALES DE CHILECITO. CUENTA HASTA LA FECHA CON TRECE LIBROS DE POESÍA PUBLICADOS: HACIA UNA TIERRA OSCURA, MISERERE, LAS INFINITAS PALABRAS, DESPUÉS DE LOS ANDENES, Y DIOS ENTRE LOS PÁRAMOS, POESÍA 1967-1987 (PREMIO FAJA DE HONOR DE LA S.A.D.E. 1988). OBTUVO GRACIAS A SU OBRA EL GRAN PREMIO DE HONOR DE LA FUNDACIÓN ARGENTINA PARA LA POESÍA Y EL PREMIO ESTEBAN ECHEVERRÍA DE LA ASOCIACIÓN GENTE DE LETRAS, ENTRE OTROS.
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