Por Sara González Cañete
No es solo la saga de un vino, sino el alma de una familia, un legado centenario forjado con manos que supieron transformar la tierra y el sudor en vino que hoy, más que nunca, es un tesoro patrimonial.
Este relato conmovedor se inicia hace dos siglos, en los albores de un tiempo aún sin memoria escrita, con José María Ríos y Manuela Carrizo de Ríos. Bisabuelos pioneros, su amor por la tierra y su ingenio les llevaron a dar vida al “vino patero” de su Bodega, con la fuerza y la pureza de un ritual ancestral. Es fácil imaginarlos, en tardes de sol riojano, con los pies en la cuba, el aroma dulce del mosto inundando el aire, tejiendo sin saberlo el primer hilo de una herencia que desafiaría al olvido.

El tiempo, implacable y generoso, vio crecer no solo las uvas, sino también la visión. Fue en 1933 cuando Domingo Ríos y su tío abuelo José Florencio Ríos, herederos de esa pasión fundacional, alzaron los cimientos de la bodega que hoy se reconoce como un capítulo de la memoria. Cada piedra tallada a mano por los picapedreros de la zona, cada surco en las majestuosas “piqueras de extracción”—esas piezas únicas de roca perforada, testigos mudos de una labor artesanal y primitiva—, cuenta la dedicación y el ingenio de hombres y mujeres que no solo construían, sino que creaban un santuario para el vino desde aquellos tiempos.
Dentro de esos muros de piedra, el aroma a vino Criolla y la frescura de la Torrontés se hicieron compañeros inseparables. Desde apenas una hectárea o dos, la vid se extendió, abrazando más de cinco hectáreas, como si la tierra misma quisiera ser parte de esa historia líquida. Y el vino patero, siempre dulce, como el fruto de un sol generoso y la madurez perfecta, se convirtió en el sabor inconfundible de la casa. Un sabor que hoy evoca no solo el recuerdo, también en la calidez de este museo que se revaloriza con su nueva generación.

Pero la vida, como el vino, tiene sus vaivenes. Las vicisitudes del mercado silenciaron por un tiempo los ecos de la producción. Sin embargo, la esencia nunca se perdió. La tradición continuó en la intimidad familiar, un secreto compartido, un rito que se negaba a morir. En pequeñas partidas, con la nobleza del Malbec, la fortaleza del Cabernet, la distinción del Syrah y la amabilidad de la Bonarda, el fuego de la viticultura se mantuvo vivo en el palpitar de la familia.
La llama de la pasión ardió con renovada fuerza en 2013. Una nueva generación, consciente del valor incalculable de su legado, tomó la decisión de modernizar la producción, de embotellar no solo vino, sino la propia historia. Desde entonces, el vino familiar ha vuelto a fluir, llevando consigo no solo el gusto, sino el relato de siglos.
Y así, en las vacaciones de invierno de 2023, la bodega abrió sus puertas de par en par. Ya no solo como un espacio de producción, sino como un “museo vivo”, un portal al pasado donde la cultura vitivinícola de Pituil se respira en cada rincón. Visitarla es un privilegio, una invitación a tocar la historia sin costo alguno, a sentir la energía de un lugar donde el tiempo parece detenerse para contar su propia leyenda.

Pero la visión de esta familia, custodios de un patrimonio invaluable, va más allá de las uvas. Impulsados por el paladar exquisito y el corazón creativo de Katherina Carletto, chef y alma mater de nuevos sabores, la riqueza del Museo se extiende a la gastronomía. Además del vino, nacen dulces que susurran tradición, una grapa que calienta el alma, frutas en pasas que concentran la dulzura del sol.
Y, por encima de todo, los alfajores, pequeñas joyas que encapsulan los sabores autóctonos de la algarroba, la nuez, el membrillo, la albahaca y la miel. Cada bocado es un viaje, una caricia al paladar que habla de la tierra. Un viaje de sabores! Recientemente tuvo lugar un reconocimiento a su tiramisú de algarroba en el canal “El Gourmet”, como postre destacado.
Así está dedicada Chef ha llevado la esencia de Pituil a los paladares más exigentes, consolidando su lugar en el mapa culinario nacional.

La bodega de Pituil es un verdadero relicario. Es la prueba tangible de que el verdadero patrimonio no solo se hereda, sino que se vive, se cultiva y se comparte. Es la historia de cómo un pueblo, a través de sus manos y su espíritu indomable, ha sabido transformar el vino en un vínculo inquebrantable con su pasado, un brindis eterno por su identidad y su futuro.
Conocer este lugar tuvo un impacto significativo e impresionante para mí, que se hizo indispensable compartir una historia con tanta belleza y pasión.
El museo del vino se encuentra incluido en el recorrido del Bus Turístico, que se realiza desde Chilecito.
Además brinda un servicio de merienda en el patio de esta casa, donde podrás degustar y encontrarte con cada sensación descriptiva.

CONTACTO
EN INSTAGRAM: MUSEODELVINOPATERO
TEL: 3825 67-4293 (CONSULTA Y VISITA)
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