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1591 Cultura + Espectáculos LECTURAS

De Corrientes a la Patagonia

Una reseña para el libro Las dos comparsas - Relatos de esquila de Rómulo Francisco Espinoza (Moglia ediciones, Corrientes, Argentina, 2023).

Según las palabras de Sandra Pien para su contratapa:

Se sabe que la golondrina es un ave de hábitos migratorios. Y los trabajadores migrantes o peones “golondrinas” se llaman así porque van a donde se los requiera –vuelan se diría– en busca del trabajo.

Sin duda que es poético el nombre de peón golondrina, aunque en verdad poco de poesía involucre. Más bien conlleva rudo trabajo, intensos fríos, transitorios galpones que hacen de viviendas, grandes jornadas de polvorientos viajes y en precarios vehículos. Y sin embargo, los hombres apuestan una y otra vez en busca de un mejor porvenir, ponen sus ojos en el horizonte en pos de aumentar sus ingresos para el bienestar de sus familias, de las que tienen que alejarse físicamente por meses.

La palabra “comparsa” tiene dos acepciones en nuestra tierra: la primera, es un tipo de agrupación que sale a la calle y concursa interpretando su música y baile durante el Carnaval. La otra, es el grupo de esquiladores –esos coiffeurs de ovinos– que viaja a trabajar desde la provincia de Corrientes a la Patagonia. Curioso que se utilice la misma palabra. Lo cierto, más allá de la homografía, es que los correntinos llevaron a la aridez patagónica el largo y agudo sapucai que se dispersó con el viento, el evocador mate a la hora del descanso, la alegría triste del chamamé. Durante la temporada específica, que comienza en primavera, las comparsas de esquiladores recorren desde hace muchos años el país desde Corrientes a Tierra del Fuego, trasladan hacia allí su alma correntina.

Estos cuentos de Rómulo Francisco Espinoza –Romy para los amigos–, no son “ligeros cuadros de costumbres”, al decir de Mariano José de Larra, ni meros pintoresquismos regionalistas. Son más bien mordeduras en la carne asociadas a lo humano, son cuentos que atrapan esa mixtura de relatos de calificaciones y habilidades, de relaciones de confianza, historias que recuperan retazos de una identidad colectiva específica de una actividad que irremediablemente está en vías de extinción. Y en medio, la poesía del paisaje patagónico, el horizonte más profundo, la tristeza inconmensurable del terruño que se deja. Y las golondrinas, siempre siempre, en primavera.

Compartimos el primer relato que abre el libro:

LA PARTIDA

El viaje de la comparsa al sur para trabajar en la esquila suele ser duro y ese año iba a ser más por la situación creada por la pandemia. Se dice que la vida siempre nos obliga a elegir entre una dirección u otra, pero viajar al sur para los esquiladores es el único camino.

A las cinco de la tarde más o menos salieron de Curuzú, en un colectivo urbano al que le habían cambiado los asientos para hacerlo un poco menos incómodo. El viejo Mercedes no tenía baño, entre otras cosas que le faltaban para hacer un viaje de más de cuatro días en condiciones normales. Iban diez curuzucuateños y diez cazadoreños. Apenas empezaba septiembre y ya sabían que hasta marzo no iban a volver.

A las nueve de la mañana del día siguiente la patrona de Gregoria recibió un audio, le llamó la atención que el lugar para la foto de perfil en el WhatsApp, donde se podía ver siempre a ella con su marido, ahora tenía la imagen de San Expedito; el mensaje decía:

—Buen día, señora, (de fondo una bandada de loros casi tapaba su voz) mire, le quería comunicar que yo hoy no voy a poder ir al trabajo, ya hablé con la Martina que ella me va a cubrir porque mi marido, que se iba al sur a la esquila, tuvo una descompostura y lo van a traer de vuelta. No saben bien qué le pasó pero me dicen que no viene bien y no sé a qué hora llegan. Disculpe señora pero usted sabe que si no es por algo así yo nunca falto.

—¡Ay Gregoria! ¿Cómo fue? ¿Qué pasó? —escribió la patrona pero ya no hubo respuesta.

Dijo Martina:

Ayer salieron vio señora, en el mismo colectivo, mire lo que son las casualidades de la vida que ella termina trabajando justo conmigo y en el colectivo también iban mi padre y mi marido. Como a las dos de la mañana de hoy me llamó la Gregoria y me dijo:

— Hola Martina, ¿no sabés nada vos?

—¡De qué!

—Parece que se quedaron en la ruta cerca de San José, Entre Ríos, porque uno de los que iba se descompuso de la presión. ¡Imagínese señora! Y el único que estaba enfermo de la presión de los veinte que iban era mi papá. ¡Imagínese señora!, el susto que me pegué y enseguida lo llamé a mi marido:

—Sí, acá estamos en la ruta, hay uno tirado en el suelo —me dijo y se cortó la comunicación.

¡Este mi marido! Seguro que se fue sin carga en el celular o que iba jodiendo con los jueguitos o cualquier pavada y se quedó sin batería, porque lo llamé y lo llamé y nada. Entonces, lo llamé a un compañero de mi marido de Cazadores.

—¡Hola Ramiro! Decime chamigo qué pasa porque no sé nada y mi marido seguro que se quedó sin batería.

—Bueno tranquilizate nomás Martina, nosotros estamos bien. Paramos al costado de la ruta a eso de las diez de la noche porque le pedimos al chofer, ya no dábamos más de las ganas de me… de hacer pis eso.

— ¿Y por qué no pararon en la YPF de Concordia, como siempre?

—¡Es que no se puede parar en ningún lado! Por este tema de la pandemia no dejan parar en ningún lado a un colectivo con gente, ¡Un desastre está la ruta!

—¿Y qué pasó?

—Y bueno, bajamos y después nos pusimos a comer unos sándwiches y eso, y vemos que uno como que se atoró y le empezamos a hacer viento a todo lo que da, y no, no había forma. Después vimos que se desmayó, lo dejamos ahí nomás y llamamos a la ambulancia de Concordia.

¡Imagínese señora! Qué iban a saber ellos el número donde podían pedir una ambulancia de allá, pero bueno, después dice que vino y le dieron nomás por muerto. Pero la ambulancia no le quiso levantar al muerto, porque nunca levanta la persona que ya está fallecida, lo dejaron ahí y le taparon con una manta hasta que venga la policía y ellos quedaron ahí esperando varados en la ruta. Entonces le dije a Ramiro:

—Haceme el favor, pasame con papá.

—Mirá ahora se durmió justo, estaba re fundido con todo esto, pero yo te llamo cuando él se despierte y te paso.

—Bueno, no te vayas a olvidar, ¡eh!

Por suerte señora que Ramiro no se olvidó y a eso de las seis siento la voz de papá al teléfono:

—¡Hola hija! Decile a tu vieja que se quede tranquila que estamos bien.

—¿Ya están viajando?

—No, ni cerca, después de no sé cuántas horas vino la policía y nos dijo que nosotros no íbamos a poder viajar, que teníamos que hacer declaraciones, pero lo que iban a ver es cómo hacían, si nos podían hacer entrar a Concordia o iba a salir el comisario a la ruta.

—Bueno, y qué… ¿Ahora van a decir que ustedes lo mataron?

—No, lo que pasa es que nos dijeron que ellos tienen que saber cómo murió ese hombre acá y bueno, al final vino nomás el comisario. Bajó un ayudante con una máquina de escribir y todos en fila en el pasto uno por uno con el documento tuvimos que declarar.

—¿Y qué dijiste vos? ¿Y qué declaró el quedado de mi marido?

—Creo que Rubén dijo que no vio nada, que estaba del otro lado del colectivo y yo le conté la verdad, que lo tratamos de revivir pero que no hubo caso, me preguntaron si él ya antes no había avisado que se sentía mal y la verdad que no sé… con el ruido y el traqueteo del colectivo, él venía al fondo.

—¿Y fue el patrón con ustedes?

—No, él no vino porque ya tiene sesenta y siete y es persona de riesgo por el Covid este, el hijo estaba por venir pero no había salido todavía en la camioneta, así que nosotros con el chofer nomás y yo que soy el más viejo nos arremangamos con toda la policía.

—¡Pero qué momento, papá!

—Sí, lo que más me daba cosa es que nosotros todos ahí declarando y el cuerpo tirado nomás en el pasto con una frezada encima… pobre Montiel, lo que tenía es que tomaba mucho pero era buen compañero.

—Bueno papá, tranquilo nomás ahora.

—Y sí, yo entré en la desesperación porque pensé que no íbamos a poder ir trabajar al sur. Seis meses ya van que llevamos sin hacer nada. Pero parece que seguimos nomás dentro de un rato, lo que sí a este paso vamos a llegar el lunes o martes recién de la semana que viene.

—Bueno viejo, cuidate vos nomás, y avísame cualquier cosa. ¡Ah!, y dale gracias a Ramiro por el teléfono y que cuide la batería porque si no le dejan bajar en ningún lado no van a tener para cargar.

Y esto, señora, es todo lo que sé, papá me dijo un Montiel pero la verdad señora yo no sé cuál de los Montiel era y no me animé a decirle nada a la Gregoria, ¡Imagínese!, no voy a decirle una cosa por otra.

El día anterior estaba caluroso y el viento norte venía cargado de presagios. De la manera en que se movía la in-mensa casuarina de la casa se podía presentir que algo malo estaba por pasar. El canto malagüero del pitogüé, el aire húmedo después de varios días sin lluvias, la cara de Julio, la descompostura que había tenido el día anterior —que él atribuyó a los nervios propios del viaje— inquietaban a Gregoria que trajinaba de aquí para allá y retaba cada tanto a uno de sus cinco hijos, el mayor de catorce y todos los demás de diez años para abajo.

—¿Llevás tus pastillas para la presión, Julio? —dijo Gregoria, mientras le aprontaba la valija con ropas de invierno que acá se usan muy poco.

—¡Mirá que allá son caras, y no vas a conseguir!

—Sí.

—¡Decime! ¿Y si este año no te vas? Acá nos vamos a arreglar. Son muchos meses que vas a tener que andar por ahí y vos hace un tiempo que no estás bien de tu salud, ¡y bien cabeza dura que sos!

Julio no le contestó. Los dos sabían que él no podía hacer otra cosa y que en el pueblo no había nada de trabajo, ni siquiera en la construcción donde solía hacer algunas changas. Todo estaba parado y esas cinco bocas como pajaritos hambrientos eran insoportables de ver cuando no había nada que ponerles en el buche y uno les daba para engañarlos cosas que no son alimentos.

—Sí.

—¡Decime! ¿Y si este año no te vas? Acá nos vamos a arreglar. Son muchos meses que vas a tener que andar por ahí y vos hace un tiempo que no estás bien de tu salud, ¡y bien cabeza dura que sos!

Julio no le contestó. Los dos sabían que él no podía hacer otra cosa y que en el pueblo no había nada de trabajo, ni siquiera en la construcción donde solía hacer algunas changas. Todo estaba parado y esas cinco bocas como pajaritos hambrientos eran insoportables de ver cuando no había nada que ponerles en el buche y uno les daba para engañarlos cosas que no son alimentos.

El corazón se le estrujaba a Gregoria. Julio había comido y tomado mucho ese mediodía, como siempre hacía cuando estaba por partir. Hasta dentro de muchos meses no volvería a probar otra cosa que no fuera carne de capón, mate cocido y guiso carrero.

Cuando llegó a buscarlo el colectivo, todavía estaba con el sopor de la siesta y las penas del vino amargo.

—No tenés algo para el dolor de cabeza, Gregoria?

—¡Un palo te voy a dar! ¿Para qué tomás si sabés que tenés que viajar? ¡Qué te dijo la curandera, eh! Que no tomes el alcohol con los remedios esos para la presión, pero vos, ¡cuándo será el día que vas a hacer un poco de caso a lo que te dicen!

—Dejate de joder y dame algo que se me parte la cabeza, que ya vas a descansar de mí hasta marzo por lo menos.

Y Julio hablaba de marzo porque si querían tomarse la semana de franco que solían tener para las fiestas, ahora debido a la pandemia tenían que hacer quince días de cuarentena al llegar y otros tantos al volver. Entonces ni valía la pena venir, y eso sin contar la cantidad de kilómetros que tenían que andar.

Los veinte hombres partieron a continuar la larga historia de los correntinos en las esquilas del sur. En prima-vera y verano, Cazadores es siempre un pueblo fantasma solo habitado por viejos, mujeres y niños. Estos hombres se van en muchas comparsas con sus diferentes contratistas pero este año iban a regresar recién en marzo, cuando se hace la fiesta del esquilador.

Antes de irse, Julio se bajó del colectivo y le dejó a Gregoria toda la plata que le había adelantado el contratista.

—Cuando nos paguen allá, te mando más.

La figura del colectivo rojo con fileteados se dibujó en el horizonte del barrio Centenario. Su pasajera era la necesidad de trabajar, de ganarse unos pesos, de ese puñado de hombres acostumbrados a las dificultades. En el ambiente quedó un sentimiento que se parecía a una nueva esperanza pero que en realidad era una vieja lucha.

Dijo Gregoria:

¡No señora, déjeme! ¡Yo ya decía, un día le iba a pasar algo a éste! Comía y chupaba como un desgraciado ¡Y con cinco hijos! No, si los hombres a veces no piensan. Lo que pasó fue que a la madrugada me llamó la señora de uno de los que iban y me dijo: «¿No te enteraste nada, Gregoria?» «¿De qué?, le dije yo, pero algo me recorrió por toda la espalda, señora, algo como si la misma Pora me estaba silbando, ¿vio? Entonces la que me había llamado me dijo: «Parece que uno que iba en el colectivo con ellos se des-compuso de la presión y que lo están atendiendo, que llamaron a la ambulancia, recién me avisó mi marido». «¿Y quién es?», le pregunté de una. Y ella tardó en decirme que no sabía. Entonces yo ahí ya me di cuenta, señora, que ella nomás no me quería contar, que ella estaba sabiendo pero que no me quería decir, y bueno, está bien, capaz que no estaba segura, ¿y si no era?

Además yo ya sabía que algo le iba a pasar pronto. Ellos se habían hecho la revisación hacía unos días y la enfermera entonces le dijo a Julio que tenía que hacerse unos estudios porque no andaba bien de su presión. ¡Y qué se iba a hacer, señora! Yo le dije, yo le dije… Ahí no le reproché nada pero cuando volvió le pregunté:

—¿Qué te dijo la enfermera, Julio?

—Me dijo que tengo que hacerme unos estudios, que no me anda bien el tema de la presión.

— ¿Y… no te vas a hacer?

—No puedo, Negra, vos sabés que no hay tiempo, la comparsa sale en unos días, no tengo plata ni para ir al médico, es quedarme o irme así y no me estoy por quedar, necesito trabajar.

Yo sabía, señora, que ni que se quede se estaba por hacer, porque él le dispara pronto al médico y no le digo nada a los estudios esos, así que no había caso.

Vio, señora, mi cabeza me daba vueltas. La llamé a la Martina a ver si sabía algo y tampoco sabía nada. A todo esto ya eran como las nueve de la mañana y mi cabeza era una calesita, un trompo mismo. Le dije a mi hermana para que venga a quedarse con los gurises porque yo en ese momento era capaz de matarlos a palos por lo mal que se estaban portando. Y justo ahí me llamaron de la policía.

—¿Señora Gregoria Rodríguez de Montiel?

—Sí señor…

—Es para avisarle que a su marido don Julio Montiel le dio un infarto en la provincia de Entre Ríos y que a las cuatro de la tarde más o menos lo vamos a traer en una ambulancia de los bomberos de nuestra ciudad que salió para allá.

Yo le dije gracias nomás, no me salió otra cosa, señora, pero yo ya sabía, yo ya sabía… Me fui a esperar al hospital donde según me dijo llegaría la camioneta. La cabeza me seguía dando vueltas. ¿Cómo voy a hacer para criar estas cinco criaturas de Dios? ¿Qué va a hacer de nuestra vida? No sé… un montón de cosas. La calesita da unas vueltas y para, pero mi cabeza no podía parar.

La ambulancia llegó a las cinco de la tarde, justo un día después de que Julio había salido en ese colectivo. Entró por la puerta de atrás del hospital, la que da a la morgue, eso quería decir que ya venía muerto, doña. Y los loros del parque que hacían un griterío que no me dejaba pensar.

Me acerqué a la puerta de atrás de la camioneta y vi el cajón.

El chofer se bajó apurado y me dijo:

—¡No lo puede ver, señora! Tenemos órdenes estrictas, por protocolo que no se puede abrir el cajón y de acá ya se lo lleva directamente al cementerio para cremarlo. Vaya a esperar allá.

¿A esperar qué, señora? ¿Le parece? Ya no había nada que esperar, ni siquiera se lo podía velar. Yo, la esposa legal, no lo podía ver, ni los hijos… ¡Ni los hijos, señora! El más grande, de la rabia que le dio que no nos dejaron abrir el cajón, se golpeó la cabeza contra la pared. Le chorreaba la sangre que daba miedo, le tuvieron que hacer no sé cuántos puntos y lo doparon porque no se podía con él; ahora cada vez que salgo tengo miedo que el gurí se haga algo. ¡Yo ya sabía, ya sabía! ¿Y ahora qué nos queda, señora?

Sin saber qué contestarle, la patrona bajó la vista. Automáticamente miró su celular y descubrió que en la foto de perfil de la Gregoria, donde antes estaba la imagen del santo, ahora había un lazo negro.

SOBRE EL AUTOR

RÓMULO FRANCISCO ESPINOZA, ES ABOGADO, MÚSICO Y ESCRITOR, NACIÓ EN MONTE CASEROS Y DESDE LOS ONCE AÑOS VIVE EN CURUZÚ CUATIÁ, CORRIENTES, ARGENTINA. FUE DIRECTOR DE CULTURA DE LA MUNICIPALIDAD DE CURUZÚ CUATIÁ EN 1988 Y PRESIDENTE DE LA SADE FILIAL CURUZÚ CUATIÁ. PUBLICÓ SU PRIMER LIBRO DE POEMAS “SI PREGUNTAS” EN EDITORIAL COLMEGNA (SANTA FE, 1983). AUTOR Y COMPOSITOR DE NUMEROSAS PIEZAS MUSICALES EN EL GÉNERO CHAMAMÉ CANCIÓN, EDITÓ SU PRIMER CD “A MI PUEBLO TRANQUILO” EN EL AÑO 2005. AUTOR DE LA LETRA DEL HIMNO A LA VIRGEN DEL PILAR PATRONA DE CURUZÚ CUATIÁ. INTEGRÓ LA “PRIMERA ANTOLOGÍA DE POESÍA DE CORRIENTES” / CON YANI ZIMERMAN Y ALEJANDRO MAURIÑO (RYMA EDITORES, CTES, 1980); CORRIENTES POESÍA/ MARILY MORALES SEGOVIA, Y BLAS BENJAMÍN DE LA VEGA (FONDO EDITORIAL SADE CTES., S/F) ANTOLOGÍA MONTECASEREÑA/ INÉS ARRIBA DE ARAUJO (EDI-GRAF BUENOS AIRES, 1987); NARRADORES CORRENTINOS Y VALENCIANOS, MARILY MORALES SEGOVIA (MOGLIA, CTES. 2005); E HISTORIAS CRUZADAS CORRIENTES – VALENCIA MARILY MORALES SEGOVIA (AMERINDIA, CTES, 2014). FUE DISTINGUIDO CON EL PREMIO “LA TARAGÜI” POR SU LABOR CULTURAL. SU ÚLTIMO LIBRO DE RELATOS Y POEMAS ES “COSAS DE MI PUEBLO” (MOGLIA, 2017).

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