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Opinión

Joaquín V. González y Buenos Aires, Capital Federal

Homenaje en el centenario del fallecimiento de Joaquín V. González (1923-2023).
Eliana de Arrascaeta

Por Eliana de Arrascaeta

En el momento de consolidación de la Argentina como Nación, la clase dirigente del Gobierno Nacional está compuesta por hombres que tienen gran importancia en la formación profesional de JVG. Congregados en la ciudad mediterránea, los “notables” de Córdoba, imponen la candidatura del más encumbrado de ellos, el general Julio Argentino Roca que tras sofocar la última secesión porteña, la de Carlos Tejedor en 1880, asume la presidencia de la Nación y anuncia un programa de “Paz y Administración”, para atraer el progreso y la civilización.

Para ganarse la simpatía de los porteños, díscolos y autonomistas por excelencia, Roca y el Partido Autonomista Nacional, emprenden la modernización de la ciudad y del país. Aquella gran aldea se convierte rápidamente en una urbe bulliciosa, progresista y democrática, con inmigrantes organizados en “fuerzas vivas” que si bien no participan de la vida política electoral, manifiestan su adhesión a tal o cual candidato.

JVG llega por primera vez a la ciudad en 1886, siendo un joven diputado nacional por la provincia de La Rioja. La conocía de mentas, a través de los diarios porteños que leía con avidez cuando era un niño y vivía en Nonogasta; Buenos Aires aún no era la ciudad principal, aunque ya asomaba su cosmopolitismo y su apertura hacia la novedad. Su transformación en capital de la República, implicó la necesaria creación de la ciudad de La Plata, nueva capital de la provincia de Buenos Aires.

La trayectoria de JVG está inmersa en estas cuatro geografías tan disímiles: niñez en La Rioja, formación profesional (educación secundaria y universitaria) y actuación política y masonería en Córdoba; Buenos Aires, cuya principal virtud radicaba en saber captar y cooptar personalidades talentosas, cultas e inquietas; y por último La Plata.

Si bien JVG, el hombre que está siempre en el momento adecuado y en el lugar justo, accede a la diputación nacional por sus contactos familiares y políticos, su conquista de la ciudad de Buenos Aires -que cae rendida frente a su enorme erudición y vastos conocimientos-, se debe a su propio mérito. En efecto, la ciudad -siempre ávida y atenta- valora y pondera su cualidad literaria cuando publica La Tradición Nacional, su primer libro en prosa, y desde entonces se mueve como pez en el agua entre despachos de Ministerios, la Cámara de Diputados que integra en cuatro oportunidades y el Senado de la Nación -cargo que ejerce hasta su fallecimiento-, y la vida porteña que cuenta con ¡librerías españolas, inglesas, francesas e italianas!

JVG lector empedernido e insomne incorregible, disfruta de la reina del Plata, de sus teatros y espectáculos musicales, de sus tertulias y también del anonimato, propio de las grandes ciudades, que le permite dedicar las noches a jugar al póker en su casa o en la de su sobrina amante, actividades toleradas en una ciudad ajena a la pacatería y conservadurismo.

El puerto al que arribaron millones de inmigrantes de distintos orígenes, recibe abiertamente a los espíritus -provincianos o no- dispuestos a colaborar en el forjamiento de su grandeza.

En Buenos Aires JVG pasa la mayor parte de su vida, allí vive también su esposa y sus diez hijos y allí logra darse los gustos de bon vivant y cultivar la amistad, con gente tan disímil como el obispo Bazán y Bustos, la educadora Rosarito Vera Peñaloza o los políticos, intelectuales, poetas y artistas a los que también ayuda... Y esto no implica olvidarse de su tierra natal a la que volvía en cada verano.

Cultor del humor y la ironía, conoce en la gran ciudad a la plana mayor de la política nacional, incluido los reformistas como Indalecio Gómez, el ministro del Interior salteño que defiende la ley electoral en 1911 y a quien JVG fustiga desde su banca, (paradojas de quien en 1902 impulsa la reforma uninominal); y a Yrigoyen que asume como presidente de la Nación con JVG senador y ferviente opositor.

Acusado de “oligarca y conservador”, calificativos que definen erróneamente a la oligarquía como culta cuando en rigor no lo es; JVG es rara avis, liberal reformista, hombre de una cultura plena, un servidor de la patria y un personaje de mil facetas. Para alguien tan inmenso, “cuatro vidas en una” al decir de Ricardo Rojas, un hombre prolífico e imparable como político y estadista, dotado para desempeñarse en distintas funciones y en todas dejar su impronta, sin duda la ciudad puerto es una gran atracción, y generosa en su reconocimiento. Sin ánimo de comparar, eso mismo le pasó a Sarmiento, el sanjuanino admirado por JVG, y al boliviano Eduardo Wilde, cuya admiración y respeto fueron mutuos, aquel que tilda al riojano de ungido, del preferido de los dioses, el divino Joaquín.

La ciudad de Buenos Aires resulta clave para llevar a JVG al panteón de los imprescindibles en el difícil oficio de forjar la patria.

*Fuente “Diccionario Gonzaleano. Joaquín V. González y su universo.”

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