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Opinión

El suicidio entre los jóvenes

Hay factores psicosociales que contribuyen al sufrimiento infantil y adolescente contemporáneo que sustenta la anomia o desocialización aguda.

En Brasil, el mes de septiembre estuvo dedicado a la prevención del suicidio. En un texto clásico sobre el tema, Émile Durkheim presenta una tipología del suicidio: egoísta, altruista y anómico. El suicidio egoísta se produce cuando el suicida ya no ve sentido a seguir viviendo porque está socialmente desintegrado. El suicidio altruista, por el contrario, implica a autores que se identifican tanto con su grupo que se sacrifican en defensa de causas colectivas.

Aunque este último ayuda a comprender el extremismo violento en las escuelas, creemos que es el suicidio anómico el que mejor puede sugerir una pista para entender el movimiento de ataque a las escuelas que involucra a una parte de los jóvenes y adolescentes brasileños. La anomia, o ausencia de normas, es característica de las sociedades en crisis. El código moral se pierde en circunstancias de profunda incertidumbre.

Hay registros que indican que el 20% de nuestros jóvenes se autolesionan, según el Hospital das Clínicas de São Paulo y el Hospital Universitario de Brasilia. La automutilación es un índice de sufrimiento psicológico, en el que las personas intentan sustituir el dolor psicológico por el dolor físico.

Pero, ¿qué puede llevar a un joven a un sufrimiento psíquico de tal magnitud? Hay por lo menos tres factores psicosociales que contribuyen al sufrimiento infantil y adolescente contemporáneo que sustenta la anomia o desocialización aguda.

El primero es la reducción del tiempo y de la calidad de la vida familiar debido al aumento de la jornada laboral. Brasil registra cerca de 70 mil divorcios al año. Un estudio de Euromonitor International sugiere que las familias monoparentales crecerán un 128% entre 2000 y 2030.

Gran parte de esta nueva dinámica social está relacionada con las crecientes exigencias del desempeño profesional, que restan tiempo a la vida familiar. Algunos estudios indican que la familia original va perdiendo terreno frente a la imaginaria “familia virtual” de las redes sociales, donde niños y adolescentes definen su vestimenta, sus valores e incluso su lenguaje.

El segundo factor de la angustia juvenil es la creciente demanda social de rendimiento. El filósofo Byung-Chul Han ha destacado una progresiva y perturbadora demanda social de rendimiento individual en todos los ámbitos de la vida (conocimiento científico, arte, amor, deporte). Dado que el horizonte de frustración es seguro, porque no hay forma de alcanzar el nivel de excelencia exigido, la inmensa mayoría acaba siendo rehén de las expectativas colectivas, que se convierten en presiones amenazadoras. El sujeto se convierte en rehén de su propia imaginación.

Por último, hay un número creciente de padres que no soportan la frustración ni la adversidad, creando progresivamente un ambiente de pánico y estrés cotidiano en sus hogares, exigiendo rendimiento y reconocimiento a sus hijos. Por otra parte, un simple síntoma de enfermedad es motivo de remisión inminente al servicio de urgencias más cercano. Ocurre que la madurez se diferencia del infantilismo precisamente por el autocontrol de las emociones inmediatas o latentes.

La frustración forma parte del aprendizaje humano y del desarrollo de la inteligencia intrapersonal. Sin embargo, debido al atomismo narcisista en el que se han sumergido la sociedad y las redes sociales desde principios del siglo XXI, la forma de responder a la frustración, el acoso y la impotencia se ha guiado cada vez más por acciones de anulación, represalia, agresividad y, finalmente, vulnerabilidad a las apelaciones para fomentar acciones autoritarias y extremistas.

Todo este complejo contexto parece contribuir a la falta de horizonte de sentido con la que parecen vivir algunos jóvenes. En un verdadero apego a un tipo de nihilismo no reflexivo, algunos niños, adolescentes y hombres frustrados con sus condiciones sociales, económicas y emocionales, incapaces de ver alguna posibilidad de cambio o esperanza para el futuro, buscan refugio con grupos misóginos que refuerzan sus sentimientos. No es casualidad que el término blackpill aparezca entre los partidarios de ideologías masculinistas que circulan por las redes sociales.

Según la organización estadounidense Anti-defamation League, blackpill forma parte de la ideología de la nueva extrema derecha y del movimiento incel –nombre de los grupos masculinistas que significa célibes involuntarios– y representa la percepción de que el “sistema” está demasiado arraigado para cambiarlo y de que no hay esperanza ni para uno mismo ni para la sociedad. ¿La razón de esta desilusión? La creencia de que ya no hay sitio para los hombres en el mundo actual, donde reina el privilegio de la mujer.

Ante el fatalismo de esta dura realidad, a los blackpillados (los que se adhieren a la ideología) solo les quedan unas pocas opciones: rendirse y pudrirse, suicidarse o cometer un atentado extremista masivo y convertirse en mártires de la causa (de ahí la importancia de ser cuidadoso a la hora de dar publicidad a lo que ocurre). En algunos casos, el resultado esperado para el autor de un atentado en una escuela es ser abatido por las fuerzas de seguridad, lo que irónicamente se denomina “suicidio por un policía”, que aportará más prestigio al autor y aumentará así la posibilidad de inspirar a otros a seguir sus pasos.

Este es solo un ejemplo de la desmotivación que puede afectar a chicos y jóvenes y que, al igual que otras formas de radicalización hacia el extremismo violento, forma parte de la cultura de factores que empujan a los jóvenes hacia procesos de autolesión y daño a otros, especialmente a niñas y mujeres.

Por ello, construir posibilidades de vida y promover espacios de pertenencia que reconecten a las personas en experiencias compartidas, comunitarias y solidarias es una estrategia fundamental para prevenir la radicalización de los jóvenes, o incluso rescatarlos de la anomia y la atomización despersonalizadora que subyacen al suicidio social y colectivo que se extiende en nuestra sociedad.

En estos entornos emocionalmente inestables, nuestros jóvenes son vulnerables a los llamamientos autoritarios y violentos que se presentan como heroicos, como respuesta a la inestabilidad y la humillación cotidianas que son signos de esta atomización. Cerrar los ojos ante esta realidad significa desatender el futuro de las próximas generaciones. Mirarla, encontrar sus causas y trabajar para superarla es, ante todo, un compromiso ético, ciudadano y promotor de la democracia.

Luís Carlos Petry, Psicoanalista y topólogo.

Rudá Ricci, Licenciado en Ciencias Políticas, doctor en Ciencias Sociales y presidente del Instituto Cultiva.

André Bakker da Silveira , Director de Investigación y Proyectos del Instituto Aurora para la Educación en Derechos Humanos.

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