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Opinión

La obra monumental de Joaquín V. González en La Plata

Evocar la genialidad de un riojano que le dio tanto a La Plata no puede ser un escape al pasado, sino la manifestación de redescubrir en el presente lo que permanece vigente de su pensamiento y acción.
Ricardo Peláez

Por Ricardo Peláez

Evocar la genialidad de un riojano que le dio tanto a La Plata no puede ser un escape al pasado, sino la manifestación de redescubrir en el presente lo que permanece vigente de su pensamiento y acción. El marco de referencia que proyectó la obra monumental del ilustre riojano en La Plata tuvo su punto inicial en 1880, cuando la federalización de Buenos Aires llevó a Dardo Rocha a fundar la Nueva Buenos Aires en 1882, que 24 años más tarde sería cuna de la Universidad Nueva. El proceso productivo que vivió la Argentina durante la generación del 80 encuentra en Joaquín Víctor González a un protagonista fundamental.

Ministro del Interior en la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, ministro de Justicia e Instrucción Pública durante la presidencia de Manuel Quintana, cuando propuso fundar la Universidad Nacional de La Plata en 1905. La fe en el cambio social a través del progreso económico y cultural dominaba en la Argentina que celebró el Centenario de la Patria como una potencia en ciernes.

Joaquín V. González nació en Nonogasta, departamento de Chilecito, provincia de La Rioja, el 6 de marzo de 1863 durante la presidencia de Bartolomé Mitre. Falleció en su domicilio de la parroquia de Belgrano en la ciudad de Buenos Aires, el viernes 21 de diciembre de 1923. En el centenario de su paso a la inmortalidad, nos legó una valiosísima obra escrita de historia, filosofía, literatura, derecho y poesía. Sus Obras completas –publicadas por el Senado de la Nación– conforman 25 tomos. Aún permanecen inéditos numerosos textos guardados en la sala especial que lleva su nombre en la Biblioteca Pública de Plaza Rocha, en La Plata. Admiramos su egregia figura en la estatua de bronce instalada frente a la entrada del rectorado de la UNLP, obra del escultor Hernán Cullen Ayerza, inaugurada en 1930 .

De esa monumental obra escrita, destaco como trascendentes el Manual de Derecho Constitucional de 1897, cuyo destino fue satisfacer los contenidos de la asignatura Instrucción Cívica en los colegios nacionales, pero que se convirtió en un verdadero vademécum de Derecho Constitucional Argentino para los estudiantes universitarios de abogacía. Un clásico de la historiografía argentina fue su libro de 1910 El juicio del siglo, análisis brillante de la evolución histórica del país al cumplirse 100 años de vida institucional. Según Jorge Reinaldo Vanossi, González fue creador de la primera Escuela de Derecho Constitucional en la Argentina por sus aportes a la operatividad de la Constitución nacional sobre los derechos y las garantías que más tarde adoptó la Corte Suprema de Justicia en la instalación del amparo. Además es autor del primer Código del Trabajo que propuso al país y al mundo en 1904, incorporando los derechos sociales que recién comenzaban a despuntar en la civilización occidental. Otro significativo aporte al derecho político y constitucional fue la ley electoral 4161 de 1902 –conocida con el nombre de “circunscripciones uninominales”–, proyectada durante su desempeño como ministro del Interior de Roca y considerada por la doctrina constitucional como una verdadera avanzada para su época, de gran utilidad para acabar con las “listas sábana”, tan criticadas pero aún vigentes en el sistema electoral argentino.

González era un personaje público famoso y popular al despuntar el siglo XX. Sobre todo por dos libros literarios, uno de ellos calificado cómo “inmortal” por la crítica: Mis montañas de 1893; y el otro, La tradición nacional, de 1888. Mitre equiparó a este con el Facundo, de Sarmiento. Pero los mayores elogios fueron para Mis montañas, cuando Rafael Obligado en el prólogo calificó al autor como “el Echeverría de los Andes”. Este libro de profunda elevación espiritual fue de lectura obligatoria por más de 80 años en la escuela secundaria, marcando el alma de miles de estudiantes.

La obra institucional más grande de Joaquín González fue la creación de la UNLP en 1905. Con el apoyo del presidente Quintana y expresa convalidación del gobernador Marcelino Ugarte, el acta fundacional se firmó el 12 de agosto estableciendo la cesión de la Universidad provincial y sus establecimientos, junto con la incorporación del Observatorio Astronómico, el Museo de Ciencias Naturales, el Colegio Nacional, el predio rural de Santa Catalina, entre otros. A principios de 1906, González creó la Escuela Graduada Anexa de La Plata, que inició su actividad docente primaria el 12 de marzo de 1906 con 279 alumnos, junto con la Sección Pedagógica, dirigida por el profesor Víctor Mercante, dentro de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. El 1º de marzo de 1906 se constituyó en el despacho oficial del doctor González como ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, el primer Consejo Superior de la UNLP. En dicha ocasión donó 5800 libros de su biblioteca particular a la Biblioteca Pública de la Universidad, ya instalada; invitó también a una delegación de alumnos de la flamante Universidad, que le obsequió una hoja de roble en oro como símbolo universitario platense. El 3 de julio de 1906 recibió en su domicilio particular de la ciudad de Buenos Aires –después de haber renunciado a su cargo de ministro, al ser designado por el Senado de la Nación como rector de la UNLP–, a una delegación de profesores del Museo de Ciencias Naturales que le entregó un alfiler distintivo con dos hojas de roble, y poco después, un grupo de graduados de Agronomía y Veterinaria le obsequiaron en una ceremonia realizada en la Facultad del Bosque una placa y un pergamino con hojas de roble, firmado en primer lugar por los naturalistas Carlos Spegazzini, Nazario Robert, Tomás Amadeo, entre otros; quedó así definitivamente incorporada la hoja de roble como emblema de la Universidad platense. En 1907 creó el famoso Internado del Colegio Nacional, el Liceo Secundario de Señoritas y la Facultad de Ciencias de la Educación, en 1914.

González sostenía que la educación era el instrumento fundamental para el cambio de la sociedad, con el mismo énfasis que Sarmiento. Su pensamiento pedagógico afirmaba que la educación constituye el elemento estabilizador del sistema republicano constitucional. Definía la Universidad como “un laboratorio de observación y de experiencia de vida del medio en que actúa. Si no es así –afirmaba–, carece de razón de ser”. La Universidad de González no es una universidad partidista, ya que, por esencia, no puede ser “tradicionalista, socialista, anarquista, o sectaria, en sentido alguno de religión y política”. Afirmaba que la Universidad es un laboratorio de saber y hacer, de síntesis del pensamiento y sus aplicaciones, de formación profesional y general, con el apoyo del espíritu crítico de la ciencia. La universidad es el núcleo más alto para lograr en el país el objetivo de moral, justicia y paz. Estaba convencido de que la frase de Alberdi “la paz está en el hombre, o no está en ninguna parte” debía ser una llama de cultivo permanente en la vida del universitario.

Han transcurrido cien años de su muerte y, ahora más que nunca, debemos valorar y continuar el sendero que el ilustre riojano abrió en el campo de la educación, el derecho y la ciencia para llevar a cabo las reformas estructurales que la sociedad argentina demanda con fervor.

EL AUTOR: Profesor ordinario de Historia Constitucional en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata,

FUENTE: La Nación

JOAQUÍN V. GONZALEZ

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