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Opinión

La guerra contra el terror y la barbarie

No estamos frente a una escalada convencional en Medio Oriente, sino frente a la peor agresión terrorista de los años recientes perpetrada por Hamas.
Luciano Mondino

Por Luciano Mondino

Desde el sábado 7 de octubre el terrorismo palestino ha lanzado una invasión con la finalidad de diezmar y aterrorizar a la población civil en Israel. Nuevamente los islamistas mostraron su peor cara: no fueron más que a secuestrar y asesinar a madres con sus niños y ancianos. En Gaza, al igual que en otros rincones del mundo islámico, sonó el júbilo y el grito de triunfo ante la sangre derramada. Desde el norte de África hasta el Medio Oriente se celebró que, como señalara el presidente de Israel, Isaac Herzog, murieran tantos judíos en un solo día como no había ocurrido desde el Holocausto.

Ese día quedará en la memoria de los israelíes por el ser el día en que Hamas lanzó una operación terrorista a gran escala en la que hasta ahora más de 1.300 ciudadanos han sido asesinados, otros miles resultaron heridos y el gobierno de Israel ha confirmado a 97 de los secuestrados, incluido argentinos israelíes, en Gaza. Además, los 35 batallones están en la frontera a la espera de la orden del gobierno para ingresar en la Franja de Gaza y abarcar también la incursión terrestre.

Derecho a la defensa

Es necesario invocar lo evidente y que a ningún otro país miembro pleno de las Naciones Unidas se le cuestiona: el derecho a la defensa. Israel, que ha sido víctima del ataque coordinado y masivo de un agresor externo, debe defenderse sin perder el objetivo de mantener el equilibrio regional y sus prometedoras alianzas, especialmente en materia de defensa, con los Estados árabes. Sin embargo, la respuesta de Israel deberá ser también lo suficientemente fuerte como para que Irán, que es quien financia y estimula a Hamas, comprenda que sus acciones tienen un costo.

En esta ocasión Israel fue agredido al finalizar Sukot, durante Simjat Torá. Como hace cincuenta años durante la guerra de Yom Kippur cuando Egipto y Siria lanzaron una guerra sorpresa, las familias se encontraron con las alertas en sus teléfonos móviles y el sonar de las sirenas camino a las sinagogas. De repente, en sus casas, en las calles, carreteras y coches se encontraron con terroristas armados que disparaban contra los objetivos civiles. Hamas le dio así su sello de sangre a la relación que mantiene con Israel desde 2006 cuando tomó el control de la Franja de Gaza expulsando a la Autoridad Palestina y Al Fatah y convirtiendo al territorio en una base de misiles y fábrica del terrorismo.

Gaza es un territorio inhóspito, un territorio bárbaro sin ley, pero con la mano de hierro de un gobierno cuya legitimidad está cuestionada dado que en diecisiete años no ha habido elecciones y los gazatíes siguen bajo el mismo régimen. Sin embargo, no ha existido en estas casi dos décadas ningún tipo de organización popular que proponga enfrentar a Hamas o rechazar la masacre del último sábado. A esto se debe sumar que la Autoridad Palestina, liderada por el longevo Abu Mazen, no moverá ninguna ficha por temor a que se derrumbe lo poco que queda de su estructura política nacida en los Acuerdos de Oslo.

Los palestinos no son Hamas, está claro. Pero es hora de que el temor se quite y sean las comunidades musulmanas quienes salgan a rechazar con contundencia al terrorismo palestino.

Mientras parte de la prensa en Europa y América rechazan o no quieren utilizar el término terrorista para definir a Hamas, la confirmación de su naturaleza llegó de la peor manera. Es evidente también que la solución de dos estados, si queda algo de ella, no puede mantener la imposición palestina de lograr introducir en Israel a todos los que contabilizan como refugiados desde 1948 que a veces pareciera ser un arma política más que un reclamo humanitario.

Todo esto debería interpelar y llamar la atención de los gobiernos occidentales que, en distintos organismos internacionales, han sostenido el envío de dinero a la Franja de Gaza en concepto de una ayuda humanitaria que no ha llegado nunca a los palestinos, sino que se ha utilizado para costear la estructura terrorista que, por estas horas, acecha a Israel. Jerusalén, su capital, y Tel Aviv han estado también bajo ataque. El sur del país es un desastre y la situación de los israelíes secuestrados en Gaza es cada vez más angustiante con el paso de las horas.

Caldo de cultivo

Negar el derecho a existir de Israel es aportar a un peligroso caldo de cultivo en momentos donde el antisemitismo invade la vida cotidiana y donde muchas de las ciudades occidentales están siendo reformateadas por la inmigración islámica ilegal. La consecuencia directa de esto es que hoy las sinagogas e instituciones judías de todo el mundo están reforzando su seguridad para evitar cualquier ataque y esperando oleadas de violencia.

En la guerra que Hamas ha desatado y en la que la base estará en Teherán, Irán, los palestinos usarán las trampas de siempre para impactar en la opinión pública foránea que desconoce la cultura dramática y mentirosa de los musulmanes. Hamas utilizará a la población civil como escudos humanos, armará sus bases de misiles en edificios residenciales plagados de niños y mujeres, utilizará hospitales y escuelas para refugiar a los terroristas y cargará las ambulancias con municiones. Mientras tanto, la cúpula de Hamas vive en Qatar.

Hasta el momento, el frente norte está en alerta siguiendo los movimientos de Hezbollah en el sur del Líbano y calculando el impacto que generaría la intrusión de la organización terrorista libanesa que sostiene más de cien misiles teledirigidos hacia las poblaciones israelíes.

No estamos frente a una escalada convencional en el Medio Oriente, sino frente a la peor agresión terrorista de los años recientes y a una convulsión que llegará también a otros rincones del planeta a medida que los días pasen. La guerra existencial de Israel frente al terrorismo es también un llamado de atención para las potencias occidentales.

El autor es analista internacional y experto en terrorismo.

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