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Opinión VOCES

Un año que termina y otro que comienza: ¿Qué herramientas tenemos ante la incertidumbre?

En momentos de crisis se ponen en evidencia los vínculos que favorecen la emergencia de angustia o que la tornan intolerable.
María Fernanda Rivas

Por María Fernanda Rivas

Si tuviera que resumir en una palabra las problemáticas predominantes en las consultas que recibí este último año, elegiría “incertidumbre”. Vivimos en un contexto en el cual la situación política, económica y social cambia cotidianamente, casi sin que podamos procesarla o adaptarnos a ella. El mundo se ha convertido en un lugar incierto, golpeado primero por el Covid y conmovido por dos guerras de ferocidad inimaginable.

La incertidumbre parece haberse elevado a la categoría de principio regulador: “es previsible que suceda lo imprevisible”, dice Janine Puget. Se desarma la idea de que las situaciones o las personas son como las imaginamos y se activa la sensación de que se desconoce lo que vendrá. Nos interrogamos acerca de cómo habitar esta realidad social. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río…

Las crisis nos sacan de lo conocido, de lo familiar, de aquello que hemos aprendido a gestionar de cierta manera. Nos llevan a aceptar un nuevo contexto sobre el cual no tenemos control. Uno de los caminos posibles consiste en quedarnos en la queja, en la ilusión de lo que nos gustaría o añorando un pasado que suponemos que fue mejor.

Otra opción es pensar que hay eventos que entran en la categoría de “acontecimientos”, con lo que conllevan, a su vez, de transformadores. Las situaciones disruptivas pueden ser desestabilizantes, pero también estimular la creatividad. Un recurso de utilidad es comunicarnos, hablar con otros para intentar recomponernos, conscientes de nuestra vulnerabilidad. Se advierte entonces el valor de poder conversar “de igual a igual” acerca de lo que nos afecta. También aparece la importancia de sostener la curiosidad en lo que va sucediendo y lo que “nos” va sucediendo: el “ir siendo”.

Quizás sentimos que estamos en un mundo “líquido” –al decir de Bauman-. Automáticamente intentamos hacer pronósticos, porque fuimos programados con la idea de que había una relación segura entre causa y efecto. Pero hoy la incertidumbre amenaza los sistemas conocidos porque implica el encuentro con lo nuevo. Es importante empezar a hacer algo productivo con lo que irrumpió, que pueda surgir el interés en no quedarse sumergido, aprender a nadar en el mundo líquido, porque vivir exige conectarse con la realidad y con los otros. El aislamiento reduce nuestro potencial, en cambio, entre varios se pueden obtener mayores logros.

Como recursos, se puede utilizar el “miedo útil” y la “distancia adecuada”, que nos permitan tomar decisiones cautelosas y ser solidarios sin quedar arrasados por el dolor ajeno. Podemos, además, afianzarnos en los lazos fraternos, formando parte de grupos, en los cuales consolidar nuestra identidad y hacer surgir la energía de perspectivas novedosas y creativas. Esto significa poder identificarse con el otro como “semejante” a la vez que se admiten las diferencias y se conserva la individualidad. Los vínculos transversales -entre pares– se juegan en la vida al mismo tiempo que los piramidales. En los primeros se construyen lazos de “heterarquía” (distintos a los de “jerarquía” y sumamente valiosos), en los cuales en lugar de “mando” se habla de “relación”. Ésta es bidireccional y horizontal, ya que allí nadie sostiene el poder, sino que las decisiones se toman entre todos.

En momentos de crisis se ponen en evidencia los vínculos que favorecen la emergencia de angustia o que la tornan intolerable. Me refiero a los contagios ideológicos y emocionales –o formas tóxicas de aprehender la realidad- a los que todos nos encontramos expuestos. Ellos ocasionan la desaparición del pensamiento propio y la pérdida del sentido de la existencia. Se ve aquí el poder de los otros sobre nosotros, cómo éstos pueden ejercer un efecto calmante o amplificador de los sentimientos negativos. Es importante saber que la angustia y el pesimismo se contagian.

Los pensamientos apocalípticos -que se nutren del pesimismo y de la vivencia de derrumbe- suelen lograr un efecto de “infección psíquica” entre las personas. La falta de esperanza y las ideas de destrucción de la sociedad de unos pueden esterilizar cualquier atisbo de resiliencia que se encuentre en germen en los otros (ya sea una pareja, una familia, una población, etc.).

Pero también rescato aquellos aspectos de la vida con otros que poseen la aptitud de crear sensaciones reparadoras para disminuir el malestar. Hago incapié en la potencialidad calmante derivada de la interacción con los seres que están a nuestro alrededor y se encuentran disponibles emocionalmente. El optimismo y la creatividad también se contagian y ayudan a crear barreras de protección frente a los traumas provenientes del exterior. Se logran de esta forma procesos de inmunización psíquica que sirven para afrontar con mayores recursos las vicisitudes de una crisis.

No somos meros observadores pasivos de la realidad que nos circunda. También la creamos. Y la creación activa que hacemos de nuestro “universo” coincide con nuestra emergencia simultánea como sujetos. Al llegar esta época siempre tenemos la esperanza de que cuando se vaya el año en curso se terminarán los problemas, o aquello que obstaculiza nuestra felicidad.

Las relaciones con los otros –lo diferente y azaroso que éstas imponen- suelen ser frecuentes fuentes de complejidad pero también terreno fértil para la creación de recursos entre “más de uno”. Un nuevo año siempre es una buena oportunidad para revisar nuestros vínculos y despedirnos de certezas y rígidas perspectivas.

*Psicóloga. Psicoanalista. Coordinadora del Depto. de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora de los libros “La familia y la ley” y “Familias a solas”.

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