Por Sara Gonzalez
Inexplicablemente para mi, cada vez que evoco a Roberto Mantovani en mis renglones, me invade una emoción inédita de respeto y reconocimiento. A veces, el calendario juega a los dados con la historia. Existen efemérides que parecen escritas por un guionista caprichoso, empeñado en demostrar que la vida de ciertos hombres no transcurre en paralelo a los sucesos de su patria, sino que se entrelaza con ellos hasta volverse indivisible.
Un día como hoy, un 24 de noviembre, nació en Córdoba Roberto Mantovani, una fuerza de la naturaleza vestida de empresario. Pero el destino le tenía reservada una ironía suprema, exactamente el mismo día de su natalicio, décadas más tarde, la Argentina firmaría el decreto que elevaría al vino a la categoría de Bebida Nacional.
Para Mantovani, aquel 24 de noviembre de 2010 en el que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner rubricó el reconocimiento histórico, en un acto protocolar de relevancia nacional. El destino permitió que fuera el, quien recibiera de las manos de la Presidenta, este reconocimiento. Con esa chispa de humor cordobés que jamás lo abandonó, solía decir a sus íntimos, entre risas y copas alzadas: "El Estado argentino me ha organizado este evento para celebrar mi cumpleaños". Y aunque lo decía en broma, había en ello una justicia poética, él fue, en efecto, un nexo para que ese instante sea eterno en la historia.
De Córdoba a la eternidad de Chilecito
Aunque su partida de nacimiento decía Córdoba, su alma eligió Chilecito como su lugar en el mundo. Fue allí donde Mantovani desplegó una gestión que trascendió la mera y simple administración, para convertirse en una épica presencia en la corporativa. Como Gerente General de La Riojana Coop, no administró libros contables; administró sueños, cumpliendo proyectos que parecían estar a la altura de utopías inalcanzables! Durante sus años de una vida prolífica, su figura se mantuvo ineludible, casi totémica, fue un hombre alto, fornido, con una mirada profundamente azul que imponía respeto inmediato y una disciplina de acero capaz de enderezar los renglones más torcidos de cualquier crisis.
Quienes trabajaron bajo su ala conocían esa dualidad fascinante. Por un lado, el gerente de presencia "temerario e intrépido”, el líder que conocía el nombre y la historia de cada uno de los socios, el estratega que llevó a una cooperativa del interior profundo Riojano, a ser un referente de exportación mundial y Comercio Justo. Por el otro, el amigo leal de la risa fácil, el hombre que entendía que el vino no se hace solo con uvas, sino con las relaciones humanas, con la camaradería de los diálogos complejos y la sobremesa larga.
El diplomático en las sombras
Pero la grandeza de Mantovani no se limitó a las bodegas. Hay capítulos de la historia nacional que se escriben en voz baja, lejos de los flashes, y Roberto fue protagonista de uno crucial durante la presidencia de Carlos Menem.
En tiempos donde el vendaval neoliberal amenazaba con desmantelar las estructuras técnicas del Estado, se barajó la erradicación o reducción drástica del INTI y el INTA. Fue allí donde el empresario dejó paso al estadista. Pocos saben —y es justicia histórica revelarlo— cuánto intercedió Mantovani valiéndose de su estrecha relación con Eduardo Menem. Con la vehemencia de quien defiende la producción y el saber hacer de una nación, argumentó, peleó y fundamentó la necesidad vital de estos organismos. Su expertise y su carácter evitaron un final desfavorable, salvando capacidades técnicas que hoy son fundamentales para el agro argentino. Fue, quizás, su cosecha más silenciosa y patriótica.
La vida de Roberto Mantovani fue un ensamblaje perfecto, como los mejores vinos de excelencia en su corte. Unió la eficiencia empresarial con la calidez humana; la visión global con el amor al terruño de Chilecito.
Aquel 24 de noviembre de 2010, cuando recibió el reconocimiento del Vino como Bebida Nacional de manos de la mandataria, la historia cerró un círculo. Fue el regalo de cumpleaños más lujoso y merecido para alguien que no pasó por este mundo de puntillas. La Rioja tiene en su panteón de ilustres a muchos grandes, pero pocos lograron que su propia fecha de nacimiento se convirtiera, por ley y por legado, en un motivo de celebración para todo un país.
Hoy, cada vez que un argentino descorcha un vino un 24 de noviembre, sin saberlo, está brindando también por el gigante de ojos azules que hizo del vino su vida, y de su vida, una obra inigualable apasionante e inolvidable.
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