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Opinión LITERATURA. POR IGNACIO NIETO GUIL

La noticia eterna de Chesterton

El notable escritor inglés se encarnó como una figura que luchó contra el pesimismo desde su polo opuesto, esto es, la alegría.
Ignacio A. Nieto Guil

Por Ignacio A. Nieto Guil

Uno siempre que está ante una figura monumental se pregunta: ¿Cómo hizo? Si quisiéramos responder a este interrogante sería, en definitiva, una respuesta bastante difícil de dar. No obstante, en tanto que el mundo sea inquietante valdrá la pena naufragar intentando dar una respuesta acorde.

En ese sentido, G.K. Chesterton se encarnó como una figura que luchó contra el pesimismo desde su polo opuesto, esto es, la alegría, y, justamente, desde el misterio y asombro que descubrió a lo largo de su vida.

Todo le resultaba maravilloso, tan maravilloso que no se permitió ser un pesimista. Sin embargo, la realidad a veces plantea una trampa mortal, puesto que nos puede volver pesimistas o, a contrario sensu, nos puede llevar a ser descuidados a nivel vital, precisamente porque también se trata de un pesimismo aunque oculto, en tanto y en cuanto se utiliza la vida para sacarle un máximo provecho inventado, una utilidad casi estadística que, finalmente, nos lleva a desperdiciar la vida. Estas formas de pesimismo son dos caras de la misma moneda: en apariencia opuestas pero en el fondo idénticas.

Chesterton muchas veces tocó el tema del pesimismo como del optimismo. En su Autobiografía, expresó: “Es la idea de aceptar las cosas con gratitud y no como algo debido. El sacramento de la penitencia otorga una nueva vida y reconcilia al hombre con todo lo vivo, pero no como hacen los optimistas, los hedonistas y los predicadores paganos de la felicidad: el don tiene un precio y está condicionado por un reconocimiento. En otras palabras, el nombre del precio es la Verdad, que también puede llamarse Realidad: se trata de encarar la realidad sobre uno mismo. Cuando el proceso sólo se aplica a los demás, se llama Realismo”.

En Monstruos y lógica, dijo: “Había mucho pesimismo en la época en que comencé a escribir. De hecho, fue en buena medida a causa del pesimismo que comencé a escribir. Naturalmente, se esgrimirá como argumento a favor de los pesimistas el que yo haya comenzado a escribir”. Hay que darle un buen crédito a los pesimistas, ya que Chesterton puso su talento y pluma al servicio de una cruzada noble, es decir, desbaratar a través de la alegría a los que pretendían un mundo de angustia.

Nuestra mente navega sobre una realidad de “contrastes”, ya que, ciertamente, quien es alegre también de vez en cuando se siente inclinado a la tristeza, puesto que hoy estamos en un mundo que es más pobre de lo que debería ser. Así pues, para contrarrestar ciertas realidades opacas se ha descubierto el “arte”, quizás como un vehículo que bien direccionado nos transporta a la “esperanza”, como Chesterton que lo hizo a través de las “letras” para trascender la realidad y, consecuentemente, para que el espíritu pueda danzar con alegría sobre esa misma realidad.

Hacia el milagro

Esto nos lleva a otro umbral o, en otras palabras, al hecho de descubrir el fino paso de la realidad hacia el milagro de la esperanza, como un pasillo oscuro que nos lleva a una puerta y detrás de esta se halla contenido un sol que busca alumbrar como un fuego vivo. Queda ver, en efecto, si la puerta permanece cerrada o se abre. El hombre siempre tiene la libertad de elegir.

Con los males de la sociedad actual es fácil ser pesimista y hasta es posible que esté justificado (aunque no debería ser así). Este mundo no es ese lugar que tendría que ser como ya se dijo, más allá de encontrarnos con muchas visiones de la vida. Leibniz dijo alguna vez que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Puede ser verdad. Pero lo más convincente sería decir que todo podría ser peor o tal vez mucho mejor.

Lo más importante de ver es que estamos en ese punto medio que depende de nosotros que sea mejor o peor. No obstante cuando nuestra voluntad interior falla por cierta coacción externa y se pierde en una vida desesperante, sin lugar a dudas toda nuestra vida se inclinará por esta última opción: que el mundo es un lugar lúgubre, sin sentido y sin orden trascendental. Chesterton luchó para desbaratar esta visión sesgada de su tiempo y del nuestro, pues el mundo está lleno de luz, de sentido, de misterio y, ante todo, de milagros, como en toda la obra del escritor inglés. Jorge Luis Borges lo describió cabalmente: “La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad”.

Sin embargo, la realidad actual puede que esté cargada de ruido, pero en el fondo, si uno hurga, se encontrará con un silencio estremecedor. Se necesita del ruido para que el gélido silencio no haga estragos en la vida de tantos, porque el mayor peligro es transitar una vida sin valores, ese norte que necesitamos como alimento para el espíritu, que ayuda a nuestra frágil naturaleza en los momentos de debilidad, sabiendo que siempre hay un salvavidas a mano para salir a flote.

Los pesimistas niegan ese elemento vital, esa herramienta indispensable ante un naufragio, prefieren ahogarse y si arrastran a muchos con ellos, disfrutarán. Para el pesimista no hay nada mejor que el mundo sea oscuro. Allí halla su justificativo. Pero la verdadera valentía es mostrar que tiene luz, incluso cuando uno debe esforzarse por encontrarla, a veces perderse un buen tiempo en su búsqueda, como quien peregrina sabiendo que tarde o temprano llegará a destino.

El hombre común

Chesterton visualizaba lo eterno en lo cotidiano y al hombre común como una persona que trasciende. Ver esas almas que transitan con sentido común, que aspiran con bondad y que tienen vidas íntegras, es el mayor anhelo que se puede tener. Es la mayor esperanza que se puede encontrar. Chesterton defendió este principio contra los pesimistas que atacaban al hombre y la vida corriente. En una magnífica biografía de G.K.C, la primera en el mundo, de un amigo cercano a él, llamado W.R. Titterton, lo elogió por “defender al hombre de la calle contra el experto, al hombre de la calle y su derecho a sus propias costumbres, al hombre de la calle contra el Estado, y sobre todo al hombre de la calle y su derecho de gobernar su propia familia y ser dueño de su propiedad”.

Y el príncipe de las paradojas lo llevó de cabo a rabo. Seguramente sea un santo, puesto que incluso debió de soportar la adversidad del mundo con bondad. Allí está, precisamente, la naturaleza y la virtud de los Santos. No viven en un país de ilusiones, ven lo que todos vemos incluso más de lo se puede soportar, pero, a diferencia del resto de los mortales, ven con la llama de la luz, a los ojos de la esperanza como una estrella firme y bien parada en el firmamento que no se atemoriza ni se deja apagar ante la oscuridad del inmenso espacio (en este caso del mundo).

G.K.C. trascendió porque su noticia era eterna y no del momento (la excusa era el momento, pero el propósito eterno). Por ello, hoy podemos leer todas sus noticias y algo nos dicen, tal vez mucho, casi cien años después. Y es posible que hoy nos sirva más que en su tiempo, cuando las cosas han empeorado en el mundo. W.R. Titterton nuevamente nos alumbra: “Yo le digo a todo periodismo, y era todo literatura. Pero toda la mejor literatura es periodismo. El periodismo falla cuando no relaciona la noticia del momento, o el comentario inmediato de la noticia, con la verdad eterna. G.K. Chesterton nunca falló en ese sentido”.

Finalmente, entre los mitos de encasillamiento que hay en el mundo moderno, y el absolutismo de tener que pertenecer a un solo ámbito enemistándose con todo el resto de la existencia, cuando en realidad, el ser humano, es una “síntesis”, como aseveró Kierkegaard: “El hombre es una síntesis de infinito y finito, de temporal y eterno, de libertad y necesidad, en resumen, una síntesis”. Hay que ser un poco (tan solo un poco) materialista para amar y comprender el mundo y, en efecto, de la realidad ver un milagro conectado al “otro mundo”, pero, sobre todo, hay que ser muy espiritualista para trascenderlo y encontrarle sentido.

Esto sería un hombre en equilibrio, un hombre que no cae en el horror del pesimismo ni en el ilusionismo optimista de nuestra era (o del pesimismo disfrazado con una sonrisa). Más bien un hombre esperanzado que acepta la realidad con una alegría sin disimulos.

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