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1591 Cultura + Espectáculos LITERATURA

¡No te vayas a meter en lo de Suárez!

Diego Pérez

Por Diego Pérez

La frase retumbaba aún en los oídos de Walter, la recordaba y cada vez que lo hacía era un estremecimiento en todo el cuerpo. Le perforaba la cabeza y lo hacía querer desaparecer. Se lo habían dicho y repetido hasta el hartazgo, pero a los 19 años las cosas no son tan claras y los pecados de juventud se pagan todos juntos antes de empezar a vivir.

Walter Romero nació en el 63, en un par de casas más abajo del tanque de agua de la Cooperativa, por la Esperanza, en un pueblo que todavía no alcanzaba a despegar, que dormía a la vera de un río que lo hipnotizaba suavemente entre meandros y remansos.

Se había tirado boca arriba en la camita que le quedaba en la casa de su tía Norma, resabio de otras épocas, cuando iba con sus viejos de visita y las sobremesas se estiraban más de la cuenta, era casi una orden irse a dormir en esa piecita que la tía había preparado justamente para esos menesteres.

Eran los tiempos en los que el Viejo todavía se divertía, antes que esa bendita explosión en la Fábrica Militar lo dejara sordo, por hacerse el héroe aquella mañana en la que las detonaciones de las granadas no habían salido bien. Antes que enviar un subordinado suyo, el Viejo, Heber Romero, un tipo duro y cascarrabias, se fue arrastrando en el polígono de tiro hasta llegar a la zona donde estaban las granadas sin detonar, con tan mala fortuna que al acercarse para colocar los cables en ellas, una estalló y lo dejó sordo completamente de un oído y con la audición del otro severamente dañada, en especial por el zumbido constante que le quedó y no lo dejó dormir más, hasta el fatídico día en el que no escuchó el bocinazo del 1114 del vecino que doblaba por la Esperanza desde la avenida Savio y se le cruzó con la bici de manera imprevista.

La tía no lo vio entrar a Walter esa madrugada. En realidad no golpeó ni tocó el timbre, sino que se metió aprovechando que esa persiana tenía un truco para abrirse desde el exterior y por ahí se coló. Eran poco más de las 4 de la mañana y aún estaba oscuro, en un otoño más frío de lo habitual.

Walter miraba al techo, buscando respuestas entre las grietas de la pintura blanca descascarada. Él era el galgo, ese puntero derecho veloz y escurridizo que asombraba a propios y extraños en las inferiores del Atlético. Al principio le decían lobito, pero una mañana de domingo le metió un par de goles a Casino y cuando pasó frente al asiento en el que estaba el técnico rival, se escuchó clarito -parenlo al pendejo de mierda este, parece un galgo, tiene un cuete en el culo- y desde ahí le quedó el apodo con el que soñaba triunfar algún día en el fútbol grande de Buenos Aires.

El loco Donatti lo había llevado un día a probarse en Belgrano y en Talleres, con la promesa del Perico Ojeda que también, apenas juntara para el pasaje lo llevaba a Independiente en Buenos Aires.

La mala suerte el día del sorteo lo dejó en la colimba a comienzos del 81 y no pudo ir al Rojo de Avellaneda, aunque le quedaba la ilusión de salir rápido en la primera baja y hacer la prueba.

Pero la primera baja no se dejó ver nunca y el año se hizo largo en la base militar y de la Marina en Comodoro Rivadavia, que le tocó por número alto en el sorteo y de la noche a la mañana, se fue el año y cuando quiso darse cuenta estaba arriba del buque que rescató a los sobrevivientes del crucero General Belgrano. Se pasaron tres días entre el frío del mar, el fuego de los restos de la nave, los quejidos insoportables de los heridos, rescatando la memoria del olvido, del horror. Pero en la segunda mañana, con un oleaje muy fuerte de un mar embravecido, un pedazo de metal del barco hundido cayó y se deslizó sobre la cubierta de su barco y le rozó la pierna izquierda provocándole el corte del tendón de Aquiles, que sumado a la tardanza en ser tratado como se debía, inmovilizando la zona especialmente, hicieron que Walter, el chico de la sonrisa amplia, de los goles imposibles, el que ayudaba a los vecinos con los mandados, el del jopo que no quería que el viento se lo despeinara y no dejaba que nadie se lo tocara, pasara de galgo a rengo hijo de puta sin escalas y tuviera que decirle adiós al fútbol y sus sueños sin haberle ni siquiera dicho hola.

Esa noche de abril del 83, aún en plena dictadura militar, a un par de meses de cumplir los 20, estaba harto de todo, del silencio, del olvido, de los sueños truncados, de las ausencias sin sentido y de ese trabajo por dos mangos en lo del Corralón de Niefeld con el que se tuvo que conformar.

Esa noche cerró el Corralón y sin avisar se llevó la plata de los sueldos que se iban a pagar al otro día en el banco y él tenía que ir a depositar. Para evitar tener que ir al Corralón y volver al centro pensó en ahorrar un viaje en la bici y la depositaría de pasada a la mañana siguiente.

Pero cuando cerró y se aprestaba a subirse a la bicicleta escuchó las voces, las risas en lo de Suárez y se acordó de golpe que nunca tuvo novia, que solo llenaba esas ansias con revistas, se tentó y cruzó la calle caminando, con la bici al lado. Decían que en lo de Suárez había un par de brasileñas que rajaban la tierra. Se decían tantas cosas, escuchó tantas anécdotas de todos los que cumplían 18 años y religiosamente iban a la iglesia de Suárez a perder su virginidad, como aquel pecado inicial en el comienzo de los días.

Walter se imaginó viviendo esas historias, a las brasileñas en vivo y en directo. Y cuando menos lo pensó, su campera, el pantalón de gimnasia que se usaba por eso años, y la camiseta blanca volaron a una silla con un tapizado que vivió mejores años, y ya estaba subido a una montaña de placer desconocido. Se agarraba de esas caderas como si no hubiera mañana mientras escuchaba las risas ajenas y cómo se hablaban entre ellas en un idioma que no entendía. El problema fue que con tantas revistas, Walter no tenía sensibilidad y tardaba demasiado. No hubo lugar para las quejas y lo sacaron un par de grandotes que Suárez tenía para esos casos, con el fondo de la risa de las brasileñas y de algunos ocasionales parroquianos que esperaban su turno para hacer uso de las relaciones carnales con las hermanas latinoamericanas.

Cuando se sacudió la tierra y pudo agarrar la ropa tirada en la vereda se fue en la bici por la Alsina, aprovechando la oscuridad, pero al llegar a la Bolívar se dio cuenta que no tenía la bolsita con la plata. Pensó en volver, pero ya no había vuelta atrás y tenía que justificar la pérdida de un dinero que sacó sin aviso, con el que se pagaría el sueldo de las cinco personas que trabajaban en el Corralón y de yapa no había podido acabar.

De pronto, cuando el amanecer dejaba sus primeros estiletazos naranjas sobre la ribera del río y los trabajadores de las fábricas se convertían en un enjambre de bicicletas proletarias rumbo a las fábricas, Walter recordó un cuento policial que había leído de chico, de esos que le sacaba a su viejo sin que se diera cuenta.

-A mí no me cagan esas putas, susurró con determinación y salió con cautela, para que no lo vea ningún vecino. Agarró la bici, le metió una patada en la jeta, de pasada, al perro del vecino de su tía, que quiso amagar un tarascón y enfiló por la Savio, a toda velocidad.

Esa mañana el gringo Niefeld encontró todo la oficina del Corralón desordenada, la caja tirada y vacía y al ratito llegó Walter con la bici, escandalizado por el episodio de robo que acababan de vivir. La Policía tomó los detalles del caso y una pista, una camperita verde, alertó a los uniformados que se cruzaron de Suárez y recuperaron el dinero, además de llevarse detenidas a las brasileñas y al mismísimo Suárez.

Esa noche Walter Romero, después de cobrar el sueldo y pagar el favor a Tito, un tío que frecuentaba el bar de Suárez y birló la camperita verde de las brasileñas en un descuido, como el cuento que había recordado; se tiró en su cama aliviado, preparó la mano, la revista, olvidó los desbordes y los goles que ya no llegarían, el fuego y el olvido del Sur y su mente viajó con las brasileñas, que por esas horas ya estaban de fiesta en la Seccional.

EL AUTOR

DIEGO PÉREZ ES LICENCIADO EN COMUNICACIÓN SOCIAL, CORDOBÉS DE NACIMIENTO Y RIOJANO POR ADOPCIÓN. ASIDUO LECTOR DE AUTORES COMO SACHERI, DOLINA, CORTÁZAR, ECO, ENTRE OTROS TANTOS. FUE PREMIADO Y PUBLICADO EN ANTOLOGÍAS LATINOAMERICANAS EN DIFERENTES OPORTUNIDADES, EN LAS QUE PARTICIPÓ CON CUENTOS Y POEMAS. HA SIDO PUBLICADO EN DIARIOS Y PÁGINAS WEB DE DIFERENTES PROVINCIAS. TRABAJÓ EN MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE CÓRDOBA Y LA RIOJA Y ES ADEMÁS ASESOR EN COMUNICACIÓN POLÍTICA CON UN POSGRADO EN LA UCA. ACTUALMENTE SE DEDICA A LA COMUNICACIÓN GUBERNAMENTAL.

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