Por Sara González Cañete
AQUELLA GUITARRA
Gemía una melodía diferente, distinta a las canciones interpretadas antes.
Evocaba el tiempo pasado hacia un presente inevitablemente doloroso.
Dejo en sus cuerdas las batallas ganadas y los momentos de gloria, en la delicadeza de sus curvas resbalaban.
La noble madera de brillo impecable como el de su mirada color miel, dulce en sus sonidos como la caricia de sus besos.
Una cicatriz en el cuerpo de la guitarra contaba la historia, cerca del puente, la Selleta y los pines atestiguaron del daño que un golpe causo en ella.
Un Luthier reparo con su arte aquella inesperada fisura, y el presagio de otra herida se abrió en el pentagrama de su idilio con ella.
Pidiendo un momento de sosiego, su corazón palpitaba aun cuando la dejo en sus manos. Cual oasis en el desierto, el ciclo de la vida dijo Adiós… con historias sublimadas en las curvas de aquella Guitarra.
El Mástil, el diapasón, las clavijas, incluso la boca de aquella guitarra sintieron su caricia final. Sucedió cual juego de posta, la guitarra entre ellos… suspendida en el momento exacto que la miro a los ojos.
Nunca había llorado el sonido de la muerte sus cuerdas, en ese acto estoico de su intérprete. Un DO sostenido intento salvar la nota inicial del final en su última canción.
Antes que el otoño desnudara a los árboles, dejó de cantar serenatas su voz… despojado y en paz se fue. El viento se detuvo, las cuerdas se soltaron desde el puente hasta el clavijero.
Aquella Guitarra… dijo Adiós al músico, antes que el otoño llegara a su alma, el legado más valioso ya tenía nuevos intérpretes.
Un Luthier para un corazón roto salió a buscar aquella Guitarra con melodías tristes, improvisando notas con negras, semicorcheas y silencios de luto…
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