Don Juan González Aragón vivía con su familia en Santiago del Estero, mas al enviudar decidió bajar a Buenos Aires donde observó una de las tantas pestes que asolaban nuestra ciudad. Hombre de convicciones religiosas, decidió a semejanza de las existentes en Cádiz y en Sevilla, crear una hermandad para sepultar cristianamente a los pobres y ajusticiados. Tardó años pero no cejó en su tarea, primero en la iglesia de Juan, luego en el solar de Tacuarí e Independencia, finalmente logró comprar la esquina de Bartolomé Mitre y Suipacha y levantó una capilla y en 1734 fue ordenado sacerdote. Tenían una imagen del patrono San Miguel Arcángel, obsequio del obispo Fajardo quien, con el gobernador Zabala, en 1727 había aprobado la hermandad y otra de Nuestra Señora de los Remedios que González Aragón había traído de Cádiz y que aún se venera.
Un hijo suyo José Guillermo González Islas, una década después, recibió el Orden Sagrado, en el solar mencionado fundó un colegio para las huérfanas, consiguió del gobernador Bucarelli un nuevo edificio para el Hospital en 1768. Como apreciamos. y bien lo señala Julio Luqui Lagleyze, era un complejo social y educativo de avanzada, ya que además recibía alumnas externas. Todo ello necesitaba fondos con que mantenerse, y era imposible obtenerlos en Buenos Aires que no era una ciudad de recursos.
A nuestro sacerdote se le ocurrió marchar a España sin recomendación alguna, a golpear las puertas del Palacio sin duros en el bolsillo, salvo los 600 pesos que le entregó su sobrino político don Domingo Belgrano y Peri, en compañía de un familiar de corta edad y un loro “que había pertenecido a las misiones jesuiticas y que los indios, habían enseñado a dar las gracias con el Bendito y el Padre Nuestro en idioma guaraní. El animalito repetía además, con aire dogmático, más de una oración en latín, que había oído a los jesuitas y recitaba con la gravedad de un profesor de las docta Córdoba, más de un dogma teológico de los había podido retener en su memoria…”
Todas las mañanas el Pbro. González mientras tomaba sus mates bajo la parra de la iglesia de San Miguel, le decía al loro: “Hemos de hacer el hospital cueste lo que cueste y si fuere necesario he de llegar hasta el Rey”; frase que repetía durante la navegación con la consiguiente diversión de la tripulación, y el loro que era muy inteligente incorporaba también a su vocabulario palabrotas y frases de grueso calibre que escuchaba durante el viaje a los marineros.
Recuerdos
Todo esto lo sabemos porque en setiembre de 1941, Eduardo Olivera le envió una carta con los detalles a Manuel de Lezica, quien la publicó en su libro Recuerdos de un nacionalista, confirmando además que la había escuchado de boca de Pastor Obligado el autor de nuestras Tradiciones Argentinas, a quien evocamos en estas páginas hace poco, en ocasión del centenario de su muerte.
Cuando llegaron a Madrid, nuestro sacerdote con buenas intenciones pero sin vinculaciones, nada lograba y las puertas parecía que estaban cerradas con trancas. Desesperado, fue a rezarle a la Virgen de Atocha, a ver si ella lo favorecía con un milagro o al menos le tendía una mano generosa Mientras tanto el loro quedó en el balcón de la casa donde se hospedaba.
Frente a ella estaba la residencia del ministro de las Indias, don José de Gálvez, hombre de inmenso poder, cuya mujer Lucía Romet y Richelin de ascendencia francesa y numerosas vinculaciones que tanto había favorecido a su marido en su carrera; escuchaba maravillada al loro que sin cesar repetía la muletilla de su dueño que había hecho propia: “Hemos de hacer el hospital…”
Cuando el sacerdote llegó de regreso se le hizo saber que “había concurrido un lacayo con muchos galones para comprar el loro” en nombre de la señora que “había pasado la tarde muy entretenida escuchando la locuacidad” del animalito.
Inmediatamente el padre González Islas atribuyó el hecho a la intercesión de la Virgen de Atocha y con el loro cruzó al palacio, recibido por doña Lucía le “explicó los motivos de su viaje y el significado de la frase que aquel repetía” y le obsequió el loro. La señora recibió el regalo y se ofreció para conseguir una entrevista y gestionar los fondos.
Enterado Carlos III, se interesó muchísimo y ordenó que le llevaran el loro. Cuando llegó a los reales aposentos el “vistoso animal estaba más locuaz que nunca: y repetía: ‘Hemos de hacer el hospital, cueste lo que cueste. Hemos de hacer el hospital, cueste lo que cueste, y si es necesario, he de llegar hasta el Rey’.
Don Carlos divertidísimo con el loro estalló en franca carcajada, a lo cual el loro, encrespado por el susto, le contestó con una andanada de palabrotas, aprendidas de la marinería que fue muy festejada por todos”.
El Rey dictó varias Reales Cédulas por las cuáles adjudicó a la Hermandad entre otros bienes la estancia de las Vacas, en la Banda Oriental, propiedad que administró el capitán Juan de San Martín, padre del Libertador; la botica de los padres jesuitas, la estancia de los Remedios en la Matanza y la suma de 2.000 pesos por ocho años. La Hermandad tenía ahora con qué sostenerse y con creces.
La estancia de los Remedios tenía una legua y cuarto cuadradas con frente sobre el río Matanza, con su capillita y casco, en el solar que hoy ocupa el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini en Ezeiza: La botica tenía una imagen de Nuestra Señora de los Remedios que se conserva en la iglesia de Belén, popularmente conocida como la de San Telmo.
Así el Pbro. José González Islas, obtuvo lo que necesitaba, sus restos descansan junto a los de su padre en la iglesia de San Miguel. Su nombre permanece olvidado en la nomenclatura urbana, como bien lo señalara Olivera. Y con no poca ironía agregaba:
“Si fuera posible también un recuerdo también para el loro, que en justicia lo merece, ya que debido a su oportuna y eficaz intervención, pudo obtenerse el dinero para una obra cuya significación social perdura a través del tiempo”.
El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Publicado en el diario La Prensa, Buenos Aires.
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