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Opinión REFLEXIÓN POR DARDO GASPARRÉ

¿Inteligencia? artificial

El bot de la felicidad que resuelve todos los problemas de la humanidad se parece demasiado a la burocracia de la fatal arrogancia de Hayek.
Dardo Gasparré

Por Dardo Gasparré

Durante la semana, con sorprendente unanimidad, seguramente casual, el periodismo nacional multimedia se dedicó a promocionar las maravillas de un sitio de chat basado en lo que se conoce como inteligencia artificial, que intenta conseguir abonados para brindar sus servicios.

Buen momento para volver a esbozar algunas ideas sobre el tema, que no serán técnicas, porque la sabiduría de los expertos en el área es infinita e infalible, al menos a estar por la certeza que confieren a todas sus opiniones y por los descalificativos agraviantes que reparten generosamente entre cualquiera que ose formular una duda.

Habría que comenzar por intentar definir el concepto. No se trata de la capacidad de cálculo de los sistemas digitales, hartamente demostrada en todas las especialidades con fórmulas de ciencias exactas. Ni tampoco a la habilidad de jugar al ajedrez, las damas, el Go y demás juegos de cálculo, evaluación y análisis de estrategia, donde la velocidad y precisión de procesamiento de la tecnología actual es insuperable, y no está en discusión. Los programas ajedrecísticos y motores, como Stockfish y Dragon por ejemplo, no pueden ya ser superados por la mente humana, al menos mientras se siga intentando jugar a tiempos iguales, lo que de algún modo tiene una cuota de soberbia y hasta de estolidez por parte de los humanos. Ocurre algo igual con las cuatro operaciones básicas, incidentalmente.

Ni siquiera fenómenos como AlphaZero, el imbatible programa de multiprocesador que aprendió a ser eximio en ajedrez sin que se le haya cargado ni partidas, ni aperturas clásicas, ni ninguna referencia al juego. Sólo se le proveyeron las reglas del juego y los movimientos posibles de cada pieza. Pese a que eso fue reputado como un gran logro de la llamada inteligencia artificial, se trata de capacidad de cálculo, o si se quiere, de capacidad de análisis infinita relativa. Pero no de pensamiento crítico creativo.

En todos los casos espectaculares que se mencionan, aún en el siglo XX y hasta XIX, se trata de la habilidad de manejar cálculos, fórmulas, resoluciones, ecuaciones, evaluaciones, comparaciones y procedimientos científicos rígidos, más allá del modo en que son presentados o de la exactitud y velocidad para obtener los resultados. Usando una comparación un poco extrapolada, aquellos que alguna vez tuvieron que usar el papel milimetrado para encontrar un Valor Neto Presente u obtener raíces por raros métodos, se sorprendieron de modo parecido con la Texas Instrument y similares, como más adelante ocurrió con el Lotus 123, o el Quattro, de las primeras interfaces milagrosas masivas. No es demasiado seguro afirmar que se tratan de avances de las máquinas en la capacidad de reemplazar el pensamiento humano.

A título jocoso, pero para demostrar la necesidad del hombre en esperar los milagros técnicos, hoy tecnológicos, cabe traer a la memoria el famoso autómata El Turco, una máquina encerrada en una estructura de madera que jugaba al ajedrez, en el siglo XVIII, que derrotaba rival tras rival. Hasta que se descubrió que en su interior se escondía un enano. Buen ajedrecista, claro. Ya ahí circulaba la idea de una máquina capaz de pensar, que tantas veces se reflejó en la literatura, como en La Máquina del Tiempo de Wells, o, más cercanamente, en 2001: A Space Odyssey, basada en un extraordinario cuento SciFi del futurista Arthur Clarke, llevada al cine en 1968 por Stanley Kubrick, considerada hoy una pieza histórica.

Los lectores recordarán que narraba un viaje al espacio exterior en búsqueda de un monolito fundacional, en una nave espacial asistida por la computadora HAL 9000, (nombre proveniente de un acrónimo de Heuristically programmed ALgorithmic computer (aunque la leyenda popular sostuvo siempre que se trataba de una sigla formada por cada una de las letras previas a las de IBM en el alfabeto).

La película, que comienza con los astronautas jugando amistosamente al ajedrez con el sistema entonces reputado como inteligencia artificial, termina con la computadora enloqueciendo y tomando un rumbo propio, lo que lleva a la orden de tierra de desconectarla. Pero la inteligente máquina pispa lo que está por ocurrir y toma control de la nave, con el resultado de que aún debe estar dando vueltas por el cielo infinito, como diría Modugno.

Este introito es para recordar que desde el mismísimo Gólem la humanidad ha tratado de fabricar máquinas de pensar parecidas al hombre, un pecado de soberbia -diría la Biblia - lo que no implica que no se vaya a lograr, o que no se esté camino a lograrlo, tal vez.

Profeta israelí

Hablando más científicamente, a menos en el tono, quién más ha trabajado y defendido el tema y predicado sus ventajas es el notable historiador y pensador israelí Yuval Harari, quién, basándose en los desarrollos ya conocidos, profetiza un mundo casi en manos de la inteligencia artificial, que, además de destruir millones de puestos de trabajo, va a hacer mucho mejor la vida de los seres humanos. Dejando de lado, al menos en esta nota, el contenido woke y de tiranía universal que recuerdan la novela de Clarke, (porque seguramente otras capacidades de la informática serán utilizadas para el control y la sumisión del pueblo universal) Harari exagera y hasta se ve obligado a corregirse en algunos de sus propios libros, que retroceden un tramo en su propia idea.

No hay ninguna duda que el uso adecuado de la tecnología ha mejorado y simplificado muchas tareas, o debería hacerlo si se manejase bien. Pero son tareas rutinarias, repetitivas, registrales, que no reemplazan la inteligencia, sino apenas a la burocracia del escribiente. O del técnico. Del otro lado, ¿quién no ha sido víctima de las apps, de los sitios de loops infinitos donde un bot responde las preguntas que justamente no son las que el usuario quiere hacer y que en el mejor de los casos lo deriva a un supuesto centro de ayuda que lo vuelve a derivar a un bot, y así indefinidamente? Eso se parece mucho más a una burocracia o a una estafa que a una inteligencia artificial. A menos que se trate de la inteligencia de algún Madoff suelto.

Al enfrentarse a esos supuestos logros que predica Harari, ¿quién no ha añorado a un ser humano? Basta entrar en la app de su monopolio favorito de cable, internet, teléfono o todo junto para chocarse con la inteligencia artificial de una larva que tiene la burocracia. O a la de su proveedor de salud, en cuanto usted quiera un turno urgente, o en cualquier sitio del estado, o en su banco, o en una tarjeta de crédito. Hasta hace pocos años se consideraba que todo sitio on line debía tener un número telefónico al cual referirse. Trate de encontrarlo, fuera de un 0800 que le dirá que entre a la página web o lo terminará derivando a un loop similar verbal.

Si usted quiere llamarle inteligencia a eso, es su decisión. Artificial probablemente lo sea, porque es la mejor forma de descuidar al cliente, lo opuesto al mismísimo criterio del CRM. (Nota: el CRM, o Customer Relationship Management, es el nombre misterioso que la Nueva Burocracia tecnológica le da al Servicio de atención al cliente, que ha desaparecido científicamente) Usted entiende. Lo cierto es que todavía la promesa de felicidad y calidad del predicador israelí no se está cumpliendo.

Materia gris

Puestos en la obligación de definir el resbaloso concepto de IA o inteligencia artificial, debería considerarse como tal a un sistema que pensase por su cuenta, capaz de generar ideas, de resolver problemas que no se basasen en reglas fijas, de crear, como el ser humano. Y eso no está ocurriendo, al menos aún, ni siquiera en los difundidos ejemplos de aplicación en la elaboración de drogas médicas. En todos los casos, la tarea de la computación ha sido la de elegir, analizar resultados o evaluarlos basados en compuestos, drogas médicas o efectos de tratamientos o procedimientos practicados, sugeridos o provistos. Sin duda que ha sido una gran contribución en reducir los tiempos y costos de desarrollo, que es lo que se supone que hace cualquier computadora que se precie. Pero necesitan detrás a un Jenner, a un Galileo, un Marconi, un Pasteur, un Edison, un Salk, un Sabin, un Einstein, un Newton, un Hawking, aún a un mismísimo von Newman para que les den vida y alimento y le infundan su supuesta materia gris autónoma.

Entre las panaceas que predica Harari está la contribución al diagnóstico y tratamiento de muchos pacientes utilizando el diagnóstico mediante apps, entrevistas a distancia, o por el estilo, tampoco se trata de inteligencia artificial. O se refiere a médicos de mutual saturados, una suerte de médicos de a pie cubanos, jugando a curar, o se refiere a bots que simplemente recopilan casos y transforman su enfermedad o la del autor en una estadística, en un vademécum online, en un boticario de barrio dando recetas mágicas. Cualquier enfermo se lo puede explicar. Cualquier médico bien formado, hasta Dr. House, sabe el valor de escuchar al paciente, de olerle el aliento, de palparlo, de mirarle los ojos o la palidez, el temblor, el caminar o el daño de la piel. O de tomar la presión, simplemente. Auscultar, ese término tan ligado a la medicina, quiere decir escuchar. Suerte con el bot que lo escuche.

También en este concepto de la denigración o tratamiento en serie del enfermo hay un concepto woke, un cierto desprecio por las personas, porque la población considerada como un todo ha pasado a ser un problema que parece querer resolverse como su proveedor monopólico, lector: demorando, cansando, ayudándolo a morir con demoras, distracciones y loops laberínticos e inútiles.

Este chat que ofrece sus servicios ahora es acaso el mejor ejemplo. La supuesta app inteligente ofrece un resumen de lo que ha leído, de lo que se ha publicado o dicho, de lo que se ha analizado o estudiado previamente por otros, de lo que se llamaría el conocimiento, suponiendo que su tarea fuera matemáticamente perfecta y que su promedio fuera ponderado por calidad, no sólo por cantidad (pequeño detalle) de lo que ha recopilado. De talento ajeno. No reemplaza a la inteligencia. La copia. La usa. Lo que no está mal, pero es simplemente una cuestión de ahorro de tiempo. No incorpora talento, ni pensamiento.

“Nadie nota que no es un ser humano el que habla”, dicen. ¡Vaya mérito! Por un lado, el ser humano se ha ido alejando de la calidad de pensamiento y hasta de léxico y sintaxis por obra de vaya a saber quién. Por otro lado, ¿qué importan el discurso, el estilo, el relato, el humo de la charla? Eso no reemplaza ni el saber, ni el conocimiento, ni el pensamiento analítico, ni la genialidad.

Lo desconocido

Muchos estudiantes, y no pocos autores de libros, tesis y papers, usan aplicaciones similares para ahorrar tiempo, según dicen. Pobre concepción intelectual. La tarea de investigar, sopesar, comparar, descartar, elegir, evaluar, concordar o disentir, es un entrenamiento del cerebro. Un food for thought, alimento para el pensamiento, como diría un americano. Cuando un profesor le pide a un alumno que investigue, no espera recibir un compendio de Inteligencia artificial, como si fuera hecho por un asistente, sino que entrena al alumno para la tarea de búsqueda de lo desconocido o ignorado, no para que copie un resumen más o menos bien hecho. Es un entrenamiento para pensar.

Y cuando alguien escribe un libro o una tesis o un paper, lo hace para sorprenderse con lo que descubre por su cuenta, por su investigación, por su propia búsqueda, y ofrecerlo a sus lectores para que también compartan la experiencia. No para hacer un resumen de lo que se conoce hasta un momento dado, por bueno que fuera. ¿Quién quiere que el alumno o el autor ahorren tiempo recurriendo a un bot?

Se está en el mismo problema que cuando un chico de segundo año pregunta para qué le enseñan logaritmos, límites o derivadas, si una calculadora le resuelve el problema de modo infinitamente más rápido. La misma simplificación infructífera. La misma irresponsabilidad también. El mismo intento de crear un Gólem o un Turco que tenga adentro escondido un ajedrecista pequeñito. Muy pequeñito.

Peligroso en lo filosófico, en lo técnico y en lo social. Porque siguiendo esta línea de pensamiento, se corre un riesgo mucho más alto que el de enojarse o desilusionarse con un bot estúpido. Se corre el riesgo de no enseñar a pensar, a tomar el riesgo de crear, de equivocarse, de errar y empezar de nuevo, y que ese impulso sea reemplazado por la esperanza de que alguna inteligencia artificial resuelva los problemas y la vida de cada uno o de todos.

O, para resumir, se corre el riesgo de que la próxima computadora con superinteligencia artificial, en vez de llamarse HAL 9000 como en la ficción, se llame Big Brother, como en la terrible y tremendas profecía de Orwell.

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