Por Javier Rodolfo Nieva*
La adopción del crédito universitario como un nuevo paradigma implica una transformación en la cultura pedagógica, más que una simple mejora técnica de medición académica. El modelo pone en foco al estudiante y rompe con la mirada tradicional, centrada en el docente. Invita a las instituciones educativas a analizar críticamente cómo están armados los programas de estudio, el rediseñar no es sólo agrega una materia nueva; es pensar para quién, para qué y cómo estamos formando y evaluando al estudiante; es moverse de lo rígido a lo modular, de lo teórico a lo práctico, de lo genérico a lo relevante. Es una oportunidad para ajustar, mejorar y alinear con lo que el mundo necesita (el entorno externo de la universidad).La educación superior no puede seguir operando con fórmulas del pasado. El perfil del estudiante universitario esta cambiando, cada año crece el número de estudiantes “no tradicionales”, trabajan tiempo completo, tienen responsabilidades familiares, viven lejos de los centros educativos, no pueden conectarse a clases a horas fijas, necesitan resultados en meses, no en años. Y no es que no quiera estudiar, es que el modelo universitario tradicional, no responde a su realidad. Sus prioridades y expectativas son diferentes: cuatrimestres que se inician dos veces al año, asistencia obligatoria al 80% de las clases, programas con decenas de materias de relleno, exámenes teóricos extensos que poco aportan al trabajo real. El nuevo estudiante, demanda poder empezar cuando estén listos, certificaciones cortas con impacto inmediato en empleabilidad (microcredenciales), rutas de aprendizaje personalizadas según sus metas y horarios, avanzar a su propio ritmo, con micro-formatos que encajen en su día y con evaluaciones prácticas y aplicables al mundo laboral (Núñez Álvarez, 2025).El modelo de currículum centrado en el estudiante no es una opción, tiene que ser una decisión estratégica y política de las instituciones universitarias. Su innovación debe desarrollarse en el marco de itinerarios personalizados alineados con intereses y metas; programas modulares aplicados según intereses y trayectorias académicas; certificaciones intermedias que impulsen al avance y motivación del estudiante; validación de habilidades especificas; flexibilidad de rutas de aprendizaje con entradas, salidas y pausas sin perder progreso e interdisciplinariedad de saberes para resolver problemas complejos (Núñez Álvarez, 2025).El modelo del sistema de créditos permite al estudiante salir y entrar del sistema formativo con facilidad; reconocer los saberes previos, distribuídos (Coll, 2024) de distintos proveedores educativos (formales y no formales); conectar con distintos formatos y niveles, aprender de por vida, sin volver siempre al punto de inicio.El modelo posibilita trayectorias alternativas para los estudiantes. Estas concepciones sobre organizaciones flexibles de la oferta, la podemos pensar en ciclos intermedios que se comparten; experiencias que se acreditan dentro y fuera de la universidad, reconocimientos de trabajos de investigación o de curricularización de la extensión. ¿Esto tiene que ver con los créditos? No. Tiene que ver con una concepción de lo que uno considera la formación, que no es sólo un encuentro en un aula frente al docente. Y, para reconocer esa formación, allí nos sirven los créditos, para reconocer formalmente todo ese cúmulo de formación que el estudiante va cargando en su mochila a lo largo de su trayectoria. Se podría también pensar de esta forma a los “microcré- ditos” o “microcredenciales” que hoy ofrecen diversos proveedores. Podrían ser ofertas conjuntas de la universidad con entidades externas, en donde la Universidad verifica la calidad y reconoce, certificando. Esto hoy es lo que se discute en el mundo, atento al cambio de perfiles de los estudiantes (Marquina, 2023).
Si se quiere que la educación siga abriendo puertas reales, necesitamos pasar del discurso a la acción, mediante auditorias curriculares constantes por un lado; no se trata de revisar los programas cada 5 años (cuando ya están totalmente desfasados). Hay que hacerlo en cada ciclo académico, con datos actuales y expertos del mercado, esto permite ajustar contenidos, agregar nuevas competencias y asegurarse de que lo que se enseña sigue teniendo valor real. Vincularnos con todas las organizaciones externas a la universidad, es otro de los grandes desafíos. No basta con invitar a alguien a dar una charla, hablamos de co-diseñar programas con empresas u otras organizaciones gubernamentales o no gubernamentales e incluir prácticas reales desde el inicio, ofrecer mentorías y proyectos colaborativos. Vincular desde la universidad no es solo hablar de tecnología: La verdadera transformación comienza cuando repensamos la gestión, el modelo pedagógico, el enfoque territorial y la forma en que medimos impacto. Esto conecta a los estudiantes con el mundo laboral desde el día uno y les da experiencia práctica que luego valoran los empleadores. No podemos crear planes de estudio y dejarlos en piedra. Hay que escuchar activamente el feedback de empleadores, egresados y estudiantes, identificar lo que no funciona y hacer ajustes rápidos y ágiles. La mejora continua no es un “extra”, es lo que asegura que la universidad siga siendo relevante y que sus egresados sean realmente empleables (Núñez Álvarez, 2025).Por un lado hay investigadores que reconocen la visión tradicional de la oferta académica: carreras largas, planes rígidos, estructuras que han sostenido el saber por décadas, con aspectos que ya no aplican en el contexto actual; pero que poseen pilares valiosos: profundidad académica, formación integral y estándares de calidad que no podemos descartar tan fácilmente. Del otro lado, el enfoque disruptivo: créditos académicos, microcredenciales, programas ágiles, contenidos prácticos y ultra flexibles que conecta al estudiante con lo que el mercado demanda hoy. El error está en creer que hay que elegir entre una u otra oferta académica. El futuro no está en los extremos. El futuro está en el balance inteligente entre lo clásico y lo disruptivo. En saber qué conservar, qué transformar y cómo integrarlo con visión, porque sin rigor académico, la formación pierde profundidad, sin adaptabilidad, la oferta pierde pertinencia. Necesitamos universidades que desarrollen programas que combinen estructura con agilidad, desarrollen pensamiento crítico y habilidades prácticas, que no repitan lo de siempre, ni improvisen lo nuevo. Es una llamada a pensar con más estrategia y menos reacción. Las universidades que liderarán la próxima década no serán las más tradicionales ni las más radicalmente innovadoras. Serán las que tengan el coraje de integrar, lo mejor de ambos mundos (Núñez Álvarez, 2025).* Esp. y Mgtr. en Gestión de la Educación Superior - Docente/Investigador universitario.
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