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Opinión

El Peso de las Palabras: Un Poder Transformador o Destructor

“Las palabras tienen el poder de crear y el poder de destruir. Cuando las palabras son buenas y amorosas, crean armonía; cuando son malas, crean discordia.” - Miguel Ruiz, autor de "Los Cuatro Acuerdos".
Jennifer Llamus

Por Jennifer Llamus

En el vasto universo de la comunicación humana, las palabras son las herramientas más poderosas que poseemos. Tienen el don de construir puentes o levantar barreras, de inspirar amor o sembrar odio. Este concepto central encuentra eco en la obra del autor mexicano Miguel Ruiz, cuyo libro "Los Cuatro Acuerdos" explora la importancia de las palabras en nuestras vidas.

Ruiz propone un código ético basado en cuatro acuerdos fundamentales; uno de ellos destaca la necesidad de ser impecables con nuestras palabras. Este acuerdo subraya la importancia de utilizar el lenguaje de manera consciente y responsable, reconociendo que nuestras palabras no solo reflejan nuestra realidad, sino que también la crean.

A su vez, el documental "El Mensaje del Agua" dirigido por Masaru Emoto nos ofrece una perspectiva visualmente impactante sobre el impacto de las palabras en el mundo que nos rodea. Emoto realizó experimentos en los que expuso el agua a palabras escritas o habladas, y observó que la estructura molecular del agua cambia en respuesta a estas expresiones. Palabras de amor y gratitud generaron patrones cristalinos armoniosos, mientras que palabras negativas, formas caóticas y desordenadas. Si tenemos en cuenta que el ser humano es aproximadamente 70% agua, que interviene en los procesos bioquímicos, metabólicos y en la regulación del equilibrio hídrico, esto hace a la noción que las palabras pueden tener un impacto directo, alterando sus moléculas positiva o negativamente.

Tanto el libro de Ruiz, como el documental de Emoto, aunque pertenecientes a contextos y disciplinas diferentes, convergen en la idea de que nuestras palabras no son simplemente sonidos o letras; son fuerzas activas que afectan tanto a nosotros mismos como a nuestro entorno. Este reconocimiento nos impulsa a reflexionar sobre la calidad de nuestras expresiones verbales y a considerar el impacto que pueden tener en nuestras vidas y en el mundo que compartimos.

Que seamos “impecables” con las palabras con las que nos expresamos no implica abstenerse de mentir; va más allá, invitándonos a utilizar el lenguaje como una herramienta para construir, sanar y fortalecer. En un mundo donde la comunicación fluye a través de diversas plataformas y medios, este recordatorio cobra especial relevancia. La responsabilidad que llevamos como seres que se comunican va más allá de la mera transmisión de información; es un acto creativo que contribuye a la construcción de realidades compartidas. Aunque el primer paso radica en el registro respecto al cuidado de las cosas que nos decimos a nosotros mismos. Ese es la primera fuerza que genera cambios en nuestros propios paradigmas.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas, que al adoptar la impecabilidad con nuestras palabras nos convertimos en arquitectos conscientes de un mundo que refleje los valores de amor, respeto y armonía que aspiramos a cultivar y tan necesarios en los tiempos que corren.

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