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Opinión HISTORIA

A falta de medallas... papel

En 1799 se creó la Escuela de Dibujo en Buenos Aires y sus alumnos fueron reconocidos con “ejemplares de sello grande en papel”.
Roberto L. Elissalde

Por Roberto L. Elissalde

Ha sido y es uno de los mejores títulos de Manuel Belgrano la constante preocupación y el ardoroso empeño que puso en pro de la educación. En la memoria que leyó al Consulado el 15 de junio de 1796, manifestó que para “hacer felices a los hombres es forzoso ponerlos en la precisión del trabajo’’ y preveía la formación de los niños después de la escuela de primeras letras. Los maestros tenían “la obligación de mandarlos (a los sobresalientes) a la escuela de dibujo, velando su conducta, consignándoles una cierta cantidad por su cuidado en la enseñanza y además señalando cierto premio al que en determinado tiempo se diese a sus discípulos’’.­

Hacía más de quince años que vivía en Buenos Aires don Juan Antonio Gaspar Hernández, nacido en Valladolid hacía 1750, que residía en unos de los cuartos de Isidro Lorea cerca de la iglesia de San Francisco, que también era un reconocido tallista con el que probablemente nuestro personaje estudió, trabajó y luego se independizó. Fue Hernández el autor de los púlpitos de la catedral porteña como lo señalamos en estas páginas y de otras obras en distintos templos de la ciudad.­

Hernández el 23 de febrero de 1799 propuso al Consulado la creación de la Escuela de Dibujo, se presentó como “profesor de escultura arquitectura y adornista’’, solicitando algunos auxilios como el local, bancos, mesas y las velas para iluminar que las clases iban a ser de seis a ocho en invierno y de siete a nueve en verano, “exceptuándose la canícula en cuyo tiempo cesará el trabajo’’.­

Acto inaugural­

­El 29 de mayo se realizó el acto inaugural con la presencia de algunos miembros del Consulado, padres y alumnos. El establecimiento mereció la aprobación del virrey Avilés por ser una obra que por el celo de la institución “producirá considerables adelantamientos a estas provincias’’. El primer plantel de alumnos contó con 50 inscriptos, pero a mediados de setiembre llegó a 64. ­

Recorriendo sus nombres ninguno de ellos se destacó en el arte del dibujo, aunque algunos ocuparon lugares importantes en otros ramos o pertenecían a distinguidas familias, como es el caso de Rafael y Marcos José de Sobremonte, hijos mayores de don Rafael gobernador de Córdoba y futuro virrey y de la porteña doña Juana María de Larrazábal y de la Quintana, que se educaban en Buenos Aires al cuidado de la familia de su madre. Manuel Arroyo y Pinedo, Patricio Lynch, Agustín Donado, Máximo y Floro Zamudio, Pastor Tellechea, son apenas algunos de los conocido por su posterior actuación.­

El 14 de setiembre el director de la Escuela se dirigió al Consulado porque habiendo pasado tres meses de la inauguración y de acuerdo al punto 7º del Reglamento, debía otorgarse un reconocimiento “quien mereciere premio, para que se le adjudique el que se señale, que por corto que sea, siempre servirá de estímulo a la aplicación’’. Y propuso los siguientes estímulos: Cuerpos. Unico alumno. Pedro Romero. Cabezas: 1º Antonio Romero, 2º Manuel Arroyo, 3º Fermín Grenoa; Bocas y narices: 1º Cayetano Alvarez, 2º Juan Manuel Alzaga, 3º José de Arroyo. Ojos: 1º Buenaventura Arzac, 2º Juan Manuel Alzaga y 3º José María Sarratea.­

El 27 de setiembre se reunió la Junta del Real Consulado, integrada por Martín de Alzaga, Manuel de Arana, Francisco Castañón, Martín de Sarratea, José González de Bolaños, Cecilio Sánchez de Velasco, Agustín Wright, Benito Olazábal, José Mateo Echavarría, Domingo Igarzábal, Juan Echechipía, Francisco Herrero, Saturnino Alvarez y Diego de Agüero, además del secretario Manuel Belgrano. “La Junta determinó se premien con medallas de plata que se acuñaron en Potosí de peso de 2 onzas, de 1 ½ t de 1, que tendrán en el anverso las armas del Consulado y en el reverso Academia de Dibujo’’, aprobando los nombres de los premiados. ­

Pero las medallas no habían llegado a Buenos Aires por lo que dice el acta: “y entre tanto vienen las medallas que ya se han encargado por los SS. Prior y Cónsules, se tirarán en la secretaría cuatro ejemplares del sello grande en papel, poniéndoles por reverso la distinción referida, los cuáles se repartirán a presencia de esta Junta en la misma Academia la noche que dispusiese el Sr. Prior, poniéndose las obras premiadas con los nombres de sus autores en lugar separado para que sean vistas por el público, y además lista de los que han merecido los 2º y 3º lugares’’.­

Aparentemente no llegaron jamás, porque en marzo el Consulado solicitó a su apoderado en Madrid tirase unas medallas de las que le enviaba el diseño. El escudo digamos de paso era una fantasía, con la indicación Consulado de Buenos Aires; en cuanto al anverso Academia de Dibujo - Premio Primero y unos laureles.­

Poco duró la Escuela ya que una Real Orden del 4 de abril de 1800 suspendió su actividad y después de las vacaciones de invierno no abrió más, a pesar de los reclamos de Belgrano.­

El boceto de la medalla llegó a nosotros según la interpretación del reconocido historiador José Torre Revello.­

El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación. Publicado en el diario La Prensa, de Buenos Aires.

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