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Opinión VOCES

La peligrosa pasión por la ignorancia

Sustentada por el negacionismo, produce sujetos “descuidados” e “influenciables” que se ponen y nos ponen en riesgo, muchas veces al costo de una angustia sin escalas, por la repetición obscena de lo que produce malestar.
Gustavo Fernando Bertran

Por Gustavo Fernando Bertran

ensar y trabajar sobre esta posición del sujeto es indispensable para poder implicarse, entender y modificar lo que nos hace mal, el asunto no es fácil ya que tal implicación está literalmente rodeada del “no querer saber”. La ignorancia es una pasión equivalente al amor y al odio. La pasión por la ignorancia es una posición subjetiva que se sostiene en una decisión consciente e inconsciente de no querer saber. Sustentada por el negacionismo, produce sujetos “descuidados” e “influenciables” que se ponen y nos ponen en riesgo, muchas veces al costo de una angustia sin escalas, por la repetición obscena de lo que produce malestar.

En el consultorio o en la vida cotidiana escuchamos frases como; “siempre me sucede lo mismo, es mi karma”, “me tocan los mismos hombres o mujeres”, “no quiero saber que me pasa, dame una pastilla para la angustia”, “no puedo dormir hace días, debo estar comiendo mucho”, “el angustiado sos vos, no yo”, “vos me generas esto”, “no sé, siempre se arman este tipo de relaciones”, “en todos los trabajos me pasa lo mismo”. Son todas frases coloquiales que desnudan, a priori, ese “ignorar” sobre lo que nos pasa, sobre nuestra implicación en lo que hacemos y decidimos en la vida cotidiana; en última instancia: sobre la responsabilidad por nuestros actos. Esta pasión está ligada a la compulsión a la repetición, el “no querer saber” favorece y nos empuja a repetir una y otra vez lo que nos angustia. Para resolver y dejar de repetir hay que “querer saber” algo de nuestra propia verdad. No se trata de culpar a nadie, en todo caso, de responsabilizar. Esto es implicarse y no es un asunto moral, es una decisión ética.

A nivel de lo colectivo también podemos encontrar este mecanismo de repetición y no implicación. En lo local podemos situar, golpes de estado, ciclos de endeudamiento desde Rivadavia hasta la actualidad, períodos económicos de bonanza y de crisis, privatización y estatización de empresas estratégicas, y otros tantos ejemplos. Podemos seguir su rastro en las diversas formas en que nos referimos al país. Frases como “en este país es siempre lo mismo”, “en este país no se puede”, “en este país no tiene remedio”, al decir “este país” y no “nuestro país”, por ejemplo, se explicita ese desapego, esa desvinculación de lo más propio. Situar en el decir coloquial que es nuestro país nos da un sentido de pertenencia, nos implica y responsabiliza, abre el juego a que algo podremos tener que ver en estas repeticiones. Es muy probable que cuando logremos hacer el pasaje de “este” por “nuestro”, estemos ante el anuncio de que algo hemos podido cambiar.

Desde otra lógica, pero con la misma estética, esto mismo sucede en el mundo corporativo, sea un gerente junior o un CEO tendrá que luchar diariamente contra esta pasión para ser un decisor confiable y no sesgado por el no querer saber.

Lo situado tampoco escapa a la diagnosis clínica dentro del campo de salud mental. Tomemos como ejemplo lo que se denomina Ataque de pánico, término acuñado por Donald Klein en 1962 y luego situado por los DSM de la Asociación de Psiquiatras Americanos (Norteamericanos), tomado, casi literalmente, de la descripción realizada por Sigmund Freud en 1894. Freud había descubierto tempranamente que los síntomas de referencia, tomados y englobados en el concepto actual de Ataque de Pánico, pertenecían a la expresión de la angustia. Entonces, no es lo mismo afirmar estar atravesando una crisis de angustia, que “tener” un Ataque de Pánico, a pesar de que en apariencia se describen los mismos síntomas. En el primer caso, decir que se está angustiado me implica como sujeto, “me pasa algo” que “me genera angustia”. Sin embargo, decir que uno tiene un Ataque de Pánico va en el sentido contrario de la responsabilidad y de la causa. Me atacó algo, extraño a nosotros, foráneo al sujeto, desaplicándolo y favoreciendo la medicalización de la vida cotidiana (otro signo de época que desarrollé en artículos anteriores).

Recapitulando, existen tres pasiones del ser: la del amor, la del odio y la de la ignorancia; situadas por Lacan en El Deseo del Analista. Siguiendo con la pasión que nos convoca en este artículo, podríamos definir a la ignorancia como “el deporte mundial preferido por los humanos”. A priori, no queremos saber, negamos y dedicamos mucha energía psíquica a desconocer la realidad interna y externa que nos acoge. Dicho mecanismo no distingue clases sociales ni niveles educativos. Estar a la altura de la época, al malestar de la cultura, diría Freud, es la posición contraria a ese no querer saber.

Tomemos un triste ejemplo de lo peligroso que es sostener esta posición: lo acontecido en la última dictadura militar. Durante este tiempo se cometieron atrocidades de todo tipo, que se denunciaban y gritaban en diversos espacios públicos y privados, nacionales e internacionales. Sin embargo, hubo un manto “apasionado” de no querer saber, singular y colectivamente. Situación explicitada en la película Argentina 1985 de 2022. El juicio, con sus crueles testimonios, fueron difíciles de asimilar, pero oficiaron como un bálsamo de verdad que rompió con la ingeniería de la dictadura, del olvido y del no querer saber. Fue, si se me permite, terapéutico. Es importante subrayarlo, porque hoy, nuevamente, hay un intento de relativizar lo sucedido. Pregonando y entrelazando el odio con la ignorancia, una combinación peligrosa y explosiva.

Otra película estadounidense que ejemplifica satíricamente lo que estamos situando es Don’t Look Up (No mires para Arriba) de 2021. Demostrando cruda y cínicamente que una sociedad sostenida en la ignorancia y el odio es más fácil de someter a ideas y situaciones que juegan en contra de sus propios intereses, incluso al extremo de poner en riesgo su propia existencia como individuos y como civilización.

Hoy existe toda una ingeniería de la colonización de la subjetividad, somos bombardeados con todo tipo de artillería publicitaria, algoritmos, redes sociales, y medios alternativos y automatizados de todo tipo y color. Son tiempos para estar despiertos, evitando transitar desprevenidos o ingenuos. Por lo situado, si bien estamos en camino de construir defensas mentales contra tal embate, todavía queda mucho por recorrer, y el éxito de la empresa requerirá salir de esa fragilidad impuesta por una pasión que nos devuelve todo el tiempo a nuestra más profunda alienación.

El juicio a las juntas y su condena han sido un bálsamo de verdad con efectos terapéuticos para todos, generando repercusiones locales e internacionales, pero falta algo más para cerrar los duelos. Tal vez podamos empezar por aquí: los responsables tendrían que entregar a la sociedad la verdad sobre el sitio donde fueron enterradas las víctimas del terrorismo de Estado. Mantenerlas como desaparecidas es un acto de crueldad perversa, como en Antígona, es continuar con la tortura a partir de perpetuar el dolor en la imposibilidad de cerrar el proceso de duelo. Este acto de verdad y valentía permitirá cerrar las heridas abiertas, liberando a unos y a otros del dolor y la angustia.

Por último, apostemos al saber, a la palabra, y no al silencio. El silencio no es salud. La palabra, si no es palabrería, cura y libera de la esclavitud de la pasión por la ignorancia. Ya sabemos que ganar márgenes de verdad es terapéutico.

*Psicoanalista. Lic. en Ciencias de la Psicología (UBA). Especialista en Psicología Clínica (MSAL). Expresidente y miembro fundador de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM). Miembro vitalicio de la Word Federation for Mental Health (WFMH). Responsable y fundador del hospital de día vespertino, Hospital Dr. Teodoro Álvarez (CABA).

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