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Opinión

La construcción de la autoestima

Todo construye autoestima: ese cariño interior que, de ser alto, protege contra toda ofensa; esa manta que abriga en tiempos destemplados; esa íntima seguridad para superar obstáculos.

Con varios los niños y niñas que sufren falencias físicas o mentales evidentes, inocultables y que movilizan al entorno para acompañar y ayudar a superarlas.

No obstante, no son la mayoría. Un sinnúmero de chicos sufre de igual modo carencias o falta de habilidades para desenvolverse en su vida cotidiana, pero que no son interpretadas como discapacidades y no ven movilización para ayudarles.

Un ejemplo son los niños que “no gustan de sí”; que viven disconformes con su imagen o su conducta, porque desde temprano han recibido miradas de desencanto o insatisfacción de sus adultos.

Otros se perciben “pobrecitos/as”, porque por razones diversas (peso corporal, escasa habilidad deportiva, introspección, errónea elección de colegio) han sido siempre nombrados así.

Están los “perfeccionistas, los excesivamente autocríticos”, que nunca llegan a satisfacer las expectativas de sus mayores.

También los “inseguros”, que crecen entre comentarios sobre lo que les falta y no lo que consiguieron.

Todos coinciden en ser caldo de cultivo de baja autoestima.

Autoconocimiento y autoestima

El autoconocimiento (la noción de sí) es parte de una construcción social que comienza antes de nacer, desde que los hijos son pensados. El primer cimiento es la satisfacción de los progenitores al enterarse de su aparición. O su decepción por la misma causa.

En posteriores etapas, cada gesto del entorno consolida dicha construcción: los de aprobación o de fastidio; el acompañamiento de sus conductas o su opuesto, la indiferencia; los estímulos para que elaboren pensamiento propio, o el silencio que los deja librados a repetir ideas ajenas.

Todo construye autoestima: ese cariño interior que, de ser alto, protege contra toda ofensa; esa manta que abriga en tiempos destemplados; esa íntima seguridad para superar obstáculos.

Autoconocimiento y autoestima impactan en el resto de la vida.

Quienes perciben la alegría y la satisfacción que provocan en sus mayores por el simple hecho de existir tienen el camino allanado; no así quienes crecen rodeados de temores, de tristezas o de la sencilla ausencia parental.

Es posible identificar escenas cotidianas, con adultos descontentos si las respuestas del niño o niña no son las esperadas, ya sea porque no coinciden con sus ilusiones o porque les resultan pobres comparadas con las de otros chicos.

Abundan madres y padres incómodos ante comportamientos sociales de sus niños (o ante la reacción de terceros ante esos comportamientos). Es inevitable que los hijos perciban tales reacciones y que esto mine su autoestima.

Con esos basamentos, quienes son más rebeldes suelen duplicar la apuesta: reforzar sus inconductas. Los más dóciles, en tanto, quedan atrapados en actuar siempre de modo de generar alguna sonrisa en sus mayores que les signifique aprobación.

Para tramitar mejor estos y otros desacoples entre padres e hijos, no hay nada mejor que los pares; los de la misma (o cercana) edad.

Los iguales alivian, consuelan e incluso curan autoestimas lastimadas.

Son los compañeros que, como expertos fonoaudiólogos, estimulan el lenguaje de quienes aún no pronuncian bien.

Son psicomotricistas idóneos cuando invitan a jugar al fútbol a quienes caminan rengos.

Hay muchos acompañantes terapéuticos sin título que ayudan a vecinos de banco para escribir la fecha o para no salirse de los renglones.

Y muchos adolescentes que, en tiempos de plena transparencia social, apuntalan autoestimas sumando “me gusta” en las cuentas de sus amigos/as. En determinados momentos, la aprobación en Instagram suele funcionar como muchos abrazos.

En la vida actual, empatía rima con simetría; y crecimiento, con reconocimiento.

* Médico

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