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Opinión

Libros de viajeros y una nueva recorrida de a caballo a fines del siglo XX

El autor repasa algunas de las obras de un género muy frecuentado, que produjo obras de gran éxito pero que desde hace décadas no ve nuevas publicaciones para el público en general.
Roberto L. Elissalde

Por Roberto L. Elissalde

Admirador de los libros de viajeros, trato de encontrar todos los que sean posibles y no faltan en mi biblioteca. De allí hemos sacado no pocas noticias para publicar en esta columna de los viernes, bautizada como El rincón del historiador.

Muchos de estos libros fueron publicados por el esfuerzo en primer lugar de la Cultura Argentina, allá por el 1920; siguió esa labor José L. Busaniche a través de la editorial Solar con la serie de viajeros, que duró hasta 1960 y también fue imitada por Claridad de don Antonio Zamora.

No fue ajena a esas ediciones Eudeba, por las décadas del 60 y del 70. Después de unos años de inactividad recomenzó esa tarea la Editorial Elefante Blanco con unos pocos títulos. Por último el reconocido librero Alberto Casares, (cuyo local fue escenario de la última aparición pública de Borges en Buenos Aires entonces en la calle Juncal) a través de la memoria histórica con el sello de Emecé.

Esta serie trajo al mercado muchos títulos que estaban completamente agotados y una cantidad de nuevas generaciones de lectores pudieron conocerlos en ediciones de gran éxito. Lamentablemente la edición se interrumpió a comienzos de este siglo.

La Academia Nacional de la Historia con la Unión Academique Internacional publicó una serie de viajeros o memorias de gran interés, algunas de ellas contaron con el mecenazgo de empresas o instituciones, y de esa forma se unieron a lo que hacían desde la otra banda el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y la Academia Paraguaya de la Historia.

Desde hace una década no se han visto nuevas publicaciones, sin duda por falta de recursos ya que material abunda, se da por descontado el interés de la Academia y el público lector no falta con una buena promoción.

Mr Mac Cann

Dentro de esos libros de viajeros recordamos el del comerciante británico William Mac Cann, que llegó a Buenos Aires en 1842 atraído por las ventajas económicas que podía obtener. Le tocó vivir en tiempos no fáciles del gobierno de Rosas, con los conflictos con Inglaterra y Francia, hacia 1845 se embarcó de nuevo a Europa.

Cuando el gobierno inglés envió la misión Hood, y Francia al conde Waleski, conociendo sin duda las intenciones del gabinete de su país, retornó nuevamente, desembarcó en marzo de 1847, antes de la llegada de los diplomáticos. El 29 de abril acompañado por su amigo John Mears, salió de la ciudad “en una bella mañana otoñal, que, por lo clara y luminosa, se le antojó de primavera” y realizó dos largos viajes por el territorio bonaerense que ya en Londres publicó en la librería Smith, Elderd & Co, en dos volúmenes con el título Dos mil millas a caballo, a través de las Provincias Argentinas o sea una relación acerca de los productos naturales del país y las costumbres del pueblo, con un historial sobre el Río de la Plata, Montevideo y Corrientes, por William Mac Cann, autor de El estado actual de los negocios (políticos) en el Río de la Plata.

Conocido acá en sus traducciones con el título Viaje a Caballo por las Provincias Argentinas, las provincias litorales y Córdoba.

Su lectura nos permite conocer la mirada de este inglés sobre la comunidad o los que pudo tratar en el viaje. En Quilmes se alojó en la estancia de Mr. Clark, que describió con lujo de detalles; en Chascomús camino a la estancia de Mr. Twaites. En su camino al sur, pasaron por la estancia Camarones de los Anchorena y llegaron a Dolores.

Comenta que “estuvo por aquí, no hace mucho, un irlandés muy industrioso de nombre Mr. Hanley”... cruzaron el Chapaleofú, y terminaron en la casa de don Ramón Gómez, donde comieron en abundancia y en un ambiente muy agradable”.

Y así podríamos detallar muchas otras experiencias más que interesantes, personajes, conductas y descripciones que son un valioso testimonio de su viaje.

El tiempo lento

Benjamín Reynal acaba de publicar un volumen El tiempo lento, relatando un viaje que hizo a través de 15 provincias argentinas, también de a caballo, recorriendo 5.000 kilómetros; y nos hizo compararlo con un Mac Cann de fines del siglo XX.

Reynal pertenece a una tradicional familia argentina, conoció de niño el campo y no faltan en el libro menciones a las vacaciones que pasó en el campo de su abuela materna Adolfina Boubeé, de notable ternura.

La última, antes de graduarse, cuando en “un bayo que quería mucho” llegó hasta el último rincón de la estancia, “sujeté mi caballo contra el esquinero, crucé la pierna sobre el recado y me quedé mirando la puesta del sol. El horizonte tenía esa magia de colores que tienen las tardes en la pampa, cuando el aire pinta el cielo de capas rojas que viran al naranja. No había nadie más. El silencio…”, e imaginó cruzar campos uno tras otros, esos que conocía, quizás una profecía.

Su vida puede resumirse como la de un estudiante de economía en los Estados Unidos, que llegó de regreso con el título bajo el brazo y emprendió esta recorrida. No habían sido menores en esos tiempos las numerosas lecturas sobre el campo argentino y viajes a caballo, suponemos que Mac Cann fue uno de ellos, aunque no lo menciona. Y se queda en las proezas de Gato y Mancha, ni decir en los clásicos de José Hernández y Ricardo Guiraldes, o en la obra de Hudson, a quien Alicia Jurado le dedicara una excelente biografía y no pocas notas en este diario.

El libro está escrito -se nota- de un tirón. Esos apuntes que hacía por las noches, o cuando tenía un espacio algo cómodo para hacerlo; apenas repasados le volvían a la memoria con los mayores detalles desde el afecto y los pasaba al papel. Habían pasado veinte años.

Es cierto que fue un “tiempo lento” y de paciencia y sacrificios que son motivo de reconocimiento por cualquiera que recorra sus páginas, de ahí quizás el nombre del libro; pero quien lo vea si no mira la contratapa lo puede pasar por alto. Lo que más llama la atención de la obra es la cantidad de veces que habla de las fotografías, sin embargo no hay una sola de ellas publicada, cosa que esperemos subsane en una próxima edición.

Estancias señoriales, propietarios; puestos con sus peones, encargados y capataces, vecinos establecidos desde tiempo inmemorial en parajes perdidos, boliches; mujeres solícitas, chicos curiosos, policías desconfiados, generosos criollos y también las mezquindades propias de la condición humana, aparecen en estas páginas, dedicadas a sus “hijos, que todavía no habían nacido”.

Benjamín Reynal, está radicado en Bariloche, es bombero voluntario y reparte su tiempo entre esa ciudad, Buenos Aires y el sur de Chile; su aventura juvenil será con los años, porque las memorias como el vino necesitan tiempo para madurar, un valioso testimonio de un recorrido a caballo a fines del siglo XX.

El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

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