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Cultura Historieta argentina. Vuelven a poner en circulación la perdurable originalidad de sus creadores

Oesterheld, Pratt y Ernie Pike: la guerra como género y mitología

Las mismas palabras las podría pronunciar el lector o espectador de historias bélicas.

La reedición de la serie Ernie Pike, de Héctor G. Oesterheld y Hugo Pratt, un clásico de la historia del cómic, vuelve a poner en circulación la perdurable originalidad de sus creadores.

"La excelencia artística y la novedad temática de la breve historia que ocupaba las primeras páginas de esa colorida revistita apaisada dejaron una huella inmediata en nuestra ya vasta experiencia de jóvenes lectores/espectadores de relatos de guerra. Fue una conmoción y un acontecimiento", dice Juan Sasturain en el prólogo a esta edición.

La literatura occidental comienza con una guerra: el insistente asedio de los aqueos contra las murallas de Troya, como cuenta el hipotético Homero en Ilíada. A lo largo de los tiempos, la guerra perdió esplendor y los combates ganaron distancia. Para mediados del siglo XX, la épica, luego de las dos guerras mundiales, había merecido la desconfianza de la literatura. El cine y la historieta, sin embargo, conservaron su interés por las batallas e hicieron de la guerra algo más que un tema: un género. Es decir, una mitología, un catálogo de expectativas, una memoria común de convenciones y posibilidades.

El lector que se asome a esta reedición de Ernie Pike, con guión de Héctor G. Oesterheld y dibujo de Hugo Pratt, notará que el ímpetu bélico está incesantemente corregido por consideraciones morales, por los dramas individuales, por las consecuencias del dolor que produce la guerra. Los "malos de las películas", es decir, los alemanes, están humanizados; no el nazismo, por supuesto, sino los soldados, que habían sido en una vida anterior panaderos, maestros o albañiles, y que fueron arrastrados por la leva obligatoria. Cualquier escenario puede aparecer "escrito" por Pike: el norte de África, el canal de la Mancha, la campiña francesa, las islas del Pacífico.

El género bélico entraña siempre una paradoja: busca deslumbrarnos con desembarcos, furiosos combates y cazas en picada para entregarnos después la moraleja de que la guerra es algo malo. En una escena de la película Patton, el inquieto general, interpretado por George C. Scott, contempla el escenario de un campo de batalla, con sus propios soldados muertos o heridos, y se dice a sí mismo: "Dios me perdone, pero amo esto".

Las mismas palabras las podría pronunciar el lector o espectador de historias bélicas. Pero Oesterheld escapa a la exaltación de la guerra. Rechaza el corazón del combate: sus historias ocurren en algún puesto de avanzada o en alguna perdida retaguardia, siempre lejos del grueso de la tropa y de las órdenes de los estrategas. Sus personajes son los que se han quedado solos y cumplen, sin espectadores, algún acto de heroísmo. El dibujo de Pratt, rápido, cercano a la comedia y a Milton Caniff, agrega levedad al mundo trágico de Oesterheld. Define tanques y desiertos y acorazados con una taquigrafía gráfica que luego alcanzará su esplendor en Corto Maltés.

Ernie Pike no es un personaje sino un dispositivo narrativo. No vive sobre la página: nació para observar y comentar. Nos habla de los otros. No sabemos nada de él, excepto que su nombre está inspirado en Ernest (Ernie) Pyle, veterano cronista de guerra. Pyle murió en abril de 1945, durante la batalla de Okinawa, pero Pike tuvo larga vida: varios artistas de la editorial se ocuparon de continuar el trabajo iniciado por Pratt, entre ellos Alberto Breccia, Solano López y un adolescente José Muñoz.

El primer episodio de Ernie Pike apareció en el número uno de la revista Hora Cero (mayo de 1957), en la flamante editorial Frontera, emprendimiento de los hermanos Héctor y Jorge Oesterheld. En el lúcido y encantador prólogo que encabeza esta edición, Juan Sasturain evoca el impacto que le causó, a sus once años, la lectura del episodio inicial, "Francotiradores". "La excelencia artística y la novedad temática de la breve historia que ocupaba las primeras páginas de esa colorida revistita apaisada dejaron una huella inmediata en nuestra ya vasta experiencia de jóvenes lectores/espectadores de relatos de guerra. Ese episodio insólito, que ?terminaba mal?, no se parecía a nada de lo que habitualmente leíamos en las historietas o veíamos en el cine. Fue una conmoción y un acontecimiento". (Acotación marginal: ¿Por qué los diseñadores insisten en la desaparición de la sangría, como ocurre en el prólogo de Sasturain y en el epílogo de Guillermo Eduardo Parker? ¡Diseñadores del mundo, devuélvannos nuestras sangrías!).

Cuando apareció esta historieta, Oesterheld tenía una experiencia como guionista que era breve en tiempo ?siete años? y abundante en intensidad. Geólogo de formación, había comenzado a escribir historietas en 1950 por sugerencia de Cesare Civita, dueño de la editorial Abril. El mismo Civita fue quien invitó a Hugo Pratt a viajar a la Argentina. No fue el único dibujante italiano que hizo las valijas aquel año: también llegaron Mario Faustinelli, Alberto Ongaro, Ivo Pavone, Dino Battaglia, Sergio Tarquinio. Civita había tenido que dejar su país en 1938 debido a las leyes raciales de Benito Mussolini (Civita era judío). Se instaló en Nueva York y en 1941 vino a la Argentina como representante de la compañía Disney.

A partir de la persecución del fascismo, su vida se funde con nuestra historia y nuestra cultura popular: la fundación de Abril a comienzos de los años cuarenta, los conflictos con el gobierno peronista, la época de oro de la historieta argentina, el cambio brusco que supuso Claudia en el mercado de las revistas para mujeres, el impacto de Siete días ilustrados y Panorama, la presión de la guerrilla, el comienzo de Papel Prensa, el asedio de la Triple A y luego de la dictadura militar, y el exilio en Brasil, después de que le acribillaran la casa.

Cuesta imaginar dos narradores más diferentes que Hugo Pratt y Héctor Oesterheld. No en cuanto a técnica, sino a visión del mundo. Cuando Pratt abordó el primer guión de Ernie Pike, llevaba una larga relación de trabajo con el guionista. Ya habían hecho juntos Ray Kitt, Sargento Kirk y Ticonderoga. El trabajo de Oesterheld tendría un gran peso en el modo de narrar de Pratt una vez que se lanzara a escribir sus propias historias. Pero mientras el Corto Maltés mira el mundo con la distancia de la ironía, Ernie Pike es un narrador moral, que no quiere que las historias y las vidas se pierdan sin dejar una huella. Él es el responsable de esa huella hecha de palabras. No hay humor en esta historieta ?ni en el trabajo de Oesterheld en general?, en cambio una delicada ironía ilumina siempre a Corto Maltés.

Cuando aparece un poco de humor en Ernie Pike es una sonrisa prestada, ajena, artificial: una convención provista por el género. El rechazo al humor se haría más profundo aun en las últimas historias de Oesterheld, ya clandestino. Y el tono de las historias finales es completamente distinto a la compasión que campea en Ernie Pike. En sus trabajos de los años cincuenta, la muerte es una tragedia; en los de los años setenta, es moneda de cambio. En los cincuenta, los individuos son más reales que los bandos en pugna; en los setenta, los individuos son apenas fantasmas animados por la ideología. La vida humana acaba por convertirse en la descolorida ilustración de una idea.

Quien lee Corto Maltés, o lee las entrevistas que le han hecho a su autor, cree estar oyendo a Hugo Pratt. Pero con Oesterheld no ocurre lo mismo. Ha dejado tras sí una figura borrosa. Sus personajes, más que mostrarlo, lo ocultan. Sus extraordinarias historias ?en especial Sherlock Time y Mort Cinder? revelan una imaginación sin límites, una capacidad para abordar todos los géneros con la misma fuerza, pero nos cuesta imaginar cómo es el autor que está detrás de esas invenciones.

He tenido la oportunidad de conversar alguna vez con algunos de los dibujantes que trabajaron con él, como Solano López o Alberto Breccia. También, a través del correo electrónico, con Gustavo Trigo a quien Oesterheld dictaba por teléfono los guiones de La guerra de los Antartes. Los tres lo habían tratado durante años, y se habían considerado sus amigos, pero me quedó la impresión de que, a pesar de frecuentarlo, apenas lo habían conocido.

Hay escritores que parecen enigmáticos porque nada sabemos de ellos; Oesterheld lo es porque las cosas que sabemos de él, aunque son relativamente abundantes, no parecen coincidir entre sí, como si nos faltara una información fundamental que diera sentido al conjunto. Su legado lo forman miles de páginas, cientos de personajes y ese enigma: la página en blanco de su personalidad.

Ernie Pike. Corresponsal de guerra I y II, Héctor G. Oesterheld y Hugo Pratt. Planeta Cómic, 72 y 78 págs.

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