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Opinión LETRAS

C.S. Lewis: un encuentro majestuoso

Sobre el autor de “Crónicas de Narnia”. Clave Staples Lewis (1898-1963) fue un apologista cristiano anglicano, medievalista y escritor norirlandés reconocido por sus obras de ficción.
Ignacio A. Nieto Guil

Por Ignacio A. Nieto Guil

La fe es la pasión por lo posible y la esperanza es el acompañante inseparable de la fe” - Søren Kierkegaard

La vida moderna pareciera ser más amena (o amigable) a un cuento de terror y no a una historia fantástica, aunque suene fuerte. No obstante, para contrarrestar el dolor de una realidad actual semejante a una quimera o a una pesadilla, sí existen los buenos “cuentos de fantasías”, destacando que tienen mucho de “realidad”, y son, en efecto, realistas en tanto que nos acercan más a Dios. Los buenos ingleses, es decir “verdaderos gentleman profundamente religiosos”, son los que accedieron al título más noble de todos, esto es, a la Gracia Divina de tener fe en un mundo que la ha perdido. Y entre otras cosas, dejaron emerger esa “llama interior” en imaginación que, aunque suene “paradójico”, se trata de la misma realidad presente todos los días en nuestra vida, la que vivimos a diario.

El ejemplo más palpable para plasmar la idea anterior se encuentra en el final del tercer libro de “Las Crónicas de Narnia: La travesía del viajero del alba”. Allí, Clave Staples Lewis (más conocido como C.S. Lewis) retrata una realidad cristiana en una escena muy emotiva. Lucy, Edmund, el Príncipe Caspian, Eustace (Eustaquio) y Reepicheep (Rípichip, el ratoncito valiente) descendieron del barco narniano -El Explorador del Amanecer- y se dirigieron hacia el este en un pequeño bote, a través de un hermoso campo de lirios sobre el agua cálida.

En primer lugar, los lirios significan el “abandono a la Providencia” en lenguaje cristiano. En el evangelio según San Mateo, Cristo nos dice: “No andéis preocupados por vuestra vida (…) ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni se hilan (…) Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

En este aspecto, el pensador danés, Søren Kierkegaard, en un bello libro dedicado a reflexionar sobre este pasaje, titulado “Los lirios del campo y las aves del cielo” (1849), afirmó que este mensaje está dirigido y se preocupa en especial por los afligidos, para dar un mensaje de honda alegría contra las preocupaciones mundanas: “(…) Entre los lirios el afligido es sólo hombre y está contento con ser hombre. Puesto que absolutamente en el mismo sentido que el lirio es lirio, él es hombre a pesar de todas sus preocupaciones en cuanto hombre, y absolutamente en el mismo sentido en que el lirio, sin trabajar y sin hilar, es más hermoso que la gloria”. El lirio toma la forma de maestro, puesto que enseña al hombre con su simpleza que no ha de preocuparse ni temer.

Un segundo aspecto importante a destacar viene, sin duda, de la princesa Lucy, pues a medida que se distanciaban de la nave madre el autor hace referencia a que “Lucía no estaba tan triste como era de esperar. La luz, el silencio, el aroma estremecedor del Mar de Plata y aun (de alguna manera rara) la misma soledad, eran demasiado emocionantes”. Ella lo que en verdad siente es nostalgia, tan pronto como se iba alejando, y lo expresa con “una tristeza medida y benévola” o, en otras palabras, con “un sano dolor”, que es “bueno para el espíritu”. Y confiere, entre otras cosas, “nobleza y autenticidad” por lo vivido (quedando ahora en el recuerdo ya que el retorno se acerca), con las personas que se rodeó y permanecerán en su alma por siempre; además de las aventuras a las cuales se adentró y la hicieron mejor persona, o sea madurar a través de las pruebas que se presentaron.

Según el padre Leonardo Castellani, el magnífico G.K. Chesterton describió en el poema “Wild Knight” (o caballero chúcaro) cómo en su juventud temprana debió convertir la angustia que anclaba profundamente en su alma en esperanza y luego esa esperanza en alegría. En palabras del sacerdote jesuita, tomó “la decisión heroica de asumir su angustia, de vencerla, y de convertirla en caballería, en cruzada”. Lucy no estaba tan triste como se debía de esperar, puesto que convirtió esa tristeza en heroicidad.

Luego, en la cosmovisión cristiana de C.S. Lewis se describe: “Toda esa noche y el día siguiente se deslizaron hacia el este y, cuando amaneció al tercer día, con una luminosidad que ni ustedes ni yo podríamos soportar ni aunque estuviésemos con anteojos oscuros, vieron algo maravilloso frente a ellos (…)”. En este pasaje nos recuerda “al tercer día resucitó de entre los muertos” que profesamos en el credo, porque vieron algo tan luminoso, como Cristo resucitado en todo su esplendor, algo que… ¿no podríamos soportar? Así es. Por nuestra pequeñez y miserias nos sería muy difícil ver una luz tan pura ante nosotros y, sobre todo, ver el misterio tan grande que es Dios a nuestros ojos materiales, algo que la limitada mente obtusa de los racionalistas, por ejemplo, no puede comprender, ya que ellos idolatran a la razón e inventan sus propios dogmas, su propia adoración e idealidad. Y su mundo es precario porque creen que únicamente el hombre debe razonar, aunque tenga “ojos para ver mucho más allá”, esto es, aunque pueda “bordear un misterio con una fe inquebrantable”, como, sin lugar a dudas, la tuvo el autor aquí referido para crear el fantástico mundo de Narnia.

Lewis continúa el relato con la descripción de un gran muro de agua levantado ante ellos, una enorme ola sin final de cien metros de alto. En ese momento pudieron visualizar el sol naciente y ver más allá, es decir el paraíso conformado por una cadena de montañas: “Nadie recuerda haber visto el cielo en esa dirección. Y las montañas deben haber estado realmente fuera del mundo”. Eran montañas muy altas que, sin embargo, no poseían nieve ni hielo en sus cumbres: “estas eran cálidas y verdes, cubiertas de bosques y cataratas hasta las alturas”. Posteriormente, los niños de forma fugaz al sentir una briza del este observaron “figuras de espuma” desvanecidas al instante que nunca más pudieron olvidar. Parece ser que el autor nos muestra un “coro celestial” que “les trajo un aroma y un sonido, un sonido musical. Edmundo y Eustaquio nunca hablaron de esto después. Lucía sólo pudo decir: Era de partir el corazón. ¿Por qué? -le pregunté- ¿Era muy triste? -¿Triste? ¡Oh, no! dijo Lucía”.

Volvamos un segundo al tema de la nostalgia. Su comentario y respuesta remite a un sentido paradojal o contradictorio, ya que le partió el corazón pero no de forma triste. En consecuencia, la belleza experimentada en grados máximos, por supuesto ahora en el plano terrenal, trae consigo luego de la vivencia un sentimiento de desgarro y al mismo tiempo de sosiego. Esto lo han vivido los grandes místicos. El primero (desgarro) por participar en lo sublime en forma instantánea y volver al plano de lo imperfecto, el mundo. El segundo (sosiego) en cuanto a contemplar la “Verdad”, lo que nos espera luego del peregrinaje momentáneo en este mundo. Por ello...”¡Nunca hablaron de esto después!” expresión que remite a que la experiencia y visión interna de Dios es difícil de contar (no conceptualizable) y que los demás -por otro lado- lo entiendan, aquellos que carecen de una “disposición” que otorga solo la fe. ¡Fue tan perfecto y sublime que nunca más volvieron a hablarlo!

(Diario El Litoral, Santa Fe)

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