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Opinión VOCES

Cuidar la Casa Común amando al pobre

En el uso del poder puede estar la clave. Quienes hemos asumido responsabilidades públicas, por mandato de la soberanía popular, consideramos - en sintonía con el Papa- que el poder es un servicio. Y un servicio que nos permite diseñar un Estado promotor de la justicia social y de la dignidad humana.
Gustavo Menéndez

Por Gustavo Menéndez

Con la reciente exhortación apostólica Laudate Deum (Alabemos a Dios) el Papa Francisco completa el plexo doctrinal abordado en la encíclica Laudato Si´ (Alabado seas) y nos vuelve a interpelar sobre la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene en el Cuidado de la Casa Común. Porque, así como nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, tampoco nadie - nos recuerda el Santo Padre- se salva solo.

El impacto del cambio climático, nos recuerda Francisco, “es un problema social global que está íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana” (n. 3). Destruir el ambiente no solo trae aparejado daños irreversibles en las especies vegetales y animales, sino que castigan a la persona humana sometiéndola a la desocupación, la enfermedad, el hambre y todo aquello que configura el drama de la pobreza.

¿Y dónde está la causa del cambio destructivo del ambiente? Nos responde Su Santidad: “ya no podemos dudar de que la razón de la inusual velocidad de estos peligrosos cambios es un hecho inocultable: las enormes novedades que tienen que ver con la desbocada intervención humana sobre la naturaleza en los dos últimos siglos” (n. 14).

En el uso del poder puede estar la clave. Quienes hemos asumido responsabilidades públicas, por mandato de la soberanía popular, consideramos - en sintonía con el Papa- que el poder es un servicio. Y un servicio que nos permite diseñar un Estado promotor de la justicia social y de la dignidad humana. Nos dice Francisco: “Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos” (n. 28).

Además, a la vuelta de la esquina nos encontramos con liderazgos oportunistas que se aprovechan de las circunstancias y de las asignaturas pendientes de la democracia. Por eso, el Papa nos advierte: “En los últimos años podemos advertir que, aturdidos y extasiados frente a las promesas de tantos falsos profetas, a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos” (n. 31).

En definitiva, se trata de ejercer una conducta ética acorde a la realidad circundante y a la irrenunciable vocación de hacer el bien y evitar el mal. En un contexto de igualdad y fraternidad. Que les ponga una barrera a los “falsos profetas” del odio y el egoísmo. Porque siempre pagan los platos rotos los pobres, a los que condenan con la “meritocracia” de los poderosos, que convierten a esta “en un ´merecido´ poder humano al que todo debe someterse, en un dominio de los que nacieron con mejores condiciones de desarrollo.

Una cosa es un sano planteo sobre el valor del esfuerzo, el desarrollo de las propias capacidades y un loable espíritu de iniciativa, pero si no se busca una real igualdad de oportunidades esto se convierte fácilmente en una pantalla que consolida más aún los privilegios de unos pocos con mayor poder (…)” (n. 32).

El Papa insiste con los acuerdos y los pactos firmados por las potencias y los países emergentes en diversas oportunidades, tal vez con resultados lentos o postergados. En el último bimestre del presente año se llevará a cabo la Conferencia de las Partes (COP28) en los Emiratos Árabes Unidos.

Resalta Francisco al respecto: “Si confiamos en la capacidad del ser humano de trascender sus pequeños intereses y de pensar en grande, no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromisos efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente” (n. 54).

La esperanza de Francisco es la nuestra. Como decía el general Juan Domingo Perón: “le guste o no le guste, el hombre es hermano del hombre”. Más que nunca tengamos en cuenta que “Dios nos ha unido a todas sus criaturas”.

Sin embargo, el paradigma tecnocrático nos puede aislar del mundo que nos rodea, y nos engaña haciéndonos olvidar que todo el mundo es una ´zona de contacto´” (n. 66). Este es el camino. Estamos convocados a recorrerlo, en paz y con diálogo, por nosotros y las generaciones que vendrán. Unidos y solidarios será posible. La tarea es grande y nos desafía: cuidar la Casa Común, amando al pobre, abrazando al compañero, reconociéndonos patriotas del universo, que heredamos de Dios.

*Intendente de Merlo

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