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Opinión

Joaquin V. González. Música y danzas nativas. La Vidalita Riojana

Centenario del fallecimiento de Joaquín V. González, 1923-2023

No es novedad que haya dejado para todos los tiempos, volúmenes llenos de doctrina, planes de enseñanza, bibliotecas por toda la geografía argentina o la Universidad de La Plata, faro académico y de rigurosidad de las ciencias. Sus creaciones se sostuvieron en el amor a la patria, a la vida, a las artes, convergiendo en él, el sabio, el poeta, el filósofo, el historiador. Como todo lo que investigaba y estudiaba Joaquín, iba siempre a lo más profundo, a los orígenes, tanto de lo material como de lo espiritual. En 1920 fue invitado al Museo de Bellas Artes a dar una conferencia cuyo título fue: Música y Danzas Nativas. Dejó algunas reflexiones y comentarios como los siguientes: “La cátedra al lado del fósil pampeano o de la urna calchaquí o incásica, y en el seno de esos salones donde ya puede mirarse un reflejo de la antigua Grecia o del Renacimiento, tiene la virtud de resucitar en éstos recintos la vida, que solo vive en ellas en forma representativa, para que vuelva la humanidad contemporánea como a completar la realidad de la existencia de la naturaleza o del arte en sus épocas correlativas. De ahí mi entusiasmo: de mi vocación educativa, de mi pasión literaria, de mi admiración ingénita por toda forma y grado de arte, y de cualquier naturaleza. Yo no sé nada de arte en concreto: no soy pintor, no soy escultor, no soy músico; pero confieso que tengo una facultad admirativa vivaz para la obra plástica o pictórica, y en cuanto a lo último solo puedo ofrecer a mi auditorio ésta declaración sincera e íntima: yo mismo soy un instrumento de música de una sensibilidad y una afinidad tan vasta y universal, que no hay forma, grado o profundidad, que no halle en mi organismo o en alguna de mis facultades, una resonancia, una correspondencia, una comprensión. Desde la gota de agua que cae monótona sobre una vasija de piedra en el fondo de la gruta, hasta la nota más sutil puesta como un grano de oro rimado en el inmenso conjunto de una orquesta, me causa una sensación y despiertan un eco en esa extraña que yo tengo por cuerpo y espíritu. Mis escritos de ese orden no tienen más mérito que el de ser un reflejo directo, sentido y trasmitido por un temperamento unísono de los caracteres de la región nativa; y como tal, yo soy, no un autor, sino un instrumento natural de que se ha servido ella para hacer a las gentes sus confidencias. Sí; las artes que tienen por esencia el sonido, la forma o el movimiento, son una emanación de la tierra más inmediata o más remota. El canto de las aves y el leguaje humano son los grados primarios de la natural; el primero es más puro y más exacto; el segundo es más reflejo y más profundo, hasta elevarse a las alturas inaccesibles de la metafísica. Pero hay sin dudas otra más viviente, más impresiva y más animada: es el movimiento, que reflejado por el cuerpo humano, en ingénita e invencible tendencia, desde las primeras formas de la vida social, da origen a la danza, la que refleja en líneas móviles y armoniosas, las ondulaciones, las cadencias, los ritmos, las variantes de la línea primitiva, en las mil formas que le imprimen las agitaciones y los dinamismos de la vida en todas las etapas de su evolución y en todos los reinos en que ella impera”. En esa misma conferencia González se refería a uno de los antecedentes más remotos de la música nativa, “el yaraví” y lo hacía de la siguiente manera: “El <yaraví> es la canción inmortal del alma indígena que vivirá mientras una gota de sangre americana corra por las venas de esos pueblos. Es la canción de América; y desde los primeros días de la conquista cautivó el corazón de los dominadores, que la estudiaron con amor, la escribieron, la tradujeron y la imitaron. Las transformaciones en la vida indígena por los conquistadores de tres siglos, hasta implantar en América la suya propia con variantes a veces sensibles, no han logrado borrar del espíritu popular la huella profunda del <yaraví> que sigue imperando en las regiones paternas y originarias, aun bajo otros nombres y que a nuestro país ha llegado revestido con las formas y los tonos de la montañesa, hermana del llanero pampeano o rioplatense. González enamorado de ese ritmo melancólico que en cierta medida expresa la soledad de la montaña, creó su propia Vidalita que quedó inmortalizada para siempre como la Vidalita Riojana. Pero a ese bello poema escrito por Joaquín le faltaba la música. ¿Y a quien fue a buscar para ello? A Don Alberto Williams. ¿Quién era este caballero? Nació en noviembre de 1862 en Buenos Aires, en el seno de una familia de músicos, nieto de don Amancio Alcorta un gran músico de Santiago del Estero. Estudió en la escuela de Música de Buenos Aires, siendo becado por el gobierno nacional para continuar sus estudios en París. Fue alumno de piano de Georges Mathías, a su vez discípulo de Chopin. De regreso a la Argentina, en 1889 comenzó a estudiar intensamente las melodías, las formas y los distintos ritmos del folclore argentino. También fundó y dirigió el Conservatorio de Música de Buenos Aires desde 1893 hasta 1941. Fue Presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes entre 1933 y 1937. Autor de innumerables obras musicales y poéticas, Tales como: Teoría de la Música, Teoría de la Armonía, Antología de Compositores Argentinos, Versos Líricos, Poema de los Mares Australes y Poema del Iguazú, entre muchos otros. Decía Williams de la vidalita: “es la canción de la tristeza, de la ausencia y del amor acongojado, allí donde la ternura no encuentra confidencias, donde solo el eco de la soledad responde a los anhelos, allí donde se siente el vacío de los que se fueron, donde se recuerdan las dulces horas que ya no volverán, allí donde las penas gotean horadando el corazón, donde la luna aquieta las punzadas del dolor, allí se canta la vidalita”. Don Alberto gozaba de la amistad de Joaquín a quien se refería como mi ilustre amigo el Doctor Joaquín V. González. De esa hermandad poética y musical nació la Vidalita Riojana ícono de nuestra tierra y embajadora de la riojanidad en cualquier parte del mundo.

VIDALITA RIOJANA

(Música: Alberto Williams/ Letra: Joaquín V. González)

Como canta el ave, vidalita

donde está su nido

Yo canto mis penas, vidalita,

oh, suelo querido.

Es mi voz el eco de una canción

que llevan los vientos

a cantar al mundo, vidalita

tus padecimientos

Solitaria y pura, vidalita

reina dolorida

oh Rioja del alma, vidalita

amor de mi vida.

*Escritor. Historiador. Contador Público. Magister en Historia Económica y de las Políticas Económicas en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

VOCES OPINION JOAQUIN VICTOR GONZALEZ

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